A finales del 98 compramos mi casa de la playa, la de"Las Tres Piedras" muy cerquita de Chipiona. Es una zona practicamente rural, que a mi me recuerda sobremanera mi antiguo barrio de la niñez, aquel en el que me crié rodeada de vecinos con las puertas de sus casas siempre abiertas, en el que no había luces alumbrando la noche, ni agua en las casas y en invierno las calles eran un lodazal de fango y en verano el polvo y la tierra seca se tragaba, haciendo aún más asfixiante los veranos, dónde la gente intentaba paliar esa sequedad regando con cubos de agua, la zona que lindaba con la puerta de tu casa.
En "Las Tres Piedras" tambien regamos la calle por las tardes, también cogemos agua de una fuente porque en las casas el agua de pozo no es potable, también los vecinos tienen sus puertas abiertas y se escuchan los sonidos de los quehaceres domésticos en la casa de al lado y las voces y risas en las tertulias de las noches. Noches como las de mi niñez, de cielo inmenso plagados de estrellas y por similitudes hasta hay un canal parecido al Tamarguillo, que cruzamos a través (!oh, coincidencia!) de un endeble puente de madera para llegar a la playa y dónde se escucha el croar de las ranas en unas aguas estancadas, que se consumen devoradas por la sequía y los yerbajos que crecen en ella.
A veces no sé explicarme por qué la compramos, porque aunque la playa ciertamente es estupenda, el entorno como anteriormente describo echaba hacia atrás y la casa a pesar de tener una buena estructura por fuera y amplitud, estaba sin terminar por dentro, excepto los tabiques y el cuarto de baño, carecía de todo lo demás: techos rasos, solería, puertas, ventanas... todo. Creo que unido a lo que nos pareció un módico precio, se unió o influyó mi enfermedad que en aquel momento hacia estragos y creí que en esa zona tranquila, cerca del mar, podía estar mi curación. Logicamente me equivoqué.
En esta casa he vivido como todo el mundo, malos y buenos momentos y toda ella está impregnada de esas vivencias, esos recuerdos que hacen que la consideres tu casa, que la sientas parte de tí, porque sus paredes han sido testigos del paso de una vida con su altos y sus bajos y no hay habitación, objeto, árbol, planta o trocito de césped que no te toquen esa fibra sentimental que todos llevamos dentro, entendiendo por sentimientos, todos, tanto los que enternecen y llenan de amor, como los que te enfurecen hasta llegar incluso a maldecir haberla comprado.
Este verano ha sido para mí especial, el mejor de los doce que llevamos vividos allí porque nos ha reunido a todos más que nunca y hemos pasado momentos realmente hermosos. Por ello, a pesar de que en un futuro no sé si la podré seguir conservando (la crisis ataca fuerte), aunque la pierda, siempre seguirá siendo mi casa de la playa, la que atesora en sus muros y flota en su ambiente la vida de mis veranos y los de mi familia y como en todo en la vida termina, sería un ciclo, una etapa que se cierra dando paso a otra nueva, que seguro nos traera nuevas sorpresas, ilusiones, frustraciones... la vida que no para de dar vueltas.
A continuación, arriesgándome quizás a cansar un poco (pido perdón por ello) pero es lo que me sale, no puedo abstraerme a contar la vida en la casa de un día cualquiera de los veinte que allí hemos estado, todos practicamente iguales, pero cada uno con su "puntito" que a la vez lo hacían ser un día diferente.
Continuará.
En "Las Tres Piedras" tambien regamos la calle por las tardes, también cogemos agua de una fuente porque en las casas el agua de pozo no es potable, también los vecinos tienen sus puertas abiertas y se escuchan los sonidos de los quehaceres domésticos en la casa de al lado y las voces y risas en las tertulias de las noches. Noches como las de mi niñez, de cielo inmenso plagados de estrellas y por similitudes hasta hay un canal parecido al Tamarguillo, que cruzamos a través (!oh, coincidencia!) de un endeble puente de madera para llegar a la playa y dónde se escucha el croar de las ranas en unas aguas estancadas, que se consumen devoradas por la sequía y los yerbajos que crecen en ella.
A veces no sé explicarme por qué la compramos, porque aunque la playa ciertamente es estupenda, el entorno como anteriormente describo echaba hacia atrás y la casa a pesar de tener una buena estructura por fuera y amplitud, estaba sin terminar por dentro, excepto los tabiques y el cuarto de baño, carecía de todo lo demás: techos rasos, solería, puertas, ventanas... todo. Creo que unido a lo que nos pareció un módico precio, se unió o influyó mi enfermedad que en aquel momento hacia estragos y creí que en esa zona tranquila, cerca del mar, podía estar mi curación. Logicamente me equivoqué.
En esta casa he vivido como todo el mundo, malos y buenos momentos y toda ella está impregnada de esas vivencias, esos recuerdos que hacen que la consideres tu casa, que la sientas parte de tí, porque sus paredes han sido testigos del paso de una vida con su altos y sus bajos y no hay habitación, objeto, árbol, planta o trocito de césped que no te toquen esa fibra sentimental que todos llevamos dentro, entendiendo por sentimientos, todos, tanto los que enternecen y llenan de amor, como los que te enfurecen hasta llegar incluso a maldecir haberla comprado.
Este verano ha sido para mí especial, el mejor de los doce que llevamos vividos allí porque nos ha reunido a todos más que nunca y hemos pasado momentos realmente hermosos. Por ello, a pesar de que en un futuro no sé si la podré seguir conservando (la crisis ataca fuerte), aunque la pierda, siempre seguirá siendo mi casa de la playa, la que atesora en sus muros y flota en su ambiente la vida de mis veranos y los de mi familia y como en todo en la vida termina, sería un ciclo, una etapa que se cierra dando paso a otra nueva, que seguro nos traera nuevas sorpresas, ilusiones, frustraciones... la vida que no para de dar vueltas.
A continuación, arriesgándome quizás a cansar un poco (pido perdón por ello) pero es lo que me sale, no puedo abstraerme a contar la vida en la casa de un día cualquiera de los veinte que allí hemos estado, todos practicamente iguales, pero cada uno con su "puntito" que a la vez lo hacían ser un día diferente.
Continuará.