sábado, 26 de diciembre de 2009

"El señorito" segunda parte

Tuvo suerte, no sólo no tuvo ni un rasguño a pesar de luchar en las batallas más importantes y decisivas del conflicto, sino que además consiguió una fortuna que le cambió la vida y la de su familia.
Durante una batalla, creo que fue la del Ebro, en la que murieron miles y miles de soldados tanto de un bando como de otro, en el fragor de la lucha, rodeado de heridos y muertos, escondido en la trinchera cabeza abajo, protegiéndose de bombas y ametralladoras, palpó un sobre. El sobre era abultado y estaba amarillento, sucio de tierra y barro. La solapa estaba sujeta por una cinta de color rojo. El corazón se le aceleró aún más de lo que ya lo tenía, porque desde el primer momento intuyó que algo muy importante contenía. Lo guardó con disimulo bajo su guerrera y se ocupó de lo que verdaderamente importaba en esos momentos, salvar la vida saliendo de aquel infierno.
Era una fortuna, no recuerdo cuanto dinero me dijo que había, pero desde luego un gran fajo de billetes de 1.000 pts. de la época. No contenía nada más, sólo el dinero.
Pasó lo que restaba de guerra con el dinero en el pecho y el miedo en el cuerpo, porque era consciente de que si lo descubrían, nadie lo salvaría del pelotón de fusilamiento.
Aguantó el tirón porque sabía que si lo conseguía, solucionaba su vida y la de su familia.
Lo consiguió, terminada la guerra y sin decir a nadie lo ocurrido, se vino a Sevilla y se compró una panadería en el centro, además de una casa grande para sus hermanos y otra para él. No dió explicaciones a nadie, ni nadie se atrevió a pedírsela. Faltaba su madre, fallecida durante la guerra, a la que sí le hubiera contado, pero a falta de ella consideró que era mejor no implicar a su gente.
Subió y subió, su oficio de panadero tan bien aprendido durante la época de "fatiga", redundó en la calidad del pan que fabricaba y se hicieron famosas sus rocas, teleras, molletes, retorcidos... tenía despachos en casi todos los barrios de Sevilla sobre todo en la periferia, porque decía que eran las mejores zonas para la venta del producto, el pan era básico en la alimentación de las clases más desprotegidas.
Se rodeó de gente de confianza, a saber su familia y la de su mujer: casi todos los hermanos de ésta, su cuñada, mi padre y hasta sus suegros cuando ya tan mayores y por las circunstancias políticas de mi abuelo llegaron a Sevilla. Con ellos se aseguraba la lealtad, el sometimiento y el agradecimiento de todos por sacarlos de la precaria situación que en aquellos tiempos de posguerra se vivía, a cambio de un trabajo fiel y mal pagado.
Cuanto más subía, más cambiaba su carácter y su actitud en la vida. Se acostumbró al "peloteo" y la adulación, a mandar con tiranía. Se aficionó al dinero de una manera insana, sus ideas cambiaron y acogió con los brazos abiertos los postulados de Falange y de Franco, empezó a relacionarse con lo "mejor" de Sevilla a niveles muy altos, introduciéndose en ambientes solo aptos para adinerados. Sus hijos estudiaban en colegios de élite, tenían "chacha", veraneaban todos los años en la playa de moda del momento y no les permitía relacionarse con los chicos del barrio dónde vivían.
Cada vez que inauguraba una nueva panadería, la familia de su mujer estaba vetada a asistir al evento, por pobres y "rojos", no digamos de mi abuelo que lo escondía y le tenía prohibido que apareciera por su casa. Lo empleó como guarda nocturno en uno de sus hornos, a cambio de unas pesetillas y un pacto para que no dijera que era su suegro.
Mi padre le temía, temblaba literalmente cuando llegaba por su despacho, el número siete de su cadena, porque nunca nada estaba bien, a pesar que era el que más vendía. Le descontaba del sueldo cualquier pérdida por pequeña que fuese, el pan sobrante, los dulces que se estropeaban, el dinero que pudiera perderse o los "fiaos" que no se cobrasen. Cuando no era una cosa, era otra y todos los meses le cizaba del ya escurrido sueldo un buen pellizco.
