A pesar de la mala fama del invierno, ya se sabe, lo incómodo de la lluvia, el frío que acobarda para salir, el cielo gris, el sol que ni siquiera calienta, la tristeza de las calles desiertas a las cinco de la tarde, los árboles desnudos... nada de ésto invita a que se le aprecie demasiado, no en vano siempre ha sido el símil del ocaso, del fin de la vida, pero a pesar de todo, a mí me gusta, porque cada una de las estaciones tiene su encanto y ésta no podía ser menos.
Me gusta porque es el momento del recogimiento, de disfrutar del hogar, de la reflexión. Hay unas horas especialmente hermosas, acogedoras y cálidas, las horas en que el día va llegando a su fin, en las que los quehaceres cotidianos han acabado y llega el descanso al calor del brasero bajo la mesa de camilla, sentada en el sofá a la luz de una lámpara que alumbra la lectura, la labor o el cuaderno dónde apunto y escribo la vida, en el silencio de una noche dónde los demás duermen ya.
En estas noches en las que ves algo en la tele, o lees, o escribes o simplemente piensas en lo que el día te ha deparado, también hay sitio para recordar, releer u ojear libros antiguos, libros que en su día me impactaron, rebuscar en las estanterias y "descubrir" áquel del que tanto aprendí cuando aún era una adolescente o el que me emocionó con una preciosa historia de amor a los veinte años, o el que me sumergió e impregnó de culturas lejanas o me instruyó en temas políticos durante la época de la transición en España.
Anoche tuve en la mano, el primer libro de mi tío, el poeta. Un libro pequeño, cuyas hojas sueltas de tanto pasarlas y amarillas por el paso del tiempo está sujetas burdamente por dos tiras de fixo para que no se pierdan. Un libro de escritura antigua, carente de ilustraciones, austero cuya única nota de color radica en el rojo de la primera letra de su título. Un libro de cien páginas que reune diecinueve poesías, sencillas, populares, andaluzas que a mí particularmente me emocionan y que anoche releí una por una saboreando el momento, disfrutando a tope de la tranquilidad, la paz, el sosiego y el calor que sólo el desprestigiado frío invierno es capaz de conseguir.
Para terminar quiero transcribir una que a mí me gusta especialmente y que espero que a los que me estais leyendo os guste al menos un poquito.
Se títula "CELOS" dedicado por el autor: "A mi prometida"
No son celos de los hombres,
que a los hombres no les temo,
ya sé que mientras yo viva,
mientras respire mi aliento,
tu amor y mi amor, mi vida,
serán un alma y dos cuerpos.
Mis celos no son de duda,
mis celos son otros celos.
Siento celos de la luna,
de sus resplandores bellos
que con silenciosos pasos
se aproximan a tu lecho
y besan tus níveas carnes
y velan tu dulce sueño;
siento celos de la brisa,
del frío soplo del cierzo,
del sol, la nieve y la lluvia,
del rocío fino y del viento;
porque acarician tu cara,
porque a tus rubios cabellos
se abrazan cual si quisieran
llevárselos prisioneros.
Siento celos de las flores,
de su perfume hechicero,
que penetrando en tu alma,
como un cuchillo de acero,
me roban, vida, un instante
algo de lo que más quiero.
Celos de los manantiales,
porque esos labios tan bellos,
esos dientes de azahares
que yo con éxtasis beso,
no quisiera que ni el agua
!ay! se rozara por ellos.
Celos hasta de mí mismo,
porque el amor que te tengo
es un amor de locura,
es pasión, es sangre, es fuego,
es una llama que arde
como un volcán en mi pecho
y siento celos, mi vida,
de que consuma mi cuerpo.