sábado, 30 de enero de 2010

Marta del Castilllo


Hace unos días se ha cumplido el primer aniversario de la desaparición y muerte de Marta del Castillo y no puedo dejar de dedicarle unas líneas, un recuerdo y mucho sentimiento a una niña a la que conocí desde que tenía siete añitos y a una familia a la que tengo un gran cariño y a la vez una gran admiración por la entereza con la que están llevando esta tragedia, ya que me consta, porque hablo con ellos con bastante regularidad, el sufrimiento que están padeciendo.


La niña que conocí con siete años era preciosa, delgada, cuyo cuerpo apuntaba ya, aún siendo tan pequeña, una elegancia que pasado los años se sumaba a una figura estilizada y armoniosa. Rubia, con abundante melena, que durante el verano, expuesta al sol y al mar durante tantas horas, se le veteaba con mechones que de puro rubio perdían hasta el color. Los ojos muy grandes de color verde y los labios gorditos y bien dibujados. Era tímida y callada pero a la vez simpática y agradable. Es cierto lo que de ella comentan sus amigos en la tele, reía mucho, era muy alegre. No fue buena estudiante, los libros eran su caballo de batalla, según me contaba su abuela Teresa cada verano cuando llegábamos a la playa - "este año, Marta, también tiene que estudiar, le han vuelto a quedar algunas"-


Los años han ido pasando muy cerca de ellos todos los veranos, y he sido testigo directo de cómo la niña evolucionaba poquito a poco hasta hacerse practicamente una mujer, una mujer muy guapa, muy atractiva (las fotos que salen en la tele, no le hacen justicia) pero conservando todavía esa mirada inocente, cándida y tímida de cuando era niña.


Y así llegamos hasta el ultimo verano juntos, el del año 2008. Ese verano yo acababa de ser abuela por segunda vez y llegamos a la playa algo más tarde que de costumbre. Venía con nosotros mi hija aún convaleciente de una cesárea y su niño, mi nieto de diez días y un peso que apenas sobrepasaba los tres kilos. Ella no estaba todabía allí, ese año sus padres, se habían podido permitir llevar a sus tres hijas de vacaciones a "Eurodisney" y los abuelos, Antonio y Teresa y los tíos Javier, Ana y la pequeñita Alba, su prima preferida, los esperaban con impaciencia.


Cuando llegaron me sorprendió verla, en un año había cambiado muchísimo y como antes comentaba, se consolidaba como una chica guapísima. Le encantó mi nieto y con Marco se reía mucho, por lo que raro era el día que no pasaba o se asomaba a verlos (le encantaban los críos). Charlamos ese año más que nunca, me contó lo que había disfrutado en Francia, lo bien que ese año había terminado el curso, el montón de fotos que se habían hecho y los recuerdos tan bonitos que traía de "Disney", lo que en un futuro quería estudiar, por supuesto algo que fuera relacionado con los niños...


Como todos los años vino a despedirse a casa pues regresaban días antes que nosotros. Me comentó que tenía muchas ganas de llegar a Sevilla para ver a sus amigos y empezar otra vez la "rutina" de la vida "normal".


Esa fue la última vez que la ví y es la imagen que conservo de ella en mi memoria, quizás la más bonita que podría tener: la de una chica guapa, llena de vida, tostada por el sol, de maravillosos ojos verdes, que se despedía de mí riendo y besándome en el jardín de mi casa, como siempre, hasta el verano que viene.


Ese verano nunca llegará, pero mi familia y yo la recordaremos siempre.


Quiero en su homenaje, transcribir aquí una carta que escribí a los cuatro meses de su desaparición y que fue publicada en la revista "El Semanal" con el título de "Las Tres Piedras". Descansa en paz Marta.


"LAS TRES PIEDRAS"


Tengo una casa muy cerca del mar, un mar abierto al cielo que besa una playa de arena fina a la que no se le ve el fin, dónde brillan cuando las marea está alta, tres picos erguidos y desafiantes, aviso -dicen- de pescadores: "Tres Piedras" le llaman, tres rocas que cuando la marea baja alberga camarones, almejas, cangrejos... que hacen las delicias de los más pequeños.


En esa playa de "Las Tres Piedras" alejada del bullicio de zonas costeras masificadas, he pasado ya diez veranos de mi vida y espero que vengan muchos más, siempre con la sombrilla en el mismo sitio, rodeados de la misma gente que vemos de año en año. Pues ahí, casi pegadita a esta playa, está mi casa, una casa conseguida a base de mucho trabajo y sacrificio, como todos los que allí vivimos, una zona casi rural, dónde todavía no disponemos de luces en la calle, dónde el agua es de pozo y el alcantarillado es sustituido por "pozo negro", pero no importa, allí somos felices y vivimos en total libertad, lejos de etiquetas y convencionalismos.


Mi casa tiene una azotea desde dónde se ve el mar y unas puestas de sol impresionantes, y un pequeño jardín con rosales de diversos colores, un olivo y un limonero que contra todo pronóstico ha sobrevivido a la cercanía del mar y tiene azahar todo el año, allí colocamos una piscinita de plástico dónde se bañan mis nietos... y justo al lado, separada solamente por una malla adornada con plantas, geranios y una dama de noche que perfuma el aire, está la casa de Antonio Casanueva "mi vecino de la playa". Su casa es igual a la mía, con su azotea por dónde charlamos al tender la ropa y su jardín con un toldo en el centro bajo cuya sombra, espera siempre una mesa, invitando a la comida, al descanso o a la charla.


La casa de ellos se llena como la mía, de los abuelos, los hijos, las nietas (cuatro niñas preciosas, Marta, Lorena, Mónica y Alba) a las que hemos ido viendo crecer año tras año. Los veranos han estado repletos de juegos, carreras, risas, de bicicletas por la calle sin peligro de coches, de olor a barbacoa, de horas de sietas impuestas, de tertulias en el silencio de la noche bajo un cielo plagado de estrellas, de amistad de verdad, de ayuda mutua, de saber que hay una familia al lado en tu misma sintonía, de vida tranquila, de descanso y de paz, con el gozo de ver felices a los hijos y crecer a los nietos abarrotándose de sol y playa.


Pero este año no será lo mismo, este año no oiré la voz alegre de Eva, llamando a sus niñas para que hagan los deberes, ni sus risas camino de la playa, ni veré salir a las tres hermanas en bicicletas a comprar helados, ni Teresa la abuela, me contará con orgullo lo guapa que está su nieta mayor. Su preferida, a la que no veremos en la playa reunida con su pandilla de verano y tantas cosas imposibles de enumerar porque me faltaría espacio. Porque aunque estaremos allí, todo ha cambiado y es que falta Marta y falta porque unos indeseables le quitaron la vida (!Dios mio, que pena!), una vida que estaba llena de de alegría, de ilusión, de futuro, de belleza y bondad.


Ya los veranos no serán igual porque a esa familia, a la que quiero, que están allí pegaditos a la mía, esos... (no sé como calificarlos), les han arrebatado la felicidad.


P.D.: Si Marta del Castillo fuera hija de un cargo sea político, militar, judicial... ¿creen que después de cuatro meses sin aparecer su cuerpo, no hubieran hecho hablar al asesino y compañía?

domingo, 24 de enero de 2010

La vida puede ser bella

La vida está hecha de pequeños retales, porque la vida no es tela de una sola pieza, hecha del mismo tejido, color y textura. La vida es como un péndulo, oscilando continuamente: arriba, abajo, abajo y arriba. Cuando está arriba, la vida es un retal del tejido más suave que pueda existir, de la seda más fina dibujada de maravillosos colores que llenan tu corazón de felicidad, tranquilidad, amor... Cuando el péndulo baja, el retal es una tela basta de ordinario y oscuro colorido que araña la piel y daña la visión.
Esa es la vida y así hay que aceptarla, sabiendo que nos vendrán momentos, vivencias, de muy diversa índole y por lo tanto hay que apechugar con los malos de la mejor manera posible y aún sabiendo que suena a tópico, disfrutar y apurar al máximo, el retal de seda que nos regala de vez en cuando.
Hoy ha sido uno de esos días de seda en el que la vida hace que te reconcilies con ella, porque te hace comprender que no es tan difícil conseguir esos momentos dulces que te llegan al alma, sin necesidad de derroches, gastos superfluos, fiestas o poder.
Basta con reunir a tu gente más querida en un salón adornado de globos, guirnaldas y banderitas de colores y sentarlos alrededor de una mesa sencilla, repleta de viandas aportadas entre todos: unas tortillas, un vino, unas gambas, un buen queso, una ensaladilla, unas salchichas..., nada del otro mundo, pero a la vez lo mejor del mundo. Sazónalo todo con una buena dosis de alegría, complicidad, cariño, admiración y vuelcálo todo en la principal protagonista y responsable de que estemos aquí y la felicidad está conseguida.
Nuestra madre, la abuela querida, cinco veces repetida, la bisabuela por doble partida, ha cumplido noventa años y todos, los diecisiete que componen ya su familia directa, hemos estado hoy aquí, queriéndola y arropándola.
Os aseguro que no hay dicha comparable a esas lágrimas de felicidad, de agradecimiento, de amor, que le he visto resbalar por sus mejillas, al vernos juntos sorprendiéndola con esta fiesta que no esperaba, cuando los más pequeñitos - Marco y Emilio - con los mayores le hemos cantado el cumpleaños feliz y cuando frente al televisor hemos visto el video hecho de los retales de seda de su larga vida.
La vida puede ser bella. Feliz cumpleños, mamá y que cumplas muchos más.

miércoles, 20 de enero de 2010

El ordenador y el maestro

Ya escribí sobre mi colegio y cómo una persona, mi maestra, supo inculcarme el afán por aprender, la curiosidad, la inquietud para superarme, pasando antes como es lógico por una buena formación, tanto intelectual como - más importante aún - humana.

No quisiera ser reiterativa, pero no puedo evitar subrayar que supo hacernos fácil lo difícil, que se sentaba a nuestro lado y repetía con nosotras las lecciones, estimulando así la memoria, que nos castigaba con doble tarea, cuando no llevábamos los deberes hechos. Ella nos explicaba las veces que hiciera falta, en la gran pizarra negra, la gramática y sus reglas ortográficas, la geografía dibujando cordilleras y ríos para hacernos comprender las cuencas fluviales, la geometría con sus triángulos, ángulos y cuadriláteros, que mayoritariamente odiábamos y la escalera para que entendierámos mejor el sistema métrico decimal. Los problemas de granjeros que venden vacas y compran cabras, que nos parecían tan difíciles y acabamos dominando, la tabla de multiplicar que aprendimos cantando y los ríos más importantes de España con su recorrido y afluentes... Ella jugaba con nosotras en el recreo y supo darnos sin dejar de lado la disciplina y el respeto, cariño, educación y formación.

