martes, 18 de junio de 2013

"Mi héroe" "El paseo"

"Mi madre durmio feliz aquella primera noche de la dominación del pueblo por los nacionales. Estaba tranquila desde que esa misma mañana, habló con su hermano Florencio y le garantizó que las tropas no iban a tomar represalías graves contra los campesinos, no querían ni venian a sembrar el terror, sólo iban a poner las cosas en su sitio, como habían estado toda la vida, el orden, la disciplina, el dueño de las tierras con sus tierras y los campesinos con su trabajo, con sus jornales, como siempre había sido, porque desde que el mundo era mundo, siempre habían existido los ricos y los pobres y así tenía que seguir siendo, porque además que sabían ellos de como tenían que hacer y organizar las labores en el campo, ni estaban preparados, ni falta que les hacía estarlo, para eso estaba el patrón para velar por ellos y sus familias y dirigir lo que  sus tierras necesitaban y principalmente porque eran suyas heredadas generación tras generación y nadie era quién para quedárselas, ni para arrendarlas, ni para nada. Eran suyas y podía hacer con ellas lo que les diera la gana.

Mi padre preparó sus aperos como hacía todas las noches antes de acostarse, al día siguiente tocaba ya trabajar. Su seriedad innata se envolvía en un halo de tristeza y decepción, la euforia, la alegría y la ilusión de semanas anteriores se habían esfumado en pocas  horas, pero al menos le quedaban ánimos para seguir, estaba junto a su familia y su hijo, soldado de los rebeldes, se hallaba a bastantes kilómetros de distancia y según contaba en su cartas la zona era  tranquila. Pensó que todo no se podía tener, y se conformaba con seguir como hasta ahora, pasando fatiga y necesidades, pero al lado de los suyos. Aparentemente la tranquilidad reinaba en el pueblo y no parecía que fuera a pasar nada grave, se alegró aún más de no haber huido y lamentó la fuga de tantos hombres, amigos, parientes  que habían  huido temiendo las duras represalias que llegarían, y creyó que se habían  precipitado en su marcha ante este temor. 

Pasaron dos días más de aparente calma, los pocos campesinos que habían aguantado en el pueblo empezaron sus labores en el campo. Todo volvió a la tranquilidad, a lo mismo de siempre,  los patrones mandando, tiranizando y los campesinos aguantando, nada había cambiado ni cambiaría jamás.

Aquella noche de mediados de Agosto, yo dormía profundamente, mi madre como siempre agarraba el brazo de mi padre, porque  no podía dormir sin sentir el contacto con su cuerpo,  le daba paz y tranquilidad y mi padre hacía ya mucho rato que roncaba profundamente absorvido por sus sueños. Era una noche calurosa como todas las del mes de Agosto y la pequeña ventana del dormitorio estaba abierta de par en par, con la esperanza  de que nos entrara algo de brisa y poder conciliar el sueño que se resistía en llegar, agobiados por un calor insoportable. Desde mi pequeña cama a los pies del ventanuco, me entretenia todas las noches mirando las estrellas, me gustaba buscar en ese infinito y oscuro manto, salpicado, repleto de pequeños puntos de luz que brillaban con luz propia, la osa mayor y la menor, como mi abuela me había enseñado y el carro y el dragón y la estrella polar que era la más grande e iluminaba con más fuerza que las demás y así, mirando el cielo, se me iban de la cabeza, todos los miedos que durante el día me acechaban, pensaba que nada malo podía pasarnos porque ellas nos protegían. Me ilusionaba pensar que mi hermano, aficcionado como yo a mirar el cielo, quizás, en ese mismo momento buscaba sus estrellas favoritas y por qué no, a lo mejor las encontrábamos al mismo tiempo, y, de alguna manera ellas nos unían., y así los ojos se me cerraban poco a poco, rebosantes de luz y el sueño me poseía. De repente, en el silencio de la noche, el ruido de un camión, voces ásperas, desagradables, golpes en las puertas de las casas, gritos, súplicas, llantos de niños... me despertó. Me mantuve callada, expectante, muerta de miedo, abrazada a la almohada, sin saber que estaba pasando, aunque presentía que no era nada bueno, quise pensar aunque sin convicción,  que lo que fuera no iba con nosotros, que en un momento volvería a escuchar el ruido del motor del camión alejándose y volvería a reinar la calma y el silencio. Mis padres tampoco decían nada, aunque yo sabía que estaban como yo, expectantes y asustados, su largo y excesivo silencio, la ausencia de ronquidos y respiraciones acompasadas, me hizo comprender que fingían un sueño que había sido interrumpido al mismo tiempo que el mío, y supe  que su silencio era una forma de aparentar una calma, que estaba muy lejos de la realidad, con el propósito de que yo no me asustara  y por ello,  quise corresponderles de la misma manera, yo también fingí mi sueño, no quería que se preocuparan por mí. De pronto, un golpe en la puerta, una voz pronunciando el nombre de mi padre y una orden destemplada para que saliera, originó el resorte que me hizo saltar de la cama aterrorizada, con el corazón golpeándome con fuerza  el pecho, amenazando estallar y corrí a buscar cobijo en los brazos de mi padre.