Fueron veinte años de sufrimiento, de temblar cuando sonaba el teléfono anunciando la visita, de sacrificio tanto económico, porque teníamos lo justito para ir tirando, como laboral, porque mis padres no disfrutaron jamás de vacaciones, trabajaban 362 días al año, desde las 5´30 de la mañana hasta las 11 de la noche, sólo libraban la tarde del Domingo de Ramos y el Jueves y Viernes Santo. Cuando mi padre cayó enfermo y le dieron la incapacidad, se quedaba con parte de la pensión que cobraba, en pago de una deuda que se sacó de la manga, alegando no sé que pérdidas del despacho.
La vida lo castigó, haciéndole padecer momentos muy duros, dentro de una vida muy larga. Sobrevivió a un cáncer después de una lucha tremenda. Su único hijo varón, el que iba a ser su sucesor, le salió comunista y no pocas veces fue detenido y encarcelado por su actividad clandestina en los ambientes universitarios, logicamente no quiso saber nada de los negocios de su padre. La hija pequeña también la tuvieron en los calabozos de La Gavidia, por hacer pintadas en contra del regimen,a la segunda le tocó un marido superfacha que la maltrataba y a la mayor el suyo la abandonó. El imperio empezó a resquebrajarse porque su cabeza, su salud y las preocupaciones hicieron mella y terminó vendiendo lo poquito que le fue quedando para garantizarse al menos una vejez tranquila. Los amigos le volvieron la espalda ante estos acontecimientos y hasta su propia familia se fue retirando de su lado. Tuvo que sufrir el fallecimiento de su nieto mayor, el más querido, a los veinte años y el de todos sus hermanos, uno a uno.
Se recluyó en un piso que alquiló con su mujer y poco a poco, empezó a volver a ser el que fue en su juventud. Lejos del poder, de la adulación, de los amigos "fachas" empezó a encontrarse a sí mismo. Salía todas las mañanas a pasear por el parque cercano a su casa, con su mascota siempre colocada y una pulcritud en el aseo y en el vestir impresionante, se acercó a sus hijos, salvando diferencias, iba a comprar al mercado y hasta cocinaba muchas veces para que su mujer descansara.
Fue en esta época cuando yo realmente lo conocí, cuando aprendí a mirarlo a la cara sin sentir miedo. Iba con mi madre a su casa a visitar principalmente a mi tía y nos recibía con la misma pompa y alegría con que lo hacía en sus tiempos de gloria con los amigos ya perdidos. Se sentaba a la mesa con nosotras, siempre con un plato de queso y un rioja por delante y entonces poco a poco y a retazos, me fue contando su vida, ésta que yo ahora estoy contando. A veces con orgullo, a veces con pena, a veces con dolor y pesar.
En los últimos tiempos, ya de edad muy avanzada, cada vez que me veía lloraba, con un sentimiento tan hondo que me emocionaba. Al final cuando ya la cabeza se le iba y a veces no me reconocía, seguía llorando al abrazarme.
Ahora va a hacer un año que murió con 98. Asistí a su entierro.
Mientras bajaban el féretro, en el nicho que en sus años de rico, compró, se me escapó primero una tímida lagrima, y otra y otra hasta que fluyeron con vehemencia incontrolable sobre mi mejillas, porque con su pérdida se acababa o se cerraba una parte de mi vida en la que siempre estuvo presente, con sus luces y con sus sombras y al que a pesar de todo nunca pude odiar, sino todo lo contrario, terminé queriendo.
La vida puede ser muy larga y hay tiempo para todo, para mi bastó el que supiera reconocer sus errores y aunque nunca me pidiera perdón por lo que hizo sufrir a mi padre, para mi fueron suficientes sus lágrimas en el ocaso de su vida.

