Hace unos días se ha cumplido el primer aniversario de la desaparición y muerte de Marta del Castillo y no puedo dejar de dedicarle unas líneas, un recuerdo y mucho sentimiento a una niña a la que conocí desde que tenía siete añitos y a una familia a la que tengo un gran cariño y a la vez una gran admiración por la entereza con la que están llevando esta tragedia, ya que me consta, porque hablo con ellos con bastante regularidad, el sufrimiento que están padeciendo.
La niña que conocí con siete años era preciosa, delgada, cuyo cuerpo apuntaba ya, aún siendo tan pequeña, una elegancia que pasado los años se sumaba a una figura estilizada y armoniosa. Rubia, con abundante melena, que durante el verano, expuesta al sol y al mar durante tantas horas, se le veteaba con mechones que de puro rubio perdían hasta el color. Los ojos muy grandes de color verde y los labios gorditos y bien dibujados. Era tímida y callada pero a la vez simpática y agradable. Es cierto lo que de ella comentan sus amigos en la tele, reía mucho, era muy alegre. No fue buena estudiante, los libros eran su caballo de batalla, según me contaba su abuela Teresa cada verano cuando llegábamos a la playa - "este año, Marta, también tiene que estudiar, le han vuelto a quedar algunas"-
Los años han ido pasando muy cerca de ellos todos los veranos, y he sido testigo directo de cómo la niña evolucionaba poquito a poco hasta hacerse practicamente una mujer, una mujer muy guapa, muy atractiva (las fotos que salen en la tele, no le hacen justicia) pero conservando todavía esa mirada inocente, cándida y tímida de cuando era niña.
Y así llegamos hasta el ultimo verano juntos, el del año 2008. Ese verano yo acababa de ser abuela por segunda vez y llegamos a la playa algo más tarde que de costumbre. Venía con nosotros mi hija aún convaleciente de una cesárea y su niño, mi nieto de diez días y un peso que apenas sobrepasaba los tres kilos. Ella no estaba todabía allí, ese año sus padres, se habían podido permitir llevar a sus tres hijas de vacaciones a "Eurodisney" y los abuelos, Antonio y Teresa y los tíos Javier, Ana y la pequeñita Alba, su prima preferida, los esperaban con impaciencia.
Cuando llegaron me sorprendió verla, en un año había cambiado muchísimo y como antes comentaba, se consolidaba como una chica guapísima. Le encantó mi nieto y con Marco se reía mucho, por lo que raro era el día que no pasaba o se asomaba a verlos (le encantaban los críos). Charlamos ese año más que nunca, me contó lo que había disfrutado en Francia, lo bien que ese año había terminado el curso, el montón de fotos que se habían hecho y los recuerdos tan bonitos que traía de "Disney", lo que en un futuro quería estudiar, por supuesto algo que fuera relacionado con los niños...
Como todos los años vino a despedirse a casa pues regresaban días antes que nosotros. Me comentó que tenía muchas ganas de llegar a Sevilla para ver a sus amigos y empezar otra vez la "rutina" de la vida "normal".
Esa fue la última vez que la ví y es la imagen que conservo de ella en mi memoria, quizás la más bonita que podría tener: la de una chica guapa, llena de vida, tostada por el sol, de maravillosos ojos verdes, que se despedía de mí riendo y besándome en el jardín de mi casa, como siempre, hasta el verano que viene.
Ese verano nunca llegará, pero mi familia y yo la recordaremos siempre.
Quiero en su homenaje, transcribir aquí una carta que escribí a los cuatro meses de su desaparición y que fue publicada en la revista "El Semanal" con el título de "Las Tres Piedras". Descansa en paz Marta.
"LAS TRES PIEDRAS"
Tengo una casa muy cerca del mar, un mar abierto al cielo que besa una playa de arena fina a la que no se le ve el fin, dónde brillan cuando las marea está alta, tres picos erguidos y desafiantes, aviso -dicen- de pescadores: "Tres Piedras" le llaman, tres rocas que cuando la marea baja alberga camarones, almejas, cangrejos... que hacen las delicias de los más pequeños.
En esa playa de "Las Tres Piedras" alejada del bullicio de zonas costeras masificadas, he pasado ya diez veranos de mi vida y espero que vengan muchos más, siempre con la sombrilla en el mismo sitio, rodeados de la misma gente que vemos de año en año. Pues ahí, casi pegadita a esta playa, está mi casa, una casa conseguida a base de mucho trabajo y sacrificio, como todos los que allí vivimos, una zona casi rural, dónde todavía no disponemos de luces en la calle, dónde el agua es de pozo y el alcantarillado es sustituido por "pozo negro", pero no importa, allí somos felices y vivimos en total libertad, lejos de etiquetas y convencionalismos.
Mi casa tiene una azotea desde dónde se ve el mar y unas puestas de sol impresionantes, y un pequeño jardín con rosales de diversos colores, un olivo y un limonero que contra todo pronóstico ha sobrevivido a la cercanía del mar y tiene azahar todo el año, allí colocamos una piscinita de plástico dónde se bañan mis nietos... y justo al lado, separada solamente por una malla adornada con plantas, geranios y una dama de noche que perfuma el aire, está la casa de Antonio Casanueva "mi vecino de la playa". Su casa es igual a la mía, con su azotea por dónde charlamos al tender la ropa y su jardín con un toldo en el centro bajo cuya sombra, espera siempre una mesa, invitando a la comida, al descanso o a la charla.
La casa de ellos se llena como la mía, de los abuelos, los hijos, las nietas (cuatro niñas preciosas, Marta, Lorena, Mónica y Alba) a las que hemos ido viendo crecer año tras año. Los veranos han estado repletos de juegos, carreras, risas, de bicicletas por la calle sin peligro de coches, de olor a barbacoa, de horas de sietas impuestas, de tertulias en el silencio de la noche bajo un cielo plagado de estrellas, de amistad de verdad, de ayuda mutua, de saber que hay una familia al lado en tu misma sintonía, de vida tranquila, de descanso y de paz, con el gozo de ver felices a los hijos y crecer a los nietos abarrotándose de sol y playa.
Pero este año no será lo mismo, este año no oiré la voz alegre de Eva, llamando a sus niñas para que hagan los deberes, ni sus risas camino de la playa, ni veré salir a las tres hermanas en bicicletas a comprar helados, ni Teresa la abuela, me contará con orgullo lo guapa que está su nieta mayor. Su preferida, a la que no veremos en la playa reunida con su pandilla de verano y tantas cosas imposibles de enumerar porque me faltaría espacio. Porque aunque estaremos allí, todo ha cambiado y es que falta Marta y falta porque unos indeseables le quitaron la vida (!Dios mio, que pena!), una vida que estaba llena de de alegría, de ilusión, de futuro, de belleza y bondad.
Ya los veranos no serán igual porque a esa familia, a la que quiero, que están allí pegaditos a la mía, esos... (no sé como calificarlos), les han arrebatado la felicidad.
P.D.: Si Marta del Castillo fuera hija de un cargo sea político, militar, judicial... ¿creen que después de cuatro meses sin aparecer su cuerpo, no hubieran hecho hablar al asesino y compañía?