irme con la manita de mi hermana entre mis manos. Pero, era evidente que aquello no era un mal sueño, era la realidad, la que mi padre había elegido para mi, pensando que de esa manera viviría una vida mejor que la suya, ya que en el pueblo el único futuro estaba en el campo. Quería que conociera mundos distintos, que aprendiera a hablar como la gente de ciudad, que aprendiera bien el oficio y me pudiera valer por mí mismo. Ahora casi en el final de mi vida pienso muchas veces que se equivocó, que mi felicidad estaba en el pueblo al lado de ellos, pero por otro, pienso también que acertó de pleno, pues la vida es tan imprevisible, da tanta vueltas que nunca se sabe lo que puede pasar y en aquel tiempo nadie, ni por asomo, podía sospechar lo que se nos avecinaba, una guerra fraticida que si me hubiera cogido en el pueblo, ahora sería poco probable que estuviera aquí.
Por fin el carro paró y me vi de pie en la carretera, frente a una tienda preciosa, grande, como jamás creí que existieran, !que diferencia con la de Manolita, del pueblo! Una puerta con dos alas mitad madera y en la parte superior cristal, por ellos se podía entrever un gran mostrador flanqueado por dos balanzas blancas y al fondo, hileras de estanterias que llegaban hasta el techo cargadas de latas apiladas de conservas, botellas de vino y licores, cajas de infusiones, cafe de Colombia.. A un lado de la puerta de entrada un gran ventanal, desde dónde podía verse una gran cantidad de ultramarinos, todos colocados con gran maestría: sacos blancos rebosantes, de lentejas, de garbanzos y chicharos, tinajitas de miel, quesos manchegos, morcillas y tocinos, huesos del puchero, latas de melocotones en almibar y conservas de caballa, de atún... y en una esquina una enorme pata de jamón. Eso -le dije al cosario- no es una ventana al uso, las ventanas del pueblo están adornadas de macetas con flores de colores o helechos o jazmines. El cosario me aclaró que a "eso" se le llamaba en la capital escaparate y que servía para que la gente que pasaba por la calle pudiera admirar la variedad y calidad de productos que se podía comprar en esa tienda, pues al resultar tan apetecibles a la vista !cuanto no sería al paladar! apremiaba a la gente a comprarlas. Cosas de la ciudad -decía- es que lo sevillanos, para esto de los negocios son "mu avispaos". Me mareé, todo me daba vueltas y el estomago me subía hasta la garganta pidiendo su ración, !había tantas cosas para comer! y casi nada de lo expuesto era conocido por mi paladar, pero seguro que todo debía estar buenísimo.
Casi desfallecido el cosario me introdujo en la tienda, alli conocí al Sr. Florian, el dueño, un señor ya mayor, que me sentó sobre un saco de patatas pues no me mantenía en pie, y a la Sr. Encarna su esposa, que viendo el estado en el que me encontraba, tardo poco en traerme un tazón de caldo que me supo a gloria. Ya algo repuesto y sin apenas atreverme a levantar la cabeza, el amo me explico que ellos vivian en el piso de arriba, pero yo tendría que dormir abajo, en la trastienda, pues en su casa no disponian de sitio para mi. Que tendría que levantarme todos los días a las 6 de la mañana para limpiar la tienda antes de que la clientela empezara a llegar, que tendría que ocuparme de preparar y llevar a los domicilios en un carrillo los emcargos, empaquetar, hacer cartuchos, mantener las balanzas brillantes, descargar de los carromatos la mercancia y colocarla, etc., etc. y por supuesto encargarme de mi aseo personal, lavar y planchar mi ropa además de llevar siempre colocado el babi marron que me había comprado como uniforme de trabajo.Terminó diciendóme que mi padre le habia hablado bien de mí y esperaba que no le desfraudara, que estuviera siempre atento y dispuesto para aprender y hacer las cosas bien. Sin más abrió la puerta que comunicaba con la trastienda y se despidió hasta el día siguiente.
Corrí hacia la puerta de la calle en cuanto me ví solo, con un poco de suerte podría llegar a tiempo para ver cómo el carromato que me había traido de mi pueblo se alejaba por aquella calle estrecha y oscura, se iba el único lazo que me unía a los mios y no pude evitar que las lágrimas corrieran por mis mejillas manchando a la vez el cristal de la puerta porque mi cara no quería despegarse de ella. Al cabo de un tiempo que no pude calcular si fue grande o pequeño, me volví temblando de miedo hacia la trastienda, el lugar que de ahora en adelante sería mi casa. En ella se atiborraba la mercancia: sacos apilados, botellas, latas, tinajas de aceitunas... del techo colgaban jamones, resumiendo aceite y chorizos y morcillas y un bacalao seco, y más quesos y especias de todas clase en saquitos: pimienta, orégano, tomillo, comino... el olor de toda esa variedad de productos era intenso y me molestaba, pero con el tiempo me fui acostumbrando a él, a ese olor característico de las tiendas de ultramarinos de la época. En un rinconcito debajo de una ventanita casi al ras del techo, habían colocado mi cama que más que una cama era un camastro que carecia de almohada, con un colchón de "borra", las sábanas y una manta. Una caja de madera, hacía las veces de ropero y en la tapa de la misma, una vela sujeta en el gollete de una botella de vino me alumbraría por las noches, porque a pesar de que había luz electrica y una bombilla colgaba del techo, no me estaba permitida encenderla para ahorrar consumo. Una palangana blanca y una jarra de porcelana junto a un pequeño espejito en la pared servirían para mi aseo y justo al lado una puerta comunicaba con un pequeño patio cargado de macetas llenas de flores, 3 o 4 jaula de pajaritos, una pila para lavar la ropa, y al final un pequeño cuartito con un retrete, un cubo de cinc para echar agua, y un gancho que atravesaba hojas de papel de periodico. Ese iba a ser en adelante el sitio en el que viviría, lejos de los mios, de mi querido pueblo, de mi campiña y mi arroyo."
Fue todo muy duro para él , porque a pesar de que los dueños lo trataban bien, estaba bien alimentado, fue probando alimentos que hasta entonces le eran desconocidos, le encantaba el bullicio de la calle,el trasiego de la gente, la chavalería jugando en la calle..., le faltaba el cariño de sus padres, los juegos con Rosarito, las carreras por la calle Mayor tras las zagalillas, las siestas bajo un árbol en la campiña cuando a veces su padre se lo llevaba con él, la risa, la alegría, las canciones de su madre, la banda de música los domingos en la plazuela, los baños en el arroyo mientras las mujeres lavaban la ropa, la libertad... Pero a todo se termina acostumbrando el ser humano, y él no iba a ser menos, a pesar de la añoranza, de la tristeza por lo que había dejado atrás, supo sacar lo bueno de esta situación a pesar de su corta edad. Saltaba de la cama pensando que tenía que aprender mucho, porque en el futuro cuando se hiciera mayor, soñaba con tener una tienda como aquella y de esa manera se podría traer a su familia a Sevilla, quitar a su padre del trabajo del campo y a su madre de las incomodidades y penalidades que padecía, soñaba con conseguir que su hermana se hiciera una señorita de capital, con visitar todos juntos el pueblo en las fiestas de la patrona, y reunirse con toda la parentela. Ese era su sueño y eso le daba fuerzas para empezar cada día con fuerza su jornada de trabajo, jornada que se alargaba desde las 6 de la mañana hasta la 10 de la noche, hora en que una vez cerrada la tienda la preparaba y ordenaba para el día siguiente. Así todos los día de la semana incluido el domingo, solo ese día por la tarde de 4 a 8 tenía libre para salir y a sus padres los visitaba tres veces al año, un par de días cada vez , días que apuraba hasta el último segundo en el que tenía que volver otra vez a la capital.
Así fueron pasando los dias, los meses, los años, ocho en total y se hizo un hombre, tenía el mismo caracter alegre, bromista, abierto y risueño que su madre, un magnífico don de gente y un arte para el mostrador que atraía a la gente. Aprendió el oficio a la perfección y se ganó el cariño y la confianza de su tutor en Sevilla, el Sr, Florian, que terminó casi delegando la tienda en él por motivos de salud y la carencia de hijos. Se aficciono al cine y no había actor o actriz de la época que no conociese, ni película que no hubiera visto, entraba en las sesiones "continuadas" y agotaba el tiempo libre de los domingos viendo películas. Se hizo aficcionado del Betis, porque en la tienda desde que llegó había colgado un escudo del equipo y él que en su vida había ido a un partido de fútbol se hizo bético y hasta su muerte defendió sus colores. Intentaba todos los meses ahorrar un poco del jornal que desde hacía dos años el Sr.Florián le pagaba y comprar regalos para sus padres y "chucherias" y "abalorios" para su hermana que poquito a poco se estaba haciendo mayor. Los años de tristeza, de lucha, de soledad... iban quedando atrás y !por fin! parecía que la vida empezaba a sonreirle.
Finalizaba el año 1935. Tenía 20 años.
Continuará