viernes, 25 de diciembre de 2009

"El señorito" primera parte

En mi casa le llamábamos "el señorito".
"El señorito", estaba casado con la hermana de mi madre y era el jefe de mi padre.
Como ya sabeis "el señorito andaluz" era (lo pondré en pasado, porque afortunadamente ya no quedan o si hay alguno, en total peligro de extinción) el terrateniente, dueño de miles de hectáreas practicamente improductivas, que vivía de las rentas, amo y señor de todo y en ese todo incluimos hasta a las personas: trabajadores, capataces, servidumbres. Al que se le puede retratar recorriendo la propiedad montado a caballo, embutido en elegante traje campero y sajones de piel de Ubrique. De porte chulesco y "bien plantao" , avasallando, dirigiendo y atemorizando a sus "vasallos", rodeado siempre de una amplia corte de aduladores y viviendo de juerga en juerga, fiestas y saraos, sin dar nunca un palo al agua.
Mi tío era como esos "señoritos" pero sin tierras y sin caballo. Sus tierras fueron sus negocios y el orgullo y la soberbia, el caballo que lo empujaba para conseguir sus metas.
Era tirano, exigente, avasallador, muy seguro de sí mismo y totalmente convencido de que los que estábamos bajo su mandato podíamos vivir gracias a él, que era nuestro bienhechor y al que teníamos que estar eternamente agradecidos.
Pero no siempre fue así, sino todo lo contrario. En su más temprana juventud, fue una persona sencilla, sin dobleces en su alma, entregado por completo al bienestar de los suyos, amante del trabajo y la superación, como solemos decir por aquí "buena gente".
Nació en 1.911, en el seno de una familia muy, muy pobre. Su padre jornalero en el campo, apenas sacaba para alimentar cinco bocas hambrientas, trabajando de sol a sol. Malvivían en una casilla, que entonces usaban en el campo para guardar los aperos, que el "señorito" dueño de las tierras, le cedió a cambio de su trabajo y poco más y allí fueron creciendo, calentándose acurrucados los unos con los otros en las noches frías de invierno, con hambre eterna en sus estómagos y trabajando en el campo casi, casi desde que aprendían los primeros pasos.
El padre no aguantó mucho tiempo, enfermó y murió dejando mujer y cinco hijos, el mayor de 13 años, en la miseria más absoluta.
Los echaron de las tierras, aunque él a sus trece años irguiéndose como el cabeza de familia, rogó al patrón para que les permitiera quedarse a cambio de su trabajo, pero no consiguió remover su piedad.
Lograron salir adelante, la madre lavando ropa y sirviendo en las mejores casas del pueblo, los pequeños lo mismo pedían por la calle, que hacían recados, que recogían aceitunas o pescaban en el río y él, el mayor trabajando en el campo durante el día y en la madrugada y hasta despuntar el alba, aprendía el oficio de panadero en un horno de su pueblo. Oficio que más tarde explotaría con enorme éxito.
Se convirtió en un hombre muy guapo, alto, fornido. Su aspecto no dejaba entrever las miserias y penalidades padecidas en su infancia. Más parecía por su porte y elegancia en sus modales hijo de un marquez que de un campesino muerto en la plenitud de la vida, devorado por la tisis.
No fue activista político, pero sí gran seguidor del pensamiento socialista del que más adelante sería su suegro (mi abuelo Antonio). No había mitín o acto del Partido al que no asistiera y aplaudiera.
Tuvo que ir a la guerra, fue reclutado por los nacionales para luchar en las filas de Franco durante los tres años que duró la contienda.(Continuará)