Fue tan importante que nunca le he olvidado y marcó en gran medida mi personalidad.

Hoy cuando leo o escucho en la tele o en la radio, que la Junta dotará a cada niño, creo que de 5º y 6º de EGB, de un ordenador para su uso en clase, me parece maravilloso, porque pienso "!Dios mío! si en mis tiempo hubiéramos tenido algo así ¿qué se nos hubiera resistido?" Tener en tus manos un mundo abierto, con toda la información existente a tus pies, unido al factor humano del tutor, es un bombazo de incalculable valor.

Pero... sigo leyendo y se me empiezan a caer los palos del sombrajo, resulta que con el dinero presupuestado para la compra de los mísmos, se podrían pagar los sueldos anuales de 3.000 maestros y que en Andalucía hay un deficit de 19.000.

Bueno, esto ya no es lo mismo. No hay nada, nada que se pueda comparar a la labor humana, por mucha tecnología que tengamos. Un maestro, una maestra, son insustituibles y nuestros niños de hoy tienen el derecho a no quedarse ni un solo día sin ellos. Como es natural todo el mundo tiene derecho a enfermar o sufrir circunstancias que le hagan faltar a su trabajo, pero el protocolo de sustituciones debe ser tan eficaz que el alumno ni puede, ni debe pasar más de uno o dos días sin sustituto. No se deben escatimar medios de ningún tipo para ello, ni recurrir al "comodín" del profesor de apoyo, porque éste tiene que atender las necesidades de otros niños que lo necesitan.
Por todo ello, no hay que ser muy listo para comprender que para nada sirve un ordenador, si falta la presencia humana durante muchas horas lectivas del curso escolar por la no sustitución de bajas, unas porque se consideran menores, por ejemplo una semana y es mejor pensar que por una semana no pasa nada. Otras son largas, como por ejemplo una baja maternal y entonces se retrasa todo lo posible, racaneando días, remoloneando para pagar lo menos posible.
Tengo una hija maestra, afortunadamente trabajando, con una vocación por su trabajo, que me recuerda a la mía de hace ya 45 años. Disfruta con su trabajo, raro es el día que no viene contando cualquier anécdota simpática de alguno de "sus niños", la veo preparar sus clase con la mayor ilusión, sentarse frente al ordenador recabando datos, información, juegos, cuentos, canciones... para ellos, quitándole tiempo si es preciso a su propio hijo y familia y me hace pensar que la valía para enseñar , la dedicación, la humanidad y el cariño hacia los menores, no cambiaran nunca en un maestro/a vocacional ya fuera en mis tiempos, en los de ahora o en el futuro, lo que sí cambia son los medios y los actuales son fantásticos, pero no imprescidibles, el maestro sí lo es.
Tengo un hijo también maestro, es exactamente igual a su hermana, vocacional y será excepcional, cuando lo dejen trabajar. Ahora está en una bolsa de trabajo de la Junta, superabultada que no se mueve, porque al parecer con esto de la crisis, no hay dinero para pagarles.
De momento, un ordenador, le quita el sitio, el dinero no da para las dos cosas, así que puestos a elegir han optado por el ordenador que tiene más "caché" de cara a las próximas elecciones.
!Así nos va!

miércoles, 13 de enero de 2010

Una vida de poesía. Segunda parte

Se enamoró de una mujer que lo engañó. Llegaron a torearlo por la calle y no se daba cuenta, estaba ciego, cuando se confirmó lo evidente, la dejó. Poco después, ella apareció por su casa responsabilizándolo de su embarazo. No la quiso ni ver porque sabía que si lo hacía no tendría valor para separarse de ella y negó su paternidad. Supo que nació un niño, con el que de mayor se cruzaba por la calle alguna vez y agachaba la cabeza, no tenía valor para mirarlo. Los rumores que le llegaban no dejaba lugar para la duda, era su hijo, no había más que verlo, igualito a él, igual que mi abuelo, por tener de su padre, tenía hasta el defecto del ojo derecho. Nunca habló de él con nadie y nadie supo nunca cuales eran sus sentimientos al respecto.
Conoció a su mujer cuando ya se movía en circulos literarios y hacía sus "pinitos" en algún que otro acto. Era la mujer más guapa del pueblo, yo he visto fotos de ella en su juventud y me admiro de su belleza casi perfecta, rubia, alta y ojos azules realmente hermosos. Ella cayó a sus pies, se enamoró primero de su poesía, después de su personalidad y lo amó hasta su muerte.
Publicó su primer libro de poesía "Voces del Alma" en 1.949, le siguió "Como las flores del campo" y "Romances de Andalucía". Se lo disputaban en cualquier acto literario, en conferencias, en "Juegos Florales", pregones... porque aún mejor que poeta, era orador, orador nato y recitador. Recitaba con tanto sentimiento que sus palabras llegaban al alma y te hacían poner la piel de gallina. Dió recitales en Madrid, Barcelona, en todas las ciudades y pueblos andaluces. Fue pregonero de la Semana Santa de Utrera, Alcalá, Sanlúcar de Barrameda... A su pueblo le dedicó su último libro publicado en 1.991 "Aromas de Alcalá". Organizó y puso en marcha la famosa tertulia literaria "Noches del Baratillo".
Su vida era un ir y venir de un sitio a otro, siempre llevando su sentir andaluz y su amor a la poesía y al pueblo por bandera.
Al igual que su padre, lo sabía todo del flamenco, el mítico "cantaor" Antonio Mairena era su "compadre", le bautizó a su hija pequeña, aquella que le llegó muy tardiamente, cuando nadie la esperaba, una tarde de Reyes, según cuenta en una poesía que le dedicó cuando era pequeñita.
La vida se la tenía sentenciada. Su hijo mayor, el sucesor de su apellido, el que nació con las piernecitas encogidas, atrofiadas por una mala enfermedad muscular, el que llevó a los mejores especialistas de España, el que consiguió andar y no arrastrarse, a los seis años a golpes de sufrimientos, rehabilitaciones, ejercicios, el niño inteligente con estrabismo (también), el adolescente divertido, sin complejos por su enfermedad, a pesar de su cuerpo algo deforme, el rey adorado por sus tres hermanas menores... murió sin que nadie pudiera imaginarlo, una tarde preciosa de primavera a los veinticuatro años. Se metió en la bañera cuando llegó de trabajar y allí se quedó, parece ser que el calor del agua y la relajación del baño, el corazón (músculo al fin y al cabo) se paró. Ni la patada tirando la puerta con todo el coraje, el ansia y la desesperación del mundo al ver que su hijo no salía, lo salvó.
Lo sacó en brazos, desnudo, chorreando de agua y los gritos de angustia y llanto se escucharon por toda la calle. Nunca volvió a ser lo que fue, se le apagó la ilusión, no pudo ni escribirle una poesía. Siempre comentaría que cuando el niño era pequeñito y recorrieron con él tantas consultas médicas buscando soluciones para paliar un poco el sufrimiento, hubo un médico que le dijo, que no sobreviviría más allá de los veinticinco años, que la enfermedad era verdaderamente muy traicionera. Se le había olvidado el comentario y ahora no se lo podía sacar de la cabeza.
Cuando su padre muriendo, le agarró la mano para decirle "Manolo, Alcalá" él le prometió que así sería y lo cumplió. Era la primera vez que lo oí hablar en público. Lo tenía frente a mí, emocionado, resumiendo en pocas palabras lo que para él su padre había sido y lo que luchó por su pueblo. A los que allí estábamos nos supo trasmitir magistralmente su emoción, cariño, respeto y admiración por él.
Cuando el alcalde, después de sus palabras, descubrió el rótulo con el nombre de su padre en la calle, no podía imaginar que 21 años después, la historia se repetiría con él, hasta en eso se parecieron, pero esta vez no estaría allí su hijo para hablar de su poesía y de su vida.
Nota: Quiero transcribir, una poesía de él, que yo le recitaba a mis hijos cuando eran pequeños y que les hacía mucha gracia. Se titula: "Romance de Joaquín "el de la Paula". Dedicada al gitano que vivía en las cuevas, amigo de su padre, que le cantaba a los "señoritos" de la época, para darles de comer a sus hijos.
" Era Joaquín de la Paula
gitano de pura cepa,
"cantaor" por soleares
de raiz alcalareña.
Siempre aterido de frío
como gitano que era
en el caluroso Agosto
le agradaba una candela.
El sombrero de ala ancha
sobre su blanca cabeza,
una pelliza raida
de siempre llevarla puesta,
un bastoncillo de mimbre
y unas medias botas negras,
completaban el ropaje
de esta figura flamenca.
Vivía Joaquin de la Paula
en una de aquellas cuevas
del castillo de Alcalá,
que él se había adueñado de ella,
porque según su decir,
Dios puso al hombre en la tierra
asignándole a "ca" uno
un sitio "pa" que viviera.
Con él compartían su hogar
el Enriquillo y la Hiniesta,
dos churumbeles más negros
que una noche de tormenta
que a todas horas del día
tenían la boca abierta.
-!Opá! Tengo mucha "jambre"
- !Hijo! Qué "jambre" tan negra.
Y así vivía Joaquín
y a la puerta de su cueva
de Córdoba, de Sevilla,
de la Andalucía entera
llegaban los señoritos
a llevárselo de juerga.
Y entre copa de aguardiente
sentado en la taberna
soliá decir Joaquín:
-El que quereis que les cante:
Soleares, peteneras,
cañas, polos, martinetes...
-Canta, por lo que tu quieras.
Y con la izquierda en la faja
accionando con la diestra,
echando el cuerpo adelante
y con cara descompuesta
cantaba entre oles y palmas
esta soleá flamenca:
-La suerte que tú has "tenio"
que yo no tengo mala lengua,
que yo nunca la he "tenio"
ni quiera Dios que la tenga.
Así una copla y otra copla,
todas las que le pidieran,
que él se partía el corazón
porque sus hijos comieran.
Y ya a las claras del día
dando final a la juerga
y recogiendo el dinero
que bien ganado tuviera,
muy lentamente, despacio,
caminaba hacia la cueva
murmurándose entre dientes:
-Hoy se "jartan" de comer
el Enriquillo y la Hiniesta."
Termino con unas palabras que él introdujo en el prólogo de uno de sus libros: " en este libro, lector, encontrarás ante todo sinceridad y amor, sinceridad de una poesía que nace en mi alma con toda sencillez y espontaneidad, amor porque sin amor no puede existir la poesía, amor por todo lo que nos une y nos ata a la vida, amor por el libre vuelo de los hombres y amor por todo lo bello y hermoso de la tierra que nos vio nacer":
"Todo lo di y no me pesa
porque amor es darlo todo
sin esperar recompensa"

martes, 12 de enero de 2010

Una vida de poesía. Primera parte

Mi abuela tuvo tres partos de mellizos. En el último de ellos, murieron los dos al nacer. En el segundo, sobrevivió uno, al otro lo atacó la meningitis y murió. En el primero, niño y niña lograron salir adelante cuando ya
tenían un pie en el otro barrio, como decimos por aquí.

Mi abuela no tenía leche para amamantarlos y ellos eran totalmente intolerantes a la de vaca. Cogían el biberón con avidez, pero sus cuerpecitos la rechazaban a través de unas "cagaleras" terribles que amenazaban con deshidratarlos.
En aquellos tiempos, año 1.920, no tenían otros medios, o era una u otra. Mi abuela maldecía la sequedad de sus pechos y la desesperación la embargaba cuando veía a sus niños morir un poquito cada día. Pero una madre nunca se da por vencida y aún sabiendo que la muerte los perseguía, ya cogía a uno y a la otra, los arrullaba, les mojaba sus labios secos y cuando ya ni podían succionar, les abría la boquita con la lengua casi pegada en el paladar y le echaba una, dos gotitas de la leche de la vaca que tenían en el establo de su madre, rebajada con agua. Y así con toda la paciencia y el amor del mundo, lo consiguió. Los niños fueron asimilando tan precaria alimentación y sus cuerpecitos aprendieron a digerir la leche que tanto daño les hacía. A los tres meses eran dos niños rollizos, colarodotes y alegres. Se ve que eran luchadores y con ganas de vivir, la vida tanto la de uno como la de otra, le dieron la razón, cada uno en su estilo han sabido "guerrear" duro.
Al niño le llamaron Manuel, a la niña, Ana.
No se parecían en nada, Manolo igualito que su padre, muy moreno, nariz porrona y orejas grandes, los ojos variaban, eran oscuros y con estrabismo en el derecho, lo que vulgarmente denominamos como bizco. Anita, blanca, casi rubia, de ojos color miel y pelo ondulado. Él muy despierto, muy inteligente y como su padre muy inquieto por todo lo que fuera saber. A ella todo le costaba mucho más, aprender, conocer las letras, expresarse... Mi madre siempre me ha dicho que su hermano se llevó el lote completo de inteligencia, que acaparó en el vientre de su madre, hasta la que se suponía le pertenecía, dejándole sólo las "raspaduras". Yo siempre le he contestado," tú te llevaste toda la belleza y a él le dejaste lo justito, así que no os podeis echar nada en cara".
Fue poco al colegio, la época era así para la mayoría de las familias no adineradas. Su infancia la pasó muy pegado a su padre. Al ser su primer hijo varón y tan parecido a él, mi abuelo lo empapó desde pequeño de sus aficciones, ideología, de su lucha por la libertad, de amor a su pueblo, de flamenco. Con doce, catorce años, leía los libros de la biblioteca de su padre, asistía a sus mítines políticos y lo acompañaba a las cuevas de los gitanos a escuchar los cantes de Joaquín "el de la Paula" y las tertulias flamencas.
La guerra y la huida de su padre del pueblo lo alcanzan con dieciseis años y de un plumazo se hizo hombre, asume las funciones de cabeza de familia, trabaja sin descanso, en la aceituna, en el pan, para ayudar a su madre, esclavizada cosiendo y sacar a sus hermanos adelante. Mientras, su melliza se ocupa de las tareas de la casa.
No puede olvidar a su padre e intenta saber que le ha pasado. Logra contactar con cédulas clandestinas para recabar datos, pero no confirma ninguna de las noticias que le llegan de él y pasa toda la guerra sin saber si está vivo o muerto. Fuero tres años de incertidumbre terribles. El poco tiempo libre, lo dedica a leer, lo devora todo y descubre lo que iba a ser su revolución personal: la poesía. Le impacta, explota en su ser como un volcán en erosión y siente que tiene que escribir, que necesita contar lo que siente por dentro, que el tiempo se para para él cuando las palabras le salen a borbotones. Es consciente de su poca preparación, ( es un lector perfecto, pero en la escritura tiene muchísimas lagunas y faltas de ortografía) pero es tanto su afán por poder plasmar en un papel los sentimientos que le hierven por dentro, que contrata al mejor profesor del pueblo para que le de clase particulares. Hace un enorme sacrificio y saca dinero para pagarlas.
Al término de la guerra, es ya un hombre hecho y derecho, aunque sólo tiene diecinueve años. Es igual que su padre, tanto en físico como en ideales, hereda hasta la capacidad para hacer negocios, todo le sale bien y aunque como mi abuelo, acababa uno y empezaba otro, vivió toda su vida desahogadamente de ellos.
Se opera de su estrabismo y sin ser guapo, tiene buen porte, buena labia y un atractivo especial que gusta a las mujeres. Debido a la gran cantidad de amigos que tenía en todos los estratos sociales, supo mover todas las influencias habidas y por haber, para salvar a su padre de la condena a muerte y lo consiguió. (Continuará)

viernes, 8 de enero de 2010

Crónica de un ama de casa

Jueves 7 de Enero de 2010.

Me despierta el reloj a las 7´30 de la mañana. Me duele todo el cuerpo, estoy muy cansada y el sueño es tan pesado que no me deja abrir los ojos. Espero unos minutos y decido quedarme un ratito más a pesar de los propósitos de la noche anterior de saltar rápida de la cama por la cantidad de cosas que tengo que hacer.
Al fin lo conseguí. A las 8 salto de la cama a la ducha, algo inusual porque suelo ducharme de noche, pero el día anterior, día de Reyes, terminé tan cansada que decidí hacerlo por la mañana.
Se me echa la hora encima, salgo corriendo de casa a las 8´45 horas porque tengo que llevar a Emilito a la "guarde", el papá está resentido de la espalda y no puede hacerlo. Lo recojo en su casa, lloviendo a mares, no puedo coger el carrito y lo llevo en brazos. Llora cuando lo dejo, consecuencia de las largas vacaciones navideñas y yo me vengo tristona por dejarlo así.
Llego a casa pasadas las 9´30 h., corriendo, la casa está hecha una leonera, regalos de Reyes en el salón, cajas vacias, bolsas, juguetes de los niños que no se llevaron, periódicos esparcidos en la mesa. Tengo que quitar el árbol. El dormitorio con la ropa del día anterior ocupándolo todo, la cama sin hacer y libros amontonados en la mesilla.
No hay nada en el frigorífico, hemos terminado con todo, tendría que ir a comprar algo pero no me va a dar tiempo. No estoy inspirada para plantear la comida del día y encima no me cuadra nada. Tengo tanta saturación de alimentos, que nada me atrae. Opto por hacer unos calamares en salsa por ser el único alimento que no hemos comido en este "buffet" contínuo de las Navidades. Le pido a Antonio que los saque del congelador para que se vayan descongelando y me los mande.
Desayuno mientras recojo cacharros de la cocina para aligerar antes que mi madre se despierte pues hay que ducharla. Preparo el baño para ella, calentador en funcionamiento, toallas, ropa interior, vestido, chaleco. Ducha, lavado de cabeza, la crema en el cuerpo, los rulos en el pelo. Le preparo el desayuno, cambio las sábanas de la cama y limpio su habitación.
A las 12 h. empiezo con la comida, me maldigo por haberme decidido por los calamares, es algo complicado y entretenido de hacer. Recojo la ropa del tendedero chorreando, le ha caido toda la lluvia del mundo y empiezo a secar en la secadora. Corro y corro para quitar al menos algún "chisme" de la casa. Me llama Tania desde su colegio para preguntar por Emilio, ¿ha llorado en la "guarde"?. Me llama Jesi para que baje a su casa porque Iván se ha venido del trabajo y está vomitando, se encuentra muy mal. Bajo.
Subo a casa, vuelvo a correr y consigo a las tres de la tarde, tener la casa recogida y ordenada.
Almorzamos y como no he ido a comprar y no tengo nada para cenar, decido hacer una sopa. Me pongo manos a la obra porque por la noche no me va a dar tiempo. Termino en la cocina a las cinco. Me siento hasta las 5´30 y hasta cabeceo un sueñecito en el sofá.
Me arreglo, le pongo la merienda a la abuela y me voy a trabajar a la "frute". A las ocho me llama Jesi, Iván está peor, quedamos para ir al médico. A las ocho y media, llega Antonio y me voy corriendo a casa de Iván. Lo llevó en coche al ambulatorio. Es una gripe, puede ser incluso la "A" . Volvemos a las 9´45 h.
Corro otra vez para preparar la cena, gracias que la deje hecha. Terminamos de cenar a las 10´30 h. Hablo con Tania para ver como está el chico. Ayudo a mi madre a acostarse.
A las once me siento en el sofá, hay que anotar y preparar el dinero para la compra de Antonio en "Mercasevilla".
Enciendo el ordenador a las 11'30 h. me gusta todos los días ver el post de la "Nueva Jerga" y me rio bastante con él. Es genial.
Me vengo al salón y me digo ¿escribo algo?. Es muy tarde, estoy cansada y falta de ideas. Bueno, pensándolo bien... se me ocurre escribir el comienzo de la "rutina" del día a día de un ama de casa después de las ¿vacaciones? de Navidad.
Mañana quitaré el árbol y pasaré esta crónica al ordenador, hoy es ya muy tarde. Buenas noches.

lunes, 4 de enero de 2010

Feliz cumple a la "Nueva Jerga"

Son las 23´20 horas del día 4 de Enero de 2010, quedan 10 minutos para que mi hijo, el más pequeño de los tres que tengo, cumpla 28 años.

Veintiocho años de una vida, que si tuviera que calificar con un solo adjetivo, sería: dulzura.
Lo concebí en unos momentos muy difíciles y tristes de mi vida. Había perdido en pocos meses a tres seres muy queridos para mí: mi padre, mi abuela Dolores y mi queridísima tía Rosarito. Habíamos emprendido un pequeño negocio para ganarnos la vida, con muchísimo sacrificio, entrampándonos hasta los ojos. Tenía dos hijos muy pequeñitos, una niña de tres años y un niño de diez meses y mi madre que los cuidaba, mientras yo trabajaba con mi marido, estaba bastante mal, había perdido casi de golpe a su marido y a su madre.
Al parecer fallaron los medios y aún sin creermelo, mi niño estaba ahí, en un rinconcito casi perdido en la inmensidad de mi vientre. Ahora casi lloro y he llorado de pena al recordar aquellos momentos de rechazo, de vuelta de la Farmacia llorando con los análisis en la mano, creyendo que se me acababa el mundo. Otro hijo, cuando habíamos decidido no tener más. Con la situación tan complicada de incertidumbree laboral y económica y yo muy mal animicamente por la triple pérdida de seres tan queridos para mí, especialmente mi padre. No me sentía con fuerza para afrontar un nuevo embarazo con el último aún tan reciente. !Que equivocada estaba!
Lloré solo un día. Mi marido con una sóla frase simple y rotunda tuvo la capacidad de abrirme los ojos, "prefiero que nos mande Dios otro hijo a que nos lo quite". Miré a mis hijos, me agarré el vientre y me dije que esa "cosita" que estaba ahí dentro iba a ser como los que ya estaban a mi lado y me miraban en esos momentos con adoración y dependencia. Se me estremeció el cuerpo, era como si mi niño me dijera "mamá quiéreme" y el amor me llenó de arriba abajo.
No se porqué pero supe que iba a ser varón y le dije a mi marido que quería que se llamara Salvador, como mi padre, mi abuelo, mi bisabuelo, porque sería como si la vida me devolviera un pedacito de la persona a la que tanto había querido y que me hacía todavía tanta falta.
Era un muñequito de peluche: tierno, suave, coscón, muy guapo, con unos ojos verdosos llenos de expresividad y dulzura. Siempre en mis brazos, le encantaba acurrucarse a mi lado y meter su naricita por el cuello, por el pelo para decirme con su vocecita templada "!que bien hueles, mamá!. Casi nunca lloraba, era un niño muy feliz, reía muchísimo. Todas las fotos que tengo de él hasta al menos los 13-14 años, está riendo, pocas veces, por no decir ninguna lo ví pelearse con sus hermanos, jugaban mucho juntos, se divertía y compartían las mismas aficciones. Su vida era el cole, su equipo de fútbol, el Sevilla, y el tenis. Tenía y tiene (aunque él ahora diga que ya, no) un don innato para este deporte y estuvo compitiendo desde muy pequeño. Fue muy bueno, de los mejores en su categoría de Andalucía. Su toque maestro: la dejada, se la envidiaba todo el mundo.
La adolescencia y la juventud lo hicieron más callado, más reservado, menos risueño, pero ésto se ha traducido en una vida interior muy rica, (sólo hay que leer su blog para saber que es cierto lo que digo, aunque a mi como madre no me hace falta, sé perfectamente como es) llena de inquietudes de todo tipo, culturales, sociales...
Muy fiel a su familia, a sus amigos y sobre todo a Sara, su amor, su compañera de armario y cama, como él dice. Enamorado de la música, el cine, el deporte, la literatura... y los niños. Todavía es pronto para tener hijos, pero será un padre maravilloso. De momento practica con sus dos sobrinos a los que adora y es plenamente correspondido, porque tiene con ellos un toque de dulzura que los enamora. Será y sé que le falta poco, un maestro extraordinario porque ha estudiado la carrera por verdadera vocación. Ha sido el promotor y el que ha puesto en marcha este blog, que tanto me está sirviendo para expresar, contar y transmitir tantos sentimientos e historias que necesitaba sacar a la luz y que tanto bien me está haciendo.
No tendría papel, ni tinta, ni palabras suficientes en el mundo para expresar con absoluta fidelidad lo que mi hijo aporta a mi vida, a mi alma, a mi corazón, con sólo mirarlo: amor, ternura, alegría, orgullo, paz... Gracias Salvi por estar aquí. Feliz cumple a la "Nueva Jerga".

viernes, 1 de enero de 2010

El Cerro del Águila - Mi barrio

El Cerro me gustó. Mi padre me dijo que estábamos en lo más alto de Sevilla y que le decían del Aguila, porque hacía mucho, mucho tiempo, estos animales anidaban en la zona y siempre se divisaban volando en el cielo cuando se iba dejando atrás la ciudad.
Allí llegamos a punto de comenzar la inolvidable década de los 60. Del centro a la periferia, a un barrio dónde ni los taxis querían llegar.
Veníamos de un corral de vecinos muy cerquita de Santa Catalina que derribaron hace ya muchos años. Allí viví un tiempo que se pierde en la nebulosa de mi memoria, pero algunas lucecitas todavía se encienden para iluminar algún que otro recuerdo: un horno con olor a harina, levadura, leña y pan recien hecho. Unas canciones cantadas por mi padre, un pijama de franela calentándose en un brasero, el olor a "Maderas de Oriente" de mi madre, mi hermano a hombros por marcar el gol de la victoria en su equipo de fútbol, los vecinos cantando villacincos en Navidad, las tardes de domingos con sevillistas y béticos discutiendo en el corral, el olor del azahar, el primer nazareno que pasaba por mi puerta y el primer caramelo, el cine Rialto donde nos colaba el portero que era amigo de mi padre y las tiendas de juguetes de la calle Puente y Pellón. El tranvía, los coches, el trasiego de la vida...
En El Cerro no había tiendas de juguetes, ni pasaban los nazarenos en Semana Santa, ni coches, ni tranvías, ni equipos de fútbol, ni azahar... por no haber no había ni agua. Una fuente al ladito de el canal nos abastecía, siempre llena de gentes con cántaros,garrafas, búcaros. No había aceras, ni carreteras, ni luz alumbrando las calles, ni colegios importantes.
Pero...
Había una casa que olía a cal, con una cocina pequeñita con hornillos de carbón para guisar, sólo para nosotros, con un retrete en el patio que no teníamos que compartir con los vecinos y una habitación dónde cabía un baño de cinc que mi madre llenaba todos los sábados con agua caliente, para bañarnos y nuestro comedor con una mesa, cuatro sillas, y la repisa en la pared sujetando la radio. La panadería era preciosa (la nº 7) con su panera, su vitrina para los dulces y botes antiguos llenos de caramelos, peladillas y bombones. En el centro presidiendo el despacho un cuadro de la patrona de El Cerro, la Virgen de los Dolores.
Había enfrente una plazoleta que fue mi patio de recreo en el colegio, mi parque de atracciones, el campo de fútbol de mi hermano, el corro de mis amigas, la lima después de la lluvia, mi paseo y el teatro donde se representaban mis romances infantiles.
Había un canal a pocos metros, que le llamaban "Tamarguillo", mi playa en el verano, sin bañarme. Allí jugábamos a los tesoros escondidos, cazábamos zapateros, y fuimos Tarzán en la selva. No importaba el mal olor de sus aguas estancadas, ni los bichos o la suciedad, era nuestro paraiso. En invierno con las lluvias mediamos el nivel de sus aguas con cañas clavadas en su orilla que nos indicaba la crecida. Subíamos al puente de madera que lo cruzaba, frontera y linde con otras zonas, otras vidas, para ver correr veloces sus aguas turbias, marrones de lodos, arrastrando y engulliendo todo lo que desde arriba tirábamos: piedras, ramas, hojas...
Había un cine sin butacas, con asientos de madera que se llenaba de niños, todos los domingos a las tres de la tarde, dónde pataleábamos la tarima del suelo al trote de los caballos del séptimo de caballería, dónde imitábamos a pleno pulmón el grito de Tarzán cuando se columpiaba de liana en liana o silbábamos decepcionados cuando "el muchacho" iba a besar a "la muchacha" y la cinta se cortaba.
Y había casas con las puertas siempre abiertas por donde entrábamos y salíamos como en la nuestra, muchísimos niños en la calle, siempre llenas, los niños haciendo guerreas a pedradas con los rivales de otras calles, las niñas animando las batallas.
Veranos interminables de calor y juegos en los zagüanes: la taba, los cromos, las prendas. Carreras y escondites en la noche con el bocadillo de tortilla en la mano y palpando y casi adivinando las caras y los sitios la noche que no había luna. Terminábamos derrotados durmiendo en una manta en la calle al lado de los mayores,que charlaban en las puertas hasta altas horas de la noche, hasta que el fresco de la madrugada permitía entrar en las casas que eran hornos de calor.
Inviernos de lluvias, con los cubos en el comedor recogiendo las goteras de agua que caían del techo de uralita mal colocado. Calentándonos en la "copa de cisco y picón" escuchando "Matilde, Perico y Periquín". Escalones altos de ladrillos que todos los años cuando empezaba la época de lluvias, colocábamos en las entradas de las casas,para protegernos del agua que se colaba a la mínima que llovía por las crecidas del canal.
Personas y personajes de lo más pintoresco, que creo merecen capítulo aparte.
Y habia una "velá" en Septiembre que paseaba a la Virgen por sus calles, con una banda tocando y una multitud acorralando el palio para tocarlo. Las calles adornadas con cadenetas y banderitas de papel de colores, que hacíamos entre todos, grandes y pequeños. La gente bailaba con la música del "pikú" y los niños corriendo trás las niñas para levantarles las faldas y verles los "calzones".
Todo esto y mucho más era mi barrio. Era vida.
Allí jugué, crecí, sentí, me hice mujer, me enamoré del hombre que después de cuarenta años sigue siendo mi compañero y salí de él cuando me casé. También sufrí, lloré, tuve desengaños y muchas carencias, padecí la grave enfermedad de mi padre, las dificultades económicas y la lucha de mi madre por sacarnos adelante.
Hoy en día, paso alguna vez por el barrio, rodeando con el coche mi plazoleta, hoy ocupada por una central eléctrica de la Sevillana, circulo por encima del "Tamarguillo", soterrado y entro por mi calle, acerada y asfaltada, silenciosa, sin chiquillería. La fuente de colas interminables y el puesto de la Pepa, dónde compraba el "orosú" y las algarrobas han desaparecido y por todo no puedo evitar un pellizco de nostalgia, porque aún a sabiendas de que no siempre el tiempo pasado fue mejor y no he querido para mis hijos ni quiero para mis nietos aquella vida, sí hay una cosa que no debía haber cambiado y que yo he disfrutado, la libertad en una calle sin peligros, sin la absorvente vigilancia de los padres, sin el enganche de la tele ni de las maquinitas y la capacidad de nuestra generación para inventar e improvisar,porque no teníamos otra cosa.
Aquella vida fue la que a mí me tocó vivir, en un tiempo difícil del que guardo unas vivencias y un aprendizaje que sólo te da la experiencia de la vida sana en la calle, cosa que hoy desgraciadamente, sería practicamente imposible recuperar.