viernes, 19 de marzo de 2010

"El Candela" segunda parte

Atrás quedaron sus años de infancia, sus travesuras y "fechorías" jugando en el canal, rompiendo los cántaros de las "marías" que iban a la fuente a coger agua, poniendo trampas inmundas, situadas estrategicamente, para que la gente cayera en ellas, guerreando a pedradas con otros chavales igual de golfillos que él y jugando al fútbol con balones hechos de trapo. Sus carencias afectivas, sus deseadas e incumplidas salidas con sus padres a la Feria o a la Semana Santa, su falta de regalos de Reyes o de cumpleaños...
Se conocieron en casa de ella, su hermano preparaba una "fiesta" o "guateque" para su pandilla y estaban probando el tocadiscos, alargando cables y revisando enchufes para que nada fallara en la tarde de ese domingo de finales de Enero, frío y desapacible. Ella entró en la habitación sin saber que estaban allí y sus miradas se cruzaron por un momento, él le sonrió y a ella le pareció el niño más guapo del mundo y las mariposas le revolotearon por dentro.
Tenía trece años, era todavía una niña apuntando a ser mujer, tímida, insegura y asustada ante un grupo de chicos y chicas que le parecieron hombres y mujeres hechos y derechos, que se divertían bailando, alegres y desenvueltos y se sintió ridícula arrinconada en una esquina, al lado de una amiga en sus mismas condiciones, tan paralizada como ella y sin ni siquiera atinar a desaparecer por la puerta. Él se acercó y todos los temores desaparecieron, se enamoró de ese niño que le guiño el ojo al verla, que la sacó a bailar y que sin hablarle no dejaba de mirarla y sonreirle y le apretaba la cintura mientras bailaban "agarrados" las canciones de Raphael o de Adamo.
Corría el año 66 y por estos lares, seguíamos a contracorriente del resto del mundo. La revolución social, musical, cultural, política... que la juventud de fuera estaba llevando a cabo, apenas nos llegaba o lo hacía totalmente distorsionada por la feroz censura que imperaba, pero aún así, timidamente, poquito a poco fuimos despertando a las nuevas, sorprendentes, ilusionantes corrientes que nos llegaban, cargadas de una sabia nueva, de libertad, de frescura y nos enganchó la música de "The Beatles", "The Rolling Stones" de "Simon y Garfunkel" y los chicos empezaron a dejarse crecer el pelo y las chicas acortaron con descaro sus faldas y en este año convulso, revolucionario, maravilloso empezaron juntos una andadura que aún no ha terminado.
Eran muy distintos, ella estudiaba el Bachiller, era seria, intorvertida, excesivamente responsable para su edad, muy protegida y mimada por sus padres. Él totalmente opuesto, alegre, algo "loco", sin ataduras ni vigilancia, sin estudios ni oficio definido... pero totalmente enamorados el uno del otro y lo que a ella le faltaba en él lo encontraba y al contrario.
Tenía que pasar y pasó, la alarma sonó en casa de ella. No lo querían, aspiraban a "algo mejor", alguien más formal, más centrado. No querían un novio para su hija al que no le veían futuro, medio hippy, de pelo largo y algo descarado que llamaba la atención allí donde estuviera y que para colmo y eso era lo peor, se rumoreaba que no tenía buenas amistades y fumaba "grifa", " esa cosa, que venía del extranjero, que era como una yerba que se fumaba y volvía locos a la gente y los mataba con la risa"
De nada sirvieron los llantos de ella, la pérdida del apetito, la tristeza, los argumentos esgrimidos en defensa de él, de que no era lo que parecía, que era el mejor del mundo, que sólo quería verla feliz . Les habló de cómo la trataba, de como lo hacía todo por ella y de que no habría otra persona que la pudiera hacer tan feliz. Inútil, no la dejaban salir y empezó la doble vida.
Ella recurrió a los engaños y a la complicidad de su abuela, que la entendía para verse con él a escondidas, para arañarle a los días, al tiempo un pedacito para verlo y estar a su lado. Él sin que ella lo supiera se fue metiendo en la otra vida, con otra gente que sabe Dios dónde conoció y pasaba parte del día y de la noche escuchando música, de la buena como decía, Beatles, Rollings, Animals, Kinks, Reading.... en un piso, fumando grifa (madre del porro actual) o se iba al parque o al campo a ver los atardeceres de colores psicodélicos con que el LSD le alucinaba. Se cortó los flequillos y se dejó el pelo aún más largo y las botas de ante, el pantalón vaquero y el pañuelo al cuello fueron su indumentaria. Pero cuando llegaba la hora de verla, de pasear a su lado, lo dejaba todo y recorría toda Sevilla si estaba en la otra punta para estar cinco minutos con ella.
Tuvieron que claudicar y dar el visto bueno. Años después se casaron.
(Continuará)