lunes, 21 de diciembre de 2009

Mi colegio

Cuando llegué a mi colegio tenía sólo 6 años, pero ya venía de uno de los mejores, en pleno centro de Sevilla, dónde por motivos de trabajo vivíamos.
Era un colegio de monjass de mucho renombre donde acudían las hijas de lo más "granado y selecto" de la sociedad sevillana y dónde a las niñas, como yo, de familias con poco y nulos recursos económicos, nos hacía un huequito, no sé si para acallar las fariseas conciencias de la época o para ejercer una más que dudosa caridad cristiana. Digo dudosa porque la caridad no tiene medias tintas, o se practica llegando a lo máximo con total generosidad o se corre el riesgo de que todo quede en una farsa esperpéntica que puede dañar más que aliviar y eso es lo que pasaba en este colegio y en todos los religiosos de mediados o finales de los años 50.
Las niñas como yo entrábamos por puertas distintas, no llevábamos uniformes elegantes y sombrerito como las "ricas" sino "babis" blancos, nos sentábamos en bancos que habilitaban las monjas detrás de los cómodos pupitres de las niñas "bien" y aprendíamos los primeros trazos con el cuadernos apoyado en nuestras faldas. No podíamos participar en las fiestas de fin de curso o en teatros y representaciones y en el recreo había una valla de separación.
Allí me sentí tan sola que lloraba por las mañanas porque no quería ir y cuando tocaba la campana para salir, corría a abrazarme fuerte a mi madre para sentir su calor, para sentirme querida.
Cuando llegué a mi nuevo barrio, barrio pobre y obrero, dónde todos éramos iguales, sentí que estaba en casa.
En mi "cole" nuevo todos llevábamos los mismos "babis" de cuadritos marrón y blanco y todos apurábamos los lápices hasta que ya casi no podíamos suetarlo y nos prestábamos la goma de borrar o los sacapuntas y lo mejor no había nadie que me mirara por encima del hombro y no quisiera jugar conmigo.
Era una casa más del barrio, que tres mujeres jóvenes estrenando sus carreras, con pocos medios y mucha ilusión, habilitaron como colegio. Una se encargó de los niños, porque según los cánones de la época no podía estar mezclados con las niñas, otra logicamente de las niñas y la tercera con los parvulitos en una clase preciosa con mesitas redondas de colores y muñecos y nubes pintadas en las paredes.
No había patio de recreo, salíamos a la calle, a nuestra plazoleta que aunque generalmente estaba ocupada: un circo, unos voladores, unas casetas de tiros, una tómbola... siempre quedaba terreno suficiente para nosotros y todas las mañanas a las 11´30 horas se llenaba de gritos, risas y juegos de los 40 - 50 niños que componían el colegio.
En los días cálidos de invierno, por la tarde, las niñas subíamos a la azotea y allí sentadas en sillitas con el sol calentando nuestros cuerpos, dábamos la clase de labores rodeando a nuestra señorita que aprovechaba entre puntada y puntada, hilos, agujas y tijeras, para hablarnos cada día de un tema distinto que después teníamos que redactar y comentar. Nos enseñaba canciones, nos contaba historias de las que siempre sacaba una moraleja y sobre todo nos inculcaba el afán por el estudio y la preparación como meta para mejorar en la vida.
En este colegio tan humilde, tan pequeñito, aprendí no sólo a leer y a escribir, me enseñaron cosas mucho más importantes, sin restar por supuesto ni un ápice a lo anterior: aprendí a escuchar, porque supieron engancharme con relatos interesantes; aprendí a compartir, porque todos éramos hijos de un barrio pobre y había que repartir; aprendí a esforzarme y estudiar porque me hicieron ver que en nuestra situación no te regalan nada, había que sudarlo y aprendí a redactar, competir, pensar y muchísimas otras cosa quizás más banales, pero siempre instructivas y divertidas: escribir con plumilla y tintero, tocar la pandereta y la zambomba, cantar villancicos, bailar el diávolo, recitar, hacer encajes de bolillos, bailar ...
Todo lo aprendí gracias a una mujer realmente estupenda que no se conformó con cumplir con su labor docente, sino que consciente de la poca preparación en el seno familiar de la mayoría de los que asistíamos al colegio, supo educarnos, prepararnos y despertarnos con ilusión y esperanza a un mundo mejorable dentro de una época muy difícil y en un entorno social y familiar bastante duro.
De allí salí con mi bachiller terminado (algo casi insólito en mi barrio) con unas vivencias maravillosas que pusieron los cimientos y la base de mi personalidad y un recuerdo imborrable y muy querido de ese colegio chiquito, cálido y cercano tan distinto de aquel otro grande, lujoso y frío dónde a pesar de mi corta edad, me sentí rechazada.

martes, 15 de diciembre de 2009

Una vida apasionante

Su estampa era fabulosa y singular: alto, delgado, muy derecho en su caminar. Su cabeza siempre tocada por un sombrero de ala ancha. Dos grandes orejas y una nariz porrona y prominente llamaban la atención en un rostro de tez muy morena y pequeños ojos claros de mirar inteligente. La indumentaria no había cambiado desde que se hizo hombre a principios del siglo pasado, lo que llamaba la atención en los revolucionarios años 70, pero él pasaba de críticas o comentarios y seguía siendo fiel a sus costumbres y a sus tradiciones, a saber: sombrero andaluz de ala ancha, pantalón pitillo ajustado de cintura alta, botas de media caña acordonadas y un camisón blanco abotonado hasta el cuello, sobresaliendo debajo de una chaqueta ajustada y salpicona. No importaba la estación del año, la única salvedad era una pelliza de color indefinido que se ponía los días más crudos del invierno, para resguardarse del frío. A todo se le sumaba su bastón, inseparable, que más que bastón parecía casi una prolongación de sí mismo porque siempre lo acompañaba, no porque lo necesitase para caminar a pesar de su avanzada edad, lo necesitaba para expresar, porque observando sus movimientos se podía saber casi sin error su estado de ánimo ya fuera de alegría, tristeza, enfado o impaciencia. Cuando escuchaba flamenco, repiqueteaba al compás de la seguiriya, el fandango o la soleá, si se enfadaba lo levantaba al aire como si de un mosquetero se tratara dispuesto a entrar en la lucha con su espada alzada, cuando me hablaba de su vida, de la guerra, de sus ideales lo giraba haciendo círculos, despacito como si fuera la manivela que abriera la puerta de sus recuerdos.
Fue republicano, socialista, masón y ateo. Contactó y llegó a ser gran amigo de Pablo Iglesias, fundando en su pueblo, Alcalá, el Partido Socialista Obrero Español. Luchador incansable en pro de la justicia social lo que le originó graves problemas en el pueblo, sobre todo durante la dictadura de Primo de Rivera, jugándose la libertad en innumerables ocasiones, informando, animando a los jornaleros del campo para que reivindicaran sus derechos y despertaran de la ignorancia y el servilismo.
No tuvo estudios, fue al colegio lo justo para aprender a leer, escribir y las cuatro reglas, pero tenía una gran cultura, fruto de su avidez por la lectura y el ansia de saber. Llegó a tener una amplísima biblioteca de cientos de libros: historia, ensayos, poesía, filosofía... y una edición antiquísima de El Quijote que era su mayor orgullo. Todo fue quemado en una hoguera en el corral de su casa de Alcalá. Su mujer, Dolores, fue la autora de tal "masacre" por miedo a las posibles represalias de los "nacionales" que se hicieron con el poder en el pueblo al estallar la Guerra Civil.
Nunca he conocido a nadie que entendiera tanto de flamenco como él. El cante "jondo" lo transportaba, recuerdo verlo pegado a la radio totalmente absorto, con los ojos cerrados, taconeando con su bastón ajeno totalmente al mundo que lo rodeaba. No había una fiesta flamenca en la que no estuviera, ni cantaor que no conociese o no lo conociese.
Gran defensor de la cultura y costumbres andaluzas y el responsable de que yo sin apenas conocer Alcalá, mi pueblo, lo quisiera, porque me hablaba con total apasionamiento de su Parque de Oromana,de su río Guadaíra pasando bajo el puente romano y besando los molinos dónde en la antigüedad se molía el trigo, de sus calles que son cuestas, de su castillo árabe, de su pan.. para él era su vida.
No tuvo profesión, ni un trabajo continuado, pero tenía una mano para los negocios increible, todos florecían y ganaba dinero, pero le duraban poco, se cansaba de la rutina y los descuidaba hasta que terminaba por arruinarse. Pasado un tiempo emprendía otro y vuelta a empezar, mientras su mujer cosía para la calle y así mantenían a los cinco hijos que tuvieron.
El estallido de la Guerra Civil le pilló ya maduro, con 56 años y fue muy duro para él con esa edad tener que abandonar Alcalá y dejar a la familia atrás. Huyó a pie atravesando campos y sierras para escapar del pelotón de fusilamiento que sabía, y así fue, iría a buscarlo. Logró pasar al bando republicano y luchó con la graduación de teniente durante los tres años que duró la guerra. Cuando ésta terminó con la victoria de Franco, intentó huir pero fue detenido y condenado a muerte, pena que se le conmutó por cadena perpetua de la cuál también se libró gracias a su familia que supo mover los hilos y las recomendaciones precisas para salvarlo. Consiguió la libertad pero en el destierro fuera de Andalucía.
No aguantó mucho el destierro, no sabía vivir fuera de su tierra y se arriesgó a volver. Volvió una noche a su pueblo, a su casa, con su Dolores y allí vivió clandestinamente escondido en una cueva que la casa tenía en el patio, que según me contaba llegaba mediante galerias subterráneas hasta el mismísimo castillo. Allí se entretenía durante el dia criando conejos y leyendo y durante la noche salía al patio y dormía en su alcoba al lado de su mujer.
No volvió a disfrutar de su pueblo, nunca más paseo por su calles, porque sabía que lo detendrían, emigró con más de 70 años a Sevilla con su mujer y una hija y comenzó una vida nueva dentro de la normalidad porque aquí no lo conocía nadie y entraba y salía a su antojo. Pero ya no fue el mismo, estaba vencido lejos de su pueblo.
La última vez que lo ví antes de caer en su lecho de muerte, fue un mes antes, vino a verme a mi piso, ubicado en una zona nueva, moderna, lejos de su casa en El Cerro, llegóa hasta allí andando con su inseparable bastón y su 97 años a cuesta, ajeno por completo a las miradas de curiosidad que su presencia despertaba. Vino a conocer a mi hija recien nacida. No habló mucho, lo poco que dijo fue como siempre para poner a parir a los curas y a Franco, aunque ya llevaba dos años muertos. Me besó en la frente como siempre hacía y acarició a mi hija sosteniéndola en sus brazos. Supe que ya no volvería más y ese momento se me quedó grabado en mi cabeza y en mi corazón.
Murió poco después, un día caminando de vuelta a su casa, su cadera se quebró y ni su fiel bastón pudo sujetarlo, cayó al suelo y ya no volvió a levantarse.
Las últimas palabras que pronunció agarrado a la mano de su hijo Manolo, fueron: "Manolo, Alcalá" y allí está enterrado en un nicho que el Ayuntamiento gobernado por el PSOE regaló a la familia.
Hoy hay una calle que lleva su nombre, porque su pueblo ha sabido reconocer el amor que le tuvo y su afán por mejorarlo, sus reivindicaciones para mantener su cultura, su poesía y sobre todo su lucha por las mejores sociales de su gente.
Era mi abuelo, se llamaba Antonio Alvarez de Alba. Le quise mucho.

domingo, 13 de diciembre de 2009

Hace días me topé en el periódico con una información que me sorprendió muy gratamente, por lo que no me resistó a plasmarla aquí, pues pienso que al igual que yo habrás muchas personas que ignoren las maravillas que en nuestra provincia de Sevilla poseemos.

¿Sabiais que en la provincia existe cinco Monumentos Naturales oficialmente declarados? Los monumentos no se reducen solo a la arquitectura de las urbes, sino que más allá de ellas, en los campos, ríos, sierra, montes... las obras de arte que la naturaleza ha sido capaz de crear, son reconocidas otorgando el título que arriba he mencionado.

Pues ahí van nuestros cinco, para los amantes de la naturaleza, el senderismo, la fotografía...
- La Rivera del Huéznar.- Muy cercana a la provincia de Córdoba se encuentra la localidad de SanNicolás del Puerto que posee un tesoro natural de valor incalculable. En el mismo casco urbano nace la ribera del Huéznar que discurre por un bosque galería formado por chopos, alisos, fresnos hasta llegar después de dos kilómetros de vertiginosas corrientes, a la zona del Martinete, donde se precipita al vacío en cascadas que alcanzan hasta los 10 metros del altura. Acoge a una rica variedad de fauna con especies como la garza real, el mirlo acuático, la nutria o el galápago. Se puede acceder a través de la vía verde de la Sierra Norte, un antiguo trazado ferroviario que ha sido acondicionado para su uso a pie o en bicicleta. Declarado Monumento Natural en 2001.
- El Cerro del Hierro.- También en San Nicolás del Puerto, aunque más cercano al municipio de Constantina. Es un paisaje kárstico de 121 hectáreas. Conjunto geológico de piedra caliza rica en hierro, de ahí el tono rojizo que la caracteriza y que ha formado un paisaje de formas y colores únicos. La erosión ha sido la responsable de esta obra de arte natural que fue explotada como mina de hierro desde antes de la dominación romana. Tambien se puede conocer el antiguo poblado de viviendas de antiguos trabajadores y la Casa de los Ingleses, residencia de ingenieros venidos desde Escocia a finales del siglo XIX.
- La Encina de los Perros.- El Madroño municipio situado en la comarca de La Ruta de la Plata, cuenta también con su particular obra de arte: La encina de los Perros, un ascentral árbol que es capaz de proyectar una sombra superior a los 600 metros cuadrad0s.
Su altitud total supera los 16 metros y en la base del tronco alcanza un perímetro de 8 metros y medios. Un año antes de ser declarado Monumento Natural en el 2005, sobrevivió a un incendio que asoló más de 30.000 hectáreas de la zona. Según cuenta la tradición en épocas no muy lejanas era habitual que las jóvenes parejas de El Álamo y El Madroño se prometieran bajo la copa de la vieja encina.
- El Chaparro de la Vega.- En el término municipal de Coripe en la Sierra Sur de Sevilla, encontramos este árbol con más de 13 metros de alto y 30 de diámetro en la copa. Se le atribuyen más de 700 años de antigüedad. Declarado Monumento Natural en 2001, el paraje se encuentra en plena vía verde de la Sierra Sur, abierta al público para visitarla.
- Los Tajos de Mogarejo.- En el municipio de Montellano. Es un desfildero de importantes dimensiones con escarpes rocosos de más de 30 metros de profundidad provocados por el cauce del arroyo Salado, uno de los afluentes del Guadaíra. "Un paisaje alucinante, escondido en el escarpe de la montaña, junto a un mar de olivos" En la antigüedad fue cantera de piedra de la que se construyó la Catedral de Sevilla, entre otros importantes edificios y dejó de explotarse en el siglo XIX. Se puede acceder hasta él desde el propio municipio. Declarado Monumento Natural en 2003.
¿Verdad que es interesante? Animaros a visitarlos. La inspiración de la madre naturaleza se vive en plena provincia de Sevilla.

miércoles, 9 de diciembre de 2009

LAYKA

Layka llegó a nuestras vidas a principios del mítico año 92. El año de la Expo y de las Olimpiadas de Barcelona y cuando mis hijos tenían 15, 12 y 10 años y mi casa estaba llena todavía de libros del cole, de cromos de fútbol, de balones y de raquetas de tenis.
Me la trajeron con los ojos cerrados todavía y temblando de frío y miedo por la falta del calor de su madre.
Era muy pequeña, apenas tenía 3 ó 4 días, de color canela y a pesar de que todos los cachorritos son bonitos (éste tambien lo era), ya dejaba entrever que no iba a ser un adulto demasiado "atractivo".
Cuando llegaron mis hijos del colegio, la sorpresa fue mayúscula, no se lo esperaban porque llevaban mucho tiempo pidiendo una "mascota" pero nunca les dimos el consentimiento y a fuerza de pedir y no recibir se fueron resignando a la idea de que no lo iban a conseguir. Algún día explicaré, porque es interesante, nuestro cambio de opinión.
Después de barajar cuarenta mil nombres, llegó el consenso: le pusieron Layka, creo, no estoy segura que por la canción de Mecano. La quisieron desde el primer momento los tres por igual, nosotros los tres mayores, no tanto, pero ellos la compensaban de sobra.
Siempre estaba en brazos de alguno con mi correspondiente enfando y protesta y como no, el de la abuela, que imaginaba y presentía terribles enfermedades que la "perra" podía trasmitirles y los martilleaba para que la soltaran y se lavaran inmediatamente las manos.
No había nada que hacer, nos cogían las vueltas y volvía a achucharla, mimarla, la metían en la cama, la besaban... llegó el momento en que los dejamos por imposible al ver que no hacían caso por mucho que amenazáramos.
No la recuerdo de hacer trastadas ni estropicios, parece como si el animal percibiera que no me hacía mucha gracia y quisiera pasar sin hacerse mucho notar.
Fue creciendo y convirtiéndose en la chuchita fea de mal pelaje y dientes torcidos, de ojos preciosos y expresivos, de saltos y carreras interminables. Era muy miedosa y a la vez un poquito agresiva cuando creía que le iban a hacer daño, era dulce y coscona, le encantaba que la acariciaran y lo agradecía regalándote una mirada asombrosa y si la caricia procedía de alguno de los mayores, se derretia porque le llegaban más de tarde en tarde.
Sé que ha sido el consuelo y el cobijo de muchos momentos dificiles de mis hijos así como el testigo cómplice y silencioso de sus alegrías y de sus ilusiones.
Aprendí a quererla porque era imposible no hacerlo, me seguía por la casa, nunca mejor dicho como un perrillo, cuando era ya viejita llegaba a alcanzarme cuando ya volvía yo para otro sitio y entonces daba la vuelta otra vez a descorrer lo andado, con su andar cansado y su mirada increible.
Por las noches, cuando ya la casa empezó a quedarse sola por la ausencia de mis hijos ya mayores, se acurrucaba a mi lado en el sofá y me buscaba la mano metiendo la cabeza bajo ella para que la acariciara. Entonces era yo la que la cogía en mi regazo y ella la que acompañaba mis momentos malos, buenos y regulares que la vida te va ofreciendo.
Se nos fue después de 14 años y aunque ha pasado ya algún tiempo, algunas noches me parece sentirla subiendo al sofá y arañando la tapicería, tal como hacía para acomodarse y dormir.
Se fue como llegó a esta casa, temblando y en mis brazos, pero con muchísimo más amor en nuestros corazones. Gracias Layka.

martes, 8 de diciembre de 2009

Alcalá

En Alcalá hay una calle que no sé como se llama, ni dónde está, pero existe con toda seguridad porque es el primer recuerdo claro que tengo de todo lo que llevo vivido.

Por esa calle he paseado de la mano de mi padre y en sus brazos me he asomado al cielo azul y brillante de la primavera para ver pasar las bandadas dee pájaros volando.

La calle era empinada, luminosa; el sol cegador, caliente y reflejaba sus rayos en las paredes blancas de cal, dónde innumerables macetas dejaban colgar orgullosas sus flores al aire: geranios de colores chillones, gitanillas blancas, claveles reventones... las rejas verdes de las ventanas igualmente estaban llenas de tiestos, unos de helechos, otros con jazmines, muchos de yerbabuena.
El suelo era empedrado de adoquines pulidos ya por el paso del tiempo, brillantes por el desgaste. Cada dos o tres metros unos anchos escalones facilitaban la subida de los transeuntes por la cuesta en cuyo final podía divisarse la torre blanca y el campanario de una iglesia dónde anidaban todos los años las cigüeñas.
Al llegar arriba, una plazuela rodeada de árboles te esperaba y en el centro de la mísma, una fuente pequeñita dejaba oir el murmullo del agua que salía por la boca de un pato de cerámica dónde mi padre me acercabapara que bebiera "el agua más rica del mundo". Esta fuente encalada era el centro de la plazuela y a su alrededor unos bancos invitaban al descanso bajo la sombra de unos árboles de copas grandes y espesas. Todo era un contraste rabioso de color: el albero amarillo del suelo, el verde chillón de los bancos, el blanco inmaculado de la iglesia y el azul limpio del cielo.
Esta es mi calle, la primera de mi vida y la que recuerdo aún hoy con todo detalle, por ella dí mis primeros pasos agarrada a la mano de mi padre, en ella a la entrada de las casas, en los zagüanes anidaban todas las primaveras las golondrinas, en ella me sentí querida y felíz.
Nos vinimos a vivir a Sevilla siendo aún muy pequeña y no he ido mucho a mi pueblo o al menos como yo hubiera querido, pero las veces de mayor que he ido, nunca he buscado esa calle, ni he preguntado a mi madre dónde está, no la quiero encontrar porque me da miedo, miedo a la desilusión, a que no sea o no esté como en mi imaginación aparece y porque aunque la encontrara y fuera como en mis sueños, con sus macetas, con el mismo cielo y la misma fuente, seguiría sin ser la misma, porque me faltaría la mano, los brazos, la cara sudorosa y alegre de mi padre.

Bienvenida

!Hola! bienvenidos a los posibles lectores (espero que haya algunos) de este humilde blog que hoy comienzo y en el que escribiré como su nombre indica cosas de la vida, de la mía, de los míos, del mundo en general. Vivencias, experiencias, moralejas, anécdotas... y mi punto de vista de lo que acontece o ante lo vivido.
Tengo que dar las gracias a mi familia, a mis hijos por animarme a comenzar, sobre todo a Salvi sin el que no hubiera sido posible ponerlo en marcha debido a la casi nula formación informática que poseo, pero espero con el paso de los días ir aprendiendo y aprovechar todo lo que pueda el mundo que me ofrece internet.
Si me sirve como vía de escape a la rutina de un ama de casa de 55 años, que cuida a su madre de 90 y a dos nietos pequeñitos, estupendo y si además me permite expresar mi opinión, sentimientos, quejas, alegrías... mejor que mejor.
Gracias.