Atrás quedaron sus años de infancia, sus travesuras y "fechorías" jugando en el canal, rompiendo los cántaros de las "marías" que iban a la fuente a coger agua, poniendo trampas inmundas, situadas estrategicamente, para que la gente cayera en ellas, guerreando a pedradas con otros chavales igual de golfillos que él y jugando al fútbol con balones hechos de trapo. Sus carencias afectivas, sus deseadas e incumplidas salidas con sus padres a la Feria o a la Semana Santa, su falta de regalos de Reyes o de cumpleaños...
Se conocieron en casa de ella, su hermano preparaba una "fiesta" o "guateque" para su pandilla y estaban probando el tocadiscos, alargando cables y revisando enchufes para que nada fallara en la tarde de ese domingo de finales de Enero, frío y desapacible. Ella entró en la habitación sin saber que estaban allí y sus miradas se cruzaron por un momento, él le sonrió y a ella le pareció el niño más guapo del mundo y las mariposas le revolotearon por dentro.
Tenía trece años, era todavía una niña apuntando a ser mujer, tímida, insegura y asustada ante un grupo de chicos y chicas que le parecieron hombres y mujeres hechos y derechos, que se divertían bailando, alegres y desenvueltos y se sintió ridícula arrinconada en una esquina, al lado de una amiga en sus mismas condiciones, tan paralizada como ella y sin ni siquiera atinar a desaparecer por la puerta. Él se acercó y todos los temores desaparecieron, se enamoró de ese niño que le guiño el ojo al verla, que la sacó a bailar y que sin hablarle no dejaba de mirarla y sonreirle y le apretaba la cintura mientras bailaban "agarrados" las canciones de Raphael o de Adamo.
Corría el año 66 y por estos lares, seguíamos a contracorriente del resto del mundo. La revolución social, musical, cultural, política... que la juventud de fuera estaba llevando a cabo, apenas nos llegaba o lo hacía totalmente distorsionada por la feroz censura que imperaba, pero aún así, timidamente, poquito a poco fuimos despertando a las nuevas, sorprendentes, ilusionantes corrientes que nos llegaban, cargadas de una sabia nueva, de libertad, de frescura y nos enganchó la música de "The Beatles", "The Rolling Stones" de "Simon y Garfunkel" y los chicos empezaron a dejarse crecer el pelo y las chicas acortaron con descaro sus faldas y en este año convulso, revolucionario, maravilloso empezaron juntos una andadura que aún no ha terminado.
Eran muy distintos, ella estudiaba el Bachiller, era seria, intorvertida, excesivamente responsable para su edad, muy protegida y mimada por sus padres. Él totalmente opuesto, alegre, algo "loco", sin ataduras ni vigilancia, sin estudios ni oficio definido... pero totalmente enamorados el uno del otro y lo que a ella le faltaba en él lo encontraba y al contrario.
Tenía que pasar y pasó, la alarma sonó en casa de ella. No lo querían, aspiraban a "algo mejor", alguien más formal, más centrado. No querían un novio para su hija al que no le veían futuro, medio hippy, de pelo largo y algo descarado que llamaba la atención allí donde estuviera y que para colmo y eso era lo peor, se rumoreaba que no tenía buenas amistades y fumaba "grifa", " esa cosa, que venía del extranjero, que era como una yerba que se fumaba y volvía locos a la gente y los mataba con la risa"
De nada sirvieron los llantos de ella, la pérdida del apetito, la tristeza, los argumentos esgrimidos en defensa de él, de que no era lo que parecía, que era el mejor del mundo, que sólo quería verla feliz . Les habló de cómo la trataba, de como lo hacía todo por ella y de que no habría otra persona que la pudiera hacer tan feliz. Inútil, no la dejaban salir y empezó la doble vida.
Ella recurrió a los engaños y a la complicidad de su abuela, que la entendía para verse con él a escondidas, para arañarle a los días, al tiempo un pedacito para verlo y estar a su lado. Él sin que ella lo supiera se fue metiendo en la otra vida, con otra gente que sabe Dios dónde conoció y pasaba parte del día y de la noche escuchando música, de la buena como decía, Beatles, Rollings, Animals, Kinks, Reading.... en un piso, fumando grifa (madre del porro actual) o se iba al parque o al campo a ver los atardeceres de colores psicodélicos con que el LSD le alucinaba. Se cortó los flequillos y se dejó el pelo aún más largo y las botas de ante, el pantalón vaquero y el pañuelo al cuello fueron su indumentaria. Pero cuando llegaba la hora de verla, de pasear a su lado, lo dejaba todo y recorría toda Sevilla si estaba en la otra punta para estar cinco minutos con ella.
Tuvieron que claudicar y dar el visto bueno. Años después se casaron.
(Continuará)