lunes, 15 de marzo de 2010

"El Candela" primera parte

Su abuela se llamaba Candelaria, su padre era José el de Candela y a él lo conocían y aún hoy le conocen como "El Candela" y aún hoy a ella al pronunciar o escuchar ese nombre o ese apodo, le viene ese regusto dulzón, querido, algo añejo ya, de una época vivida bajo la ilusión de un amor sentidoy correspondido cuando aún no se ha terminado de cruzar, esa fina línea fronteriza que separa la niñez de la adolescencia.
Fue el penúltimo de una familia de nueve hermanos, aunque su madre siempre sumaba a estos nueve, los cuatro abortos que tuvo a lo largo de su vida fértil y para ella fueron trece hijos los que Dios le mandó, porque, según decía, un aborto también se pare y duele, se siente y se quiere.
De los nueve, el segundo murió con pocos meses y la tercera, Carmen, como su madre, una niña de ojos verdes, de difteria cuando apenas empezaba a caminar. Así que fueron siete los que vivieron y crecieron juntos en la casa de "El Cerro" que su padre compró con "mil fatigas" allá por los años cuarenta al Marqués de Nervión, cuando éste mandó al arquitecto Hernán Ruíz, trazar y proyectar lo que sería el barrio, parcelando sus tierras y vendiéndolas a precios asequibles a la riada de familias que acudían procedentes de la provincia, del campo, de la marginación, agarrándose al amparo de una enorme fábrica textil que abría sus puertas ofertando miles de puestos de trabajo. Trabajo que la gente ansiaba conseguir y mejorar de esta forma la precaria situación que se vivía en una postguerra caracterizada por el hambre, la miseria y la especulación.
Creció en la calle, en la década de los cincuenta, niño de pantalones cortos y tirantes, de cabeza con cogote rapado evitando los piojos que abundaban en la época y salpicada de "chocaduras" muestra y seña de sus "guerras" con calles rivales y fronterizas, de rodillas eternamente "desconchadas" y sandalias de goma que con el calor le picaban los pies y sabañones en las orejas, cuando el frío del invierno espantaba con juegos y carreras.
Los padres, bien por dejadez, por falta de tiempo o simplemente porque no sabían hacerlo de otra manera, no sacaban tiempo para atender con calma, con firmeza, con orden a la numerosa "prole" y lo cierto es que ésta, campaba por la vida con demasiada libertad y sin apenas freno. Aún así, la madre ya en la vejez, presumía orgullosa de que ninguno de sus hijos se habia "descarriao" y todos se habían situado en la vida más bien que mal y todos eran "mu honraos".
Él al ser de los últimos, tuvo la suerte de ir al colegio, privilegio que a los mayores les fue negado, simplemente porque los padres no lo creían necesario, antes estaba el trabajo, y desde muy pequeños supieron lo que era recoger algodón en el campo, o patatas, o limpiar pescado en la plaza o vender ajos en su puerta. Gozó de ese privilegio, porque su hermana, la tercera en la escala filial y la única mujer de los siete, se ocupó de llevarlos, a él y al benjamín de la familia, aquel que llegó cuando ya la madre creía que su vientre se había secado y quizás por ello, siempre miró a este niño y lo trató de manera especial al resto de sus hermanos.
El pequeño no quería ir, chillaba y pataleaba, como los cerdos cuando van al matadero, y había que empujarlo y hasta casi arrastrarlo para que entrara en la clase, pero él no, a él le gustaba el colegio y aunque llegó tarde, ya metido en los diez años, aprendió rápido, lo justo, pero al menos lo que en aquellos tiempos era necesario para defenderse y no quedar estigmatizado de analfabeto, como sus hermanos mayores.
Su otra "obligación", aparte de su asistencia al colegio, la impuso su padre, acaso lo único que le impuso en la vida. Todos los días desde que cumplió los ocho años, lo levantaba a las tres de la madrugada para llevarlo con él a comprar al "barranco" la verdura y la fruta que en su puesto de la plaza, vendía.
En su casa no había ni reglas, ni orden, ni la tan famosa "rutina", que hoy los psicólogos predican tanto por el buen desarrollo de los niños, allí casi todo era improvisado, no había horarios,el almuerzo podía prolongarse horas, conforme iban llegando uno u otro, se arrimaba el plato del guiso, la cuchara y el pan correspondiente, igual ocurría con la cena y a la hora de dormir, la puerta de la calle, nunca se cerraba a la misma hora, el último en llegar, se encargaba de hacerlo.
Dormían unos con otros en camas de tubos y colchones de "borra", repartidos en dos habitaciones pequeñas con poca ventilación, en las que en verano se asaban de calor y en invierno, padecían el frío, la humedad y el agua de lluvia que se colaba por el precario techo de uralita que casi improvisadamente se colocó cuando construyeron la casa.
Ella que tantos recuerdos atesora en su corazón desde muy pequeña, tantas vivencias, tanto amor de familia, se asombraba, cuando a requerimiento suyo, a la curiosidad por conocer detalles de su vida, poca cosa recuerda él de su infancia, salvo alguna que otra "gamberrada" y poco más, porque según su explicación, nada interesante, importante había vivido ni en su casa, ni con sus padres, que hubiera quedado grabado sentimentalmente en su corazón. Sólo tiene uno, claro, trágico, impactante, el entierro del mayor de sus hermanos, del "Candelita", dónde recuerda la gente, las calles atestadas por dónde pasaba el féretro, con niños aupados en las rejas de las ventanas para verlo pasar y "Marías" plañideras despidiéndole entre una gran multitud apretada viviendo el duelo. Murió con veinticuatro años de cáncer, lo conocía todo el Cerro, por su carácter abierto, por su trabajo en la plaza. Él tenía diez años y es su primer recuerdo.
Salió del colegio con catorce años y como no podía se de otra forma, se puso a trabajar en la plaza, en el mercado y seguía ayudando a su padre en la madrugada. Lo mismo se hizo pescadero, que confitero, que terminó consolidándose como frutero ayudando al hermano que se convirtió en primogénito a la muerte del mayor y que heredó el primer "puesto" que su padre adquirió.
Allí empezó a conocer la vida de los mayores, empezó a hacerse hombre, a probar cosas nuevas y muchas veces prohibidas, a contactar con otros amigos distintos a los de su calle de toda la vida, en resumen a vivir experiencias nuevas y distintas.
(Continuará)

lunes, 1 de marzo de 2010

Mis dos "pequeños" amores

Tengo dos amores, dos "pequeños" amores, dos grandes amores, inmensos, puros, desinteresados, como es el amor que se profesa a los hijos,pero en este caso, no es a los hijos que ya los tengo, en este caso me refiero a mis dos nietos.
Las circunstancias que rodean la llegada de ambos a mi vida, a nuestras vidas, son totalmente dispares, por tanto las experiencias vividas en cada momento son muy distintas, pero al final ambos acontecimientos convergen en un mismo punto: la emoción, la ilusión, el amor hacia unas vidas que empiezan.
Cuando supe que Marco estaba en camino, que era un pequeñísimo embrión germinando en el vientre de su madre, me conmocionó, no lo esperaba. Lo de ser abuela ni siquiera había ocupado un mínimo de tiempo en mis pensamientos y era algo que esperaba que llegara algún día, todavía bastante lejano, pero que por supuesto nunca se me habría ocurrido que fuera tan pronto.
Mi hijo, el padre, había conocido a su mujer, la madre, tres o cuatro meses antes, se enamoraron enseguida y el embarazo llegó más rápido que el rayo, aunque las circunstancias en ese momento de trabajo, de vida, no eran las más idóneas para tener un hijo. En ningún momento dudaron y decidieron tenerlo, ante esa rotundidad, firmeza y seguridad, como no podía ser de otra manera, tuvieron mi apoyo y el de toda la familia.
Durante los nueve meses de una gestación sin complicaciones, viví ese tiempo con ilusión porque iba a nacer mi primer nieto, expectación, cariño y por supuesto con la lógica preocupación por solucionar a marchas forzadas lor problemas que se vinieron encima de vivienda, ajuar, compras, trabajo...
No tenía muchas ganas de nacer Marco y en un control saltó la alarma, faltaba líquido amniótico y hubo que provocar el parto. El goteo de familiares y amigos fue constante durante todo el día y la sala de espera de maternidad se fue llenando. Allí estábamos todos, nadie quería perderse la llegada del que iba a ser, primer hijo, primer nieto, primer biznieto,primer sobrino, primer bebé en la pandilla de amigos y la expectación y los nervios crecían conforme las horas pasaban y ni niño no nacía. La información médica era casi nula y no podíamos estar al lado de la madre,por lo que casi rozando la madrugada, la gente ya cansad y un poquito "decepcionada" comenzó la retirada. Al final nació alrededor de la dos de la madrugada, en el silencio de un hospital dormido y una gente vencida por el cansancio de la larga espera. Sólo quedamos allí seis personas para verles, para emocionarnos, para darle la bienvenida a un niño hermoso, grande, de casi 5 kg de peso que llegaba con los ojitos cerrados y la cara contraida por el llanto y roja por el sufrimiento de un parto que a buen seguro había sido difícil y doloroso para él.
Con Emilio, todo fue completamente al contrario,salvo en una coincidencia a la hora de nacer. Mi hija, la madre, llevaba ya siete años unida a su pareja, el padre y algunos meses buscando su llegada. Cuando lo consiguieron, la alegría llegó nuevamente, aunque no la sorpresa pues lo estábamos esperando de un momento a otro. Los primeros meses fueron muy difíciles, se impuso el reposo absoluto y el miedo por riesgo de aborto y no pocas veces tuvimos que salir corriendo al hospital pensando que se había perdido, pero mi niño seguía ahí, resistiendo una y otra vez y aguantó el tirón.
No culminó los nueve meses, aunque faltó muy poquito, en una revisión rutinaria se apreció una anomalía y derivaron a su madre al hospital. Nadie esperaba su llegada, nadie se enteró, hasta mi hijo, el pequeño, estaba de vacaciones con su novia. Cuando la médica de guardia nos habló de una cesárea de urgencia, sólo estábamos allí su padre y yo, apenas dio tiempo a avisar a la familia, en una hora mi niño había nacido. Nació al igual que su primo, sobre la misma hora, en el silencio de un hospital vacio y como él con seis personas esperando para verle, emocionados, expectantes y nerviosos.
Era un niño pequeñito, 2´7oo kgs. de peso, que nos llegaba muy pálido. con los "morritos" hinchados y los ojitos abiertos, parecía como si quisiera vernos, calmado y tranquilo, consecuencia de un parto sin sufrimiento.
Hoy Marco está cerca de los cinco años y es muy guapo. Tiene la piel morena, un pelo negro y fuerte y unos ojos preciosos, negros y rasgados, enmarcados por unas cejas largas, muy bien delineadas. Es alto y fuerte y en la fila del "cole" sobresale de los demás y más parece estar en ella por equivocación que por pertencia. Es muy noble, cariñoso, ocurrente y muy inteligente. Le encanta dibujar y que le cuenten cuentos, los números, contar y calcular, ha aprendido a leer sólo, a base de preguntar por ésta o aquella letra. Le apasiona el fútbol y por supuesto, como no podía ser de otra manera, es sevillista hasta la médula, de su equipo te puede recitar de carretilla nombre y numeración de todos los jugadores y conoce los escudos de todos los equipos de primera y segunda división. Maneja el ordenador como si fuera mayor y adora a su tito Salvi con quien aprende a jugar al tenis y pasear con su tita Tania empujando el carrito de su primo Emilio, mientras ésta le cuenta cuentos. Se duerme con su padre que le cuenta "cosas de la vida" y a su madre le dice cosas como "eres mi vida".
Emilio tiene sólo diecinueve meses y es muy guapo. Tiene el pelito castaño y finito y los ojos almendrados como su madre, rodeado de largas pestañas. Seguro que con el tiempo y como ella la tonalidad le cambiará según las estaciones del año, más oscuros, marrones en otoño e invierno, claros y casi verdes en primavera y verano. Su piel es sonrosada y la boca de labios gorditos y marcados que dibujan una sonrisa preciosa y por la pinta que lleva creo que será alto y delgado como su padre. Es bueno, gracioso, tierno, cariñoso y muy inteligente. Apenas pronuncia dos o tres palabras, pero lo entiende todo. Le encantan los juguetes, las canciones y adora a Pocoyo. Su dedito índice siempre está preparado para pulsar, teclear, señalar todo lo que ve a su alrededor, esperando tu respuesta. Ya conoce los números del 1 al 10 y es capaz de señalártelos cuando le preguntas por ellos, los mismo si es en español como en inglés, aprendido de uno de sus juguetes favoritos y conoce el escudo del Sevilla F.C. desde antes de tener un añito, al que nada más ver, inmediatamente se le escucha: "!illa.... aaaaah!" (traduzco "!Sevillaaaa... aaaaah!") y se vuelve loco con el pajarito de casa y con "Pampa" la perrita de Marco.
Estos son mis dos nietos, mis dos "pequeños" y grandes amores, los que me animan cuando estoy triste, los que me quitan el cansancio, los que me han hecho revivir emociones, sensaciones vividas en otras épocas, los que me enternece y me hacen ser mejor, los que me dan vida... y no me pesa el trabajo si lucho por ellos y no necesito dormir si vigilo sus sueños y cualquier vacio se llena, cuando los miro y me miran, cuando los abrazos dormidos y me acurruco en la cama con ellos y cuando el chico me abraza riendo y el mayor me dice "Ani, te quiero". No hay placer más grande, ni momento más dichoso que verles por las mañanas con los ojitos aún pegados por el sueño como se miran y se dan besitos y sentarlos a mi lado, uno a la derecha, otro a la izquierda para darles el desayuno, ponerlos guapos y bajarlos a la calle con el mayor orgullo para que los vea su abuelo y los achuche a besos.
Cuando termina el día, en el recogimiento de mi cama, en el silencio de la noche, no me queda más remedio que dar gracias a la vida por el regalo que tengo ( y los que si Dios quiere, tendré) porque están a mi lado y puedo disfrutar de ellos, que son sangre de mis hijos y como a ellos los quiero.