Me despertó el ruido metálico que las tablillas de madera de la persiana, hacían al chocar contra la reja de la ventana de mi dormitorio. Desperté algo sobresaltada, la habitación estaba en penumbra, gracias al suave reflejo de la luz que se colaba por la ventana, procedente de una farola apostada en la calle justo al lado de mi casa. Me mantuve un momento expectante, inmóvil y volvió a repetirse el tecleo de la persiana, pero esta vez pude ver la silueta de una sombra que insistía en la llamada. Al momento pude un escuchar un murmullo soterrado, casi mudo, pero que en el silencio de la noche oí con claridad: "Sá muerto Franco".
Lo recordaré toda la vida, porque fue uno de esos momentos que quedan tan grabados en tu cabeza, que siempre por muchos años que pasen, recuerdas con todo detalle lo que hacías ese día, esa hora o incluso minuto tan transcendentales o impactantes.
Era la madrugada del 20 de Noviembre de 1.975 el día que trás una agonía de más de un mes, moría el "Generalísimo Franco", "El Caudillo", el dictador que gobernó con mano de hierro durante 40 años los destinos de España.
Para comprender un poco lo que supuso un acontecimiento de tal magnitud en una sociedad reprimida, narcotizada, desinformada y totalmente analfabeta en temas políticos, tendría que explicar al menos de pasada, que salvo sectores específicos (a los que más abajo mencionaré), la gran mayoría de la población vivíamos apoyando a un regimen, a un dictador al que creíamos nuestro salvador, el que nos "libró" del caos y la anarquía, el que ganó una guerra cruenta y nos condujo por el camino del orden, la paz y el progreso.
No era extraño que fuera así, en los colegios desde pequeños convivíamos con la foto de Franco y cantábamos el himno de Falange "Cara al Sol" en el patio, antes de entrar en clase. En los libros de texto, aparecía como el "Caudillo" que nos había salvado de las "hordas rojas", éstas representadas en viñetas dibujadas como demonios con cuernos y rabos incluidos, no se mencionaba nada de golpe militar o sublevación sino de salvación al triunfar venciendo a los enemigos de España que nos querían esclavizar. No se estudiaba los sistemas políticos que imperaban en Europa o el resto del mundo y se aprovechaba cualquier acontecimiento o noticia extranjera para criticar la forma de vida de una sociedad considerada libertina, que no liberal, materialista y falta de valores morales y espirituales.
En los hogares, los mayores que habían vivido la tragedia de la guerra en sus carnes, no osaban abrir la boca, asustados y escarmentados por las experiencias vividas, sólo querían que sus hijos vivieran y crecieran en paz, considerando que la mejor manera era mantenerlos alejados y desinformados de lo que pasó en realidad.
Los periódicos, la televisión, el cine, padecían una censura feroz y por supuesto un gran número de escritores, poetas, filósofos... importantísimos tanto españoles como extranjeros, no tenían hueco en nuestras librerías.
Hasta la muerte de Franco, la gran mayoría ni siquiera conocía la palabra democracía y ni que decir de lo que significaba. De esta manera, creo, se puede comprender la incultura política y la represión que padecíamos y lo peor de todo era, que ni siquiera éramos conscientes de ello y del déficit tan enorme que en ese sentido padecíamos.
La noticia no por esperada, dejó de ser traumática, temida e indeseada para la gran mayoría, entre los que me encontraba. Sé que puede sorprender en estos tiempos que se temiera la muerte de un dictador que podría suponer la liberación y el fin de un regimen totalitario, pero para nosotros como arriba explico no era así. Nosotros nos sentimos perdidos, desamparados, había llegado el tan temido momento que durante toda nuestra vida habían alentado y con la que nos habían machacado continuamente "el día que muera Franco, se liará otra vez y volverá la guerra".
Nos lo creíamos " a pie juntilla" porque eramos ajenos a que no todo el mundo vivía en la ignorancia. Como arriba comentaba, había sectores de la sociedad que se movían, que llevaban preparándose años para este momento y que al contrario que nosotros, celebraron esta muerte con toda pompa y alegría. Había organizaciones clandestinas, que operaban desde el primer momento de la dictadura y en contacto siempre con los líderes políticos de los principales partidos en el exilio (PSOE, PCE) y cuyas ramificaciones se extendían y operaban entres dos sectores sociales cruciales: el mundo obrero y agrario y el mundo universitario.
El primero, en las fábricas, en el campo, la población más explotada y reprimida, con las peores condiciones para sobrevivir. Allí se introducían cédulas clandestinas como acicate para animar, informar, empujar e infundir valor para rebelarse y protestar por las injusticias y la situación en que vivían. El segundo sector y muy importante: el estudiantil. La Universidad, catedral del conocimiento, la base dónde debe apoyarse una sociedad que quiere crecer y prosperar. En este mundo, al regimen ya le era imposible engañar, fingir o tergiversar a su antojo. Los estudiantes tiraban de los hilos necesarios para documentarse y comprendieron que no podíamos seguir viviendo aislados del resto del mundo y empezaron las revueltas, las protestas, la unión con la clase obrera y ya en los últimos años del franquismo, el rebaño sumiso y obediente que habíamos sido durante 40 años, empezó a levantar timidamente sus cabezas.
El acontecimiento me pilló a punto de cumplir 22 años y a 8 meses de celebrar mi boda. Trabajaba de secretaria en una importante Empresa catalana y me había permitido el lujo de comprarme el 133, un utilitario que la Seat lanzó al mercado como sustituto del mítico Seat 600. Firmé no sé cuantas letras de cambio para pagarlo y para no tener que cizar ni una peseta al sueldo que necesitábamos en casa, me apunté a hacer todas las horas extras habidas y por haber que salían, durante las que "aporreaba" sin descanso una "Olivetti" ya !por fin! eléctrica, en la que transcribía sin descanso informes y proyectos sobre repoblaciones de eucaliptos en los montes de nuestra Comunidad.
En un barrio, que ya no se denominaba barrio, sino "Núcleo Residencial" que sonaba mejor y más moderno, habíamos comprado mi novio y yo, un piso. Un piso dentro de ese "Núcleo" que a pesar del pomposo nombre, quedaba en aquellos tiempos alejado, aislado en las afueras y rodeado de campo. Sin línea telefónica ni servicio de autobuses, salvo el que pasaba para Alcalá, pero que para nosotros era precioso y lo arreglábamos con una ilusión tremenda.
Salvo la enfermedad difícil y penosa de mi padre, la vida se portaba bien. Atrás habían quedado los tiempos tormentosos de la lucha entre mis padres y mi novio y ahora vivía relajada y feliz y aunque bien es cierto que no teníamos ni un duro, porque todo era para pagar, tuve la suerte de tener un grupo de amigos, mi hermano y cuñada inclcuidos, con los que nos divertíamos.
Por eso aquella madrugada, por un momento, todo se tambaleó en mi mente y el temor a un futuro incierto y a que pudiera peligrar todo lo que con tanto trabajo había ido consiguiendo, se apoderó de mí.
(Continuará)