Lo vimos salir de la casa con calma, ajustándose el cinto de los pantalones, mientras mi madre y yo intentábamos ilusamente detenerlo, suplicando que no saliera, que no se fuera con esos que pronunciaban su nombre con desprecio. El camión cargaba ya con un gran número de hombres, de amigos, de vecinos que al igual que mi padre, intentaban tranquilizar a sus mujeres a sus hijos, a sus padres...  que se agarraban a las barandas del camión llorando y suplicando a los soldados y al grupo de  falangistas del pueblo que dirigían la redada, que no se los llevaran, que no habían hecho nada malo en sus vidas, que sólo habían pedido y luchado por mejorar sus condiciones de vida, pero todo era inútil. ruegos, súplicas, gritos, llantos, se perdieron en la oscuridad de la noche, y todo pareció volverse más oscuro y silencioso, la luna se escondió y las estrellas ya no brillaban como antes, y, hasta el canto de los grillos enmudeció. Una vez el camión cargado, cumplido su objetivo, arrancó y se puso en marcha, corrimos tras él con la desesperación como aliada, mi padre iba sentado de los últimos, nos hacía señales de calma, calma que él intentaba aparentar sonriéndonos y llevándose las manos a los labios, nos envió un rosario de besos que nos traspasó el corazón. Lo vimos alejarse, sus brazos alzados pidiendonos calma, el nombre de mi hermano en sus labios y la fingida sonrisa en su rostro, se fue borrando con la distancia y allí nos quedamos mi madre y yo abrazadas, derrumbadas al igual que las familias restantes sin saber que hacer ni a dónde ir. Y ya no lo vimos más, su cuerpo, su alma, su cariño, sus besos... todo desapareció de nuestras vidas en un instante. !Como cambia la vida, en un momento estás con tu ser querido, hablas, ries, comes con él, te acuestas, escuchas sus respiración durmiendo y de pronto, en otro momento, se lo llevan y ya no vuelves a verlo más, todo se acabó, te lo roban de tu vida sin saber por qué. En mis recuerdos, en mis pensamientos, en mis sueños, siempre aparece ese último momento en el que nos decía adios, agitando los brazos, mientras el camión se perdía en la oscuridad de la noche.

Lloramos abrazadas tumbadas en la cama matrimonial, aún caliente por su cuerpo, impregnada de su olor, hasta  que las estrellas se fueron para darle su sitio al sol que  empezaba a despertar, sus rayos comenzaban timidamente a iluminar los campos, las veredas, las aguas del arroyo, las plazas y las calles del pueblo. El cielo se fue desprendiendo de su manto negro poquito a poco, como si quisiera mostrarnos sus colores más preciados, morado intenso, rosa y nácar por el horizonte, violeta y   azul  cuando el sol ya bien plantado, lanzaba con fuerza sus poderosos rayos por el Este. Salimos a la calle en silencio, con sigilo, los ojos hinchados, el  corazón palpitante y las huellas del dolor en la cara y en el cuerpo. Agarradas del brazo, temblorosas y sin más lágrimas que derramar, empezamos a andar. Al igual que nosotras, vecinas, conocidas, asomaban, niños pequeños en los brazos, ancianas enlutadas, zagales con rabia contenida... éramos como aútomatas, siguiendonos unas a otras, sin saber adonde íbamos o sabiéndolo, pero sin quererlo saber, ya había pasado en pueblos colindantes pero nadie se atrevía a decir lo que todas pensábamos que "el paseo" sinónimo de asesinato y muerte también había llegado al pueblo, pero todas, como si una fuerza nos arrastrara, nos dirigiera como marionetas, nos encajamos  las puertas del cementerio.

Las puertas estaban abiertas y el sepulturero al lado de ellas, no se atrevía a levantar la cabeza y mirarnos, no quería ser testigo ya lo había sido bastante en la madrugada, de lo que se nos avecinaba, y así con la cabeza gacha nos permitía el paso. Una vez dentro, los pasos se aceleraron dentro del mismo silencio, era como si quisiéramos acabar con la agonía que nos traspasaba, con la duda, con el temor, con la posible esperanza, y llorar desconsoladamente por una muerte ingrata, o respirar tranquilas si tu ser querido no estaba. Al final, muy cerca de la tapia, una hilera de sangre y muerte nos esperaba, nos avalanzamos hacía allí y comenzó el mayor calvario que se pueda imaginar: cuarenta o quizás cincuenta  cadáveres, yacían inertes boca abajo, muchos con las manos entrelazadas, y todos con el horror en sus caras. Hubo quien aún sin verle la cara, supo por la ropa, o por el pelo, o por los zapatos que su marido o su padre o su hijo, estaba muerto, hubo quien se arrodillaba gritando al ver la cara de muerte de quien buscaba y allí se fueron quedando junto a su muerto, para velarlo y llorarlo. Nosotras seguiamos andando, temblando, agarradas, la una a la otra, apoyándonos para continuar la macabra búsqueda y así, pasábamos de cuerpo en cuerpo, con alivio y gratitud a cada obstáculo salvado. Cuando llegamos al último fusilado, un suspiro nos salió desde muy dentro, mi padre no estaba entre los muertos, esa noche al parecer se había salvado, pero, ¿dónde estaba?."
 

lunes, 10 de junio de 2013

Mi héroe" La carta

Finalizaba el mes de Septiembre del 36 cuando, una vez asentado el ejército franquista en la provincia de Sevilla, Granada y Córdoba, se restablecen las comunicaciones entre dichas ciudades. De esta manera, el correo se normaliza y empiezan a llegar cartas y más cartas a su destino. Se empieza a conocer la situación de dichas provincias, y las familias separadas contastan por fin con los familiares ausentes.

El protagonista de esta historia comienza a recibir noticias de su familia en el pueblo y viceversa. Las primeras cartas le inquietan, porque en ellas,  su padre, con su letra recien estrenada, pues estaba aprendiendo a escribir,  le informa de la situación que se está viviendo, la revolución de los campesinos, la confiscación de las tierras, el toque de queda, los enfrentamientos con los falangistas, la violencia, la enemistad entre los habitantes por las respectivas ideologias, el miedo, la alegría por el triunfo de los más desprotegidos, la defensa del pueblo ante la inminente llegada de los "fascistas"... Todo ello le envuelve en un cúmulo de sentimientos encontrados, que lo desasosiega quitándole el sueño y la tranquilidad: impotencia por no poder estar al lado de los suyos, satisfacción por lo que se está consiguiendo, miedo por la llegada de tropas nacionales que a la vez son las tropas que a él le obligan a defender, alivio porque podía haber sido uno más de los soldados que intentaran conquistar la zona, terror al sopesar las muchas posibilidades de conquista y las durisimas represalias que sabía se llevarían a cabo y contínuos pensamientos que lo mismo saltaban del pesimismo más cerrado a la esperanza de conseguir vencer a los rebeldes, rebeldes entre los que él  se encontraba contra su voluntad y al final la clarísisma percepción de que él, muy a su pesar, estaba en un bando y sus padres y hermana, en otro y ¿que consecuencias acarrearía esta situación cuando alguno de ellos alcanzara la victoria?

Después de la avalancha de cartas recibidas los primeros días, y leidas y releidas decenas de veces, empezó a escribir, sabía que a ellos también le estarían llegando las suyas, que estarían  felices de saberlo en buen estado y no quería dejar pasar ni un solo día sin escribir, quería que estuvieran tranquilos en todo lo que a él acontecía, les animaba, les aconsejaba, les intentaba transmitir tranquilidad y por supuesto omitía intencionadamente los difíciles momentos que estaba viviendo y la enorme peligrosidad de su misión en la sierra.

Después de ésto un largo silencio, las cartas dejaron de llegar, y a pesar de que sus compañeros lo animaban intentando quitar importancia a la falta de noticias, alegando cuarenta mil motivos (pérdida de la saca de correo, sabotaje al tren de Sevilla que las traía, falta de enlace con el  avión.. en fin lo primero que se les ocurría) él no podía vivir, temía e intuía que algo grave estaba pasando para que no le escribieran y los treinta días de silencio, para él fueron como treinta años de angustia, zozobra y temor machacándolo cada minuto del día y de la noche. Adelgazó y un cigarro encendia otro y otro y otro,era lo único que parecía calmarle un poco y se volvio adicto al tabaco, le costaba enormemente no tener un cigarro en la mano y esa adicción  ya no pudo superarla durante el resto de su vida, se convirtío para siempre en un toxicómano de la nicotina y como todo enganchado a cualquier tipo de adicción, le pasó factura con los años. Al fin, pasado este tiempo, cuando ya la nieve cubría la montaña y las noches se convirtieron en un calvario de frío, sufrmiento y miedo, llegó la carta que nunca hubiera querido tener entre sus manos.

La carta  esta vez la escribía su hermana Rosarito, lo supo nada más coger el sobre con sus manos temblorosas de emoción, porque conocía  su letra, esa  letra temblorosa, redonda, con palabras y palabras enlazadas unas a otras, llenas de faltas de ortografía, frases que casi había que descifrar para entenderlas y l borrones de tinta, borrones que  aparecían corridos, corridos por sus lágrimas -se dijo- y no se equivocó. Decía más o menos así, al dictado en esta ocasión de su madre:

Querido hijo:
     Espero que a la presente te encuentres bien. Como verás no podemos decirte como siempre: nosotros bien a Dios gracias, porque, y siento tener que decirtelo, no estamos bien, y  no vamos a dar la gracias a nadie y menos a Dios, que parece se hubiera olvidado de nosotras. 
      Con todo mi pesar con toda mi pena, sabiendo que al comunicarte esta noticia, te voy a producir el mayor dolor que en tu vida hayas podido padecer, te diré que tu padre ha muerto. No puedo por carta darte detalles de como ha ocurrido, cuando nos veamos te lo explicaré todo. Te diré que Rosarito no tiene consuelo porque sabes lo unida que estaba a  él y yo, lucho hasta lo imposible para seguir hacia adelante, aunque sin tenerlo a mi lado nada es igual, ni lo podrá ser, pero sigo andando porque tengo dos estrellas que me alumbran y me dan fuerza, luz y valor para vivir, ya sabes que me refiero a tu hermana y a tí.
       Ya  sé  el daño tan tremendo que esta carta te está produciendo y el dolor y el sufrimiento que estás pasando y te queda por pasar, pero quiero que te sobrepongas, que no te dejes vencer, por dura que es la noticia, que la vida nos muestra con demasiada frecuencia su cara más fea, pero al mismo tiempo  tambien sabe regalarnos cosas hermosas y solo por eso merece la pena seguir, porque por muy mal que se porte, siempre hay o habrá motivos para querer vivirla, y ahí radica su belleza y su sentido, en el amor a los tuyos, a los que aquí se quedan, a los que te necesitan, a los que puedes volver a hacer felices con tu cariño y para  recordar y llevar siempre en el corazón al ser tan querido que se ha ido y en los momentos vividos junto a él. Por eso y muchísimo más, hay que mirarla cara a cara y decirle: aqui estoy para lo que mandes, que yo aunque a veces no te entienda, quiero seguir contigo.
         Por nosotras no sufras, la familia nos ayuda hasta que las cosas se tranquilicen y pueda buscar un trabajo con el que podamos vivir y yo estoy segura de que lo encontraré, porque sé que desde arriba, él vela por nosotros. 
            Sin más se despide de ti, tu madre y tu hermana que te quieren y nunca te olvidan.

"Mi hermano lloró amargamente durante días y días, no se lo podía creer, le parecía que todo lo que estaba pasando no era verdad, que se trataba de un larguísimo sueño cuyo final sería el despetar, un despetar que lo devolvería a la realidad cotidiana, feliz, de los último días vividos en el pueblo junto a nosotros, de sus paseos por sus calles agarrando mi mano, riendo por cualquier tontería, de sus charlas con nuestro padre, de la alegría eterna de nuestra madre, de la tienda que le había visto hacerse hombre junto a D.Froilan y Dña. Encarna, de sus proyectos para el futuro todos juntos... pero no, al momento se daba cuenta que estaba divagando y que la realidad era la que era, la de la guerra, la del sufrimiento y la de la muerte de su padre, y que ese despertar no se iba a producir porque lo que estaba pasando no era un sueño.

Leía y releía la carta intentando detectar alguna clave oculta, alguna palabra no leida, que le diera un poco de luz para interpretar la causa de su muerte y el  por qué de ese fin  tan prematuro, tan inesperado. Sabía que no había sido por enfermedad o accidente, lo supuso porque si así hubiera sido, se lo habrían dicho, no había motivos para no hacerlo, por lo tanto tenía claro que la verdadera causa había sido la guerra, el enfrentamiento, su apoyo a las reivindicaciones de sus compañeros... y que por motivos de seguridad no se atrevían a comunicárselo por carta. Llegado a esta conclusión supo que esa era la peor de todas, la más dañina, la más ingrata, la más injusta porque perder la vida a los 47 años con mujer y dos hijos, rebosante de salud e ilusión, sin haber hecho jamas daños a nadie, sólo luchar para mejorar su vida y la de los suyos, era lo peor que podía haber pasado y no, no era justo, y para colmo se añadía su situación, pelear y defender a costa de su propia vida, a ese maldito bando, el bando fascista que presentía y creía no equivocarse, había acabado con la vida de su padre.

Empezó poco a poco a levantar cabeza, empezó a pensar en nosotras en el pueblo, ¿sería verdad que estabamos bien?, ¿sería verdad que nos estaban ayudando? o por el contrario ¿estaríamos pasando necesidades, hambre o lo peor, y no quería ni pensarlo, ¿represalias?.

El coraje, el miedo al daño que nos pudieran estar haciendo, el recuerdo de  las últimas palabras de nuestro padre aquella  noche en el pueblo, que como una fatídica premonición, le pidió que cuando él faltara velara por nosotras, fueron los detonantes para que con más fuerza que nunca, le plantara cara a la vida, como  madre le pedía en la carta y le dijera: aquí estoy para lo que haga falta, que yo no me rindo y voy a seguir a tu lado todo el tiempo que Dios quiera, porque sé que alguna vez tendré que ver tu cara más bonita." 

 


domingo, 2 de junio de 2013

"Mi héroe" Sierra Nevada

Mientras todos los acontecimientos descritos se desarrollaban en el pueblo, mi héroe se desesperaba porque no conseguía tener noticias de los suyos, sus cartas eran retenidas por la caótica situación que en él se vivía, ocurriendo lo mismo al contrario.

Su regimiento era ya consciente del golpe militar porque ellos precisamente habían quedado bajo el mando de los "nacionales", los altos responsables militares de la provincia de Granada, se adhirieron sin dudarlo al ejército rebelde y él ahora era un soldado que luchaba según los dictados de dichos mandos. Digamos que de golpe se convirtió en un "nacional", un "rebelde" al Gobierno legalmente constituido por los deseos del pueblo, o en un "facha" como se les conocía a los defensores de los ideales fascistas, como ya ocurría en Alemania e Italia.

Se sentía como un muñeco de feria, manejado por manos desleales, por ideas que no entendía, por mandos que ordenaban sin dar explicaciones, que disponían de tu vida sin contemplaciones y para los que tu muerte no importaba, no eras una vida eras un número de un batallón y tu posible muerte, una baja anotada en un papel. No se les informaba de nada, de cómo estaba la situación, qué pasaba en otras provincias españolas, que pasaba en Sevilla, de que bando era... 

Supo entender que no había que perder tiempo pensando, que las calamidades cuando vienen hay que afrontarlas con todo el valor de que pueda uno ser capaz, que las lamentaciones no sirven para nada y que lo que tenía que hacer es luchar en esa guerra de la mejor manera posible, porque en ello se jugaba la vida con sólo 21 años, tenía una vida por delante y una familia a la que quería con adoración, tenía que sobrevivir. Se encontraba en plena Sierra Nevada, un campo de batalla inmenso, plena naturaleza, piedras, riscos, arboleda y cuando empezara el invierno si aún seguían allí, nieve, temperaturas bajo cero, incomunicación y un enemigo conociendo como la palma de la mano la zona, sabiendo como atacarles y dónde esconderse, porque se trataba de guerrillas  compuestas de milicianos es decir, el ejército del pueblo, en este caso hombres que luchaban por recuperar sus tierras, sus casas, sus vidas en los pueblos que salpicaban la montaña.

La misión de ellos era no solo mantener las posiciones, sino además avanzar en zonas ocupadas por los milicianos, destruir o crear conexiones eléctricas según su conveniencia, y mediante señales ópticas por el método morse, comunicarse con los suyos al otro lado de la montaña mandándoles información de todo lo que acontecía durante el día. Estas comunicaciones se hacían siempre de noche por motivos obvios, de día con el brillo y la luz solar era imposible, y era él uno de los mejores en esta misión, por lo que pocas eran las noches que pasaba en los barracones. Los primeros días, antes de llegar el invierno, fueron teribles, el miedo lo paralizaba y las manos tenía que controlarlas porque le temblaban y sabía que el temblor era el mayor enemigo de un emisor, porque a causa del mismo, las señales no sólo podían llegar defectuosas a su destino, sino lo peor que fueran detectadas por el enemigo y entonces sí que podía decir uno aquí se acabó todo, el ruido de las metralletas disparando, las explosiones de las bombas de mano, podían alcanzarlo sin mucha dificultad, dada la cercanía de los milicianos, y terminar allí mismo su corta vida. Después con el tiempo se fue sosegando, tranquilizando, consiguiendo una gran pericia en sus transmisiones y con ello una confianza muy importante en lo que hacía.

" No salí, o mejor dicho no salimos de la Sierra durante los tres años que duró la Guerra Civil, mi destacamento, apenas se componía de 60 soldados, al mando de un sargento y un  capitán de los que recibíamos las órdenes, pero con el paso del tiempo, allí ni había capitán, ni había sargento, nos habíamos convertido en una familia. Una gran familia, luchando por sobrevivir, ayudándonos los unos a los otros, sufriendo en nuestras propias carnes el sufrimiento de cualquiera de nosotros, y celebrando como si fuera nuestra cualquier buena noticia que algún compañero recibiera. Sólo teníamos dos medios de contacto con el mundo exterior, como así denominábamos todo lo que no fuera la sierra: la aviación por la que recibiamos quincenalmente nuestros alimentos junto con el correo; la otra era mucho más cercana, más humana, se trataba de un guía de la sierra que se jugaba la vida una vez al mes, visitandonos de noche. Se llamaba Antonio y había pasado sus cincuenta largos años de vida en el monte. Su padre al igual que él vivió desde que nació en una cabaña instalada en una de las zonas más altas del monte, cabaña que heredó de él, puesto que fue el único de los ocho hijos que tuvo, que no quiso abandonarla a su muerte, aprendió a fuerza de acompañar a su progenitor todas las rutas, caminos, senderos, rios, que pudiera haber y no concebía su vida fuera de allí porque adoraba la montaña. Heredó no solo la cabaña sino tambien el puesto de guia oficial que el Gobierno desde muchos años atrás concedió a su abuelo a cambio de un pequeño sueldo que les permitía vivir. Antonio vivía solo, de vez en cuando bajaba a Granada y pasaba allí unos días de asueto, pero enseguida regresaba, no sabía vivir en la ciudad. Cuando era más joven,bajaba con mucha más frecuencia, porque joven al fin, necesitaba relacionarse con gente de su edad, le gustaba ir de fiestas y sobre todo salir con mujeres, quería casarse, tener hijos que continuara con la tradición familiar, pero no lo consiguió, cuando explicaba a cualquier novia que tuviera, dónde estaría su hogar, huían despavoridas. Así que pasada ya la treintena,comprendió que su lucha era estéril, y terminó aceptando que nunca se casaría y que con él se daba fin a esa peculiar forma de vida. El por qué ayudaba a los nacionales nunca lo supimos, a lo sumo llegó a decirnos que era un adicto a la disciplina, porque sin disciplina nada se consigue, si no fijaros -decía- en la naturaleza, todo está reglado, el sol siempre nace y muere por el mismo sitio, las flores, el celo de los animales para procrear siempre es en primavera, la nieve, el viento,, el frío.. todo tiene su momento, todos los elementos que componen la vida se rigen por unos parámetros fijos y eternos y por  eso la vida sigue y sigue siempre acatando las leyes. Esa misma rigurosa disciplina tenía que regir igual entre los hombres y los últimos años todo había sido un caos, cada uno y cada cual tirando para su lado y así no podía ser. Pensaba que el regimen militar era el apropiado para conseguirlo y por eso ayudaba a la causa y si lo cogían, algo poco probable, dado su conocimiento de rutas y caminos desconocidos, pues mala suerte.

Esperábamos la llegada de Antonio con ansiedad, él nos informaba de como se iba desarrollando todo, nos traía los encargos que cada uno de nosostros le hacía, la prensa aunque fuera atrasada se la quitábamos de las manos, pero sobre todo era como un bocanada de aire que nos traía ilusión, la ilusión que no debíamos perder para seguir sobreviviendo en esos parajes aislados del mundo.

Padecimos de todo, enfermedades, dolores, hambre cuando por motivos meteorológicos no llegaban los alimentos, los piojos... pero sobre todo el frío, el frío en invierno era aterrador, nada nos hacía entrar en calor, dormíamos vestidos pegados en las camas unos a otros, la nieve era nuestra perpetua compañera y nos pasábamos días y semanas con la ropa mojada, las noches transmtiendo señales eran eternas, hubo momentos que creí que no llegaría vivo al amanecer, saltaba, me frotaba piernas y brazos para que no se congelaran y los dedos me los liaba con papel de periódico. Las muertes de compañeros con los que habías estado compartiendolo todo, era trágico y traumatizante, sobre todo cuando los veíamos subir cubiertos por mantas hacia el helicoptero que los llevaba de regreso a casa, un regreso lleno de sollozos y lágrimas.

Las bajas eran cubiertas por nuevos soldados, subía un muerto y bajaba un vivo, llegamos a llamar al helicoptero el tio vivo, un tio vivo macabro que nos hacía pensar que quizás el siguiente en subir en él, sería uno mismo. Pero aún y con todo hubo algo que me marcó para siempre y que recordaré hasta mi muerte, lo más doloroso que viví en aquella maldita sierra:

 La guerra tocaba a su fin, las noticias que nos llegaban era que estábamos a punto de alcanzar la victoria, sólo quedaban Madrid, Barcelona y poco más por conquistar, pero el triunfo era ya seguro, parte del Gobierno de la República había huido, se había exiliado y sólo iban quedando los últimos, los que preferían morir luchando antes que huir. Nos enteramos, cómo multitudes de personas, mujeres, ancianos, niños, casi con lo puesto, con pequeños hatillos se dirigián hacía la frontera francesa buscando asilo y refugio, abandonando lo que había sido su pueblo, su ciudad, en resumen sus vidas en un país destrozado no solo por la guerra, destrozado animicamente, humillado y vencido. De todas formas por la sierra, la guerrilla seguía actuando, aunque ya se notaba que iban quedando pocos y nosotros empezamos a soñar con volver, ahora eramos conscientes de que lo peor ya había pasado. El invierno había superado ya su ecuador, cuando llegaron cinco reclutas nuevos, su misión principalmente era la de  ayudarnos en las reparaciones de cables y tendidos eléctricos. Eran todos muy jóvenes, procedentes de lo que se llamó la quinta del biberón, chavales reclutados con quince o dieciseis años, porque las pérdidas humanas habían sido tan enormes que tuvieron que echar mano de quintas casi infantiles. Entre ellos se encontraba Leoncio.

Leoncio era cordobés, vivía en un pequeño pueblecito junto a su madre viuda y a una hermana algo más pequeña que él,  tenía dieciseis años, era moreno, espigado y apenas empezaba a  salirle la barba, unos pelillos bajo la nariz y en la barbilla era todo su arsenal varonil, arsenal que él afeitaba con esmero día sí, día también, con la ilusión de que para el próximo afeitado tendría algunos más. Reíamos mucho con él, le gastábamos bromas como si ya había llegado al pelo número diez, pero él no se enfadaba, reía con nosotros, era la inocencia en persona Por las noches lloraba acordándose de su madre y hermana. Tenía mucho miedo, cualquier cosa lo asustaba y corría despavorido buscando refugio. Sabe Dios por qué motivo se pegó a mi como una lapa, no me dejaba ni un segundo, comía y dormía a mi lado y las noches que me tocaba transmisión era incapaz de quedarse sin mí en el barracón y se venía conmigo a pesar del peligro y el frío casi insoportable. Empecé a tomarle afecto enseguida porque era imposible no hacerlo, era como un perrillo a mi lado moviendo la cola continuamente, pidiendote un poquito de cariño y yo se lo dí, como hubiera hecho cualquier ser humano con corazón. Le contó a su madre que era mi amigo, que yo me portaba muy bien con él y que ya estaba superando el miedo gracias a mí. Su madre me escribió dándome las gracias por lo que me preocupaba por él y decía que  nunca podría pagarme lo que estaba haciendo con su hijo. Y llegó la noche que nunca olvidaré, como siempre se vino conmigo para hacer la guardia, además de estar a mi lado, le encantaba ver como manejaba los cristales y continuamente me rogaba que le enseñara, lo más que hice fue que durante el día, en los periodos de descanso en el barracón, fue introducirle un poco en el sistema "morse" y la verdad es que aprendía rápido, para él aquello era casi magia y le fascinaba. Aquella noche había luna llena, el cielo estaba completamente despejado, el resplandor de la luna iluminaba la zona con mucha mayor intensidad que la mayoría de las veces. Transmití mi mensaje pronto, y seguí un poco más "hablando" con ellos de cosas banales, nos habíamos relajado hasta tal punto que ya no veíamos el peligro. Acabé, guardé los espejos en la mochila y nos abrimos unas latas de sardina en aceite que teniamos para cenar, una vez hubimos  acabado fumamos un cigarro mientras hablábamos  del futuro, yo volvería a mi ciudad y tendría que luchar fuerte y él a su pueblo de Córdoba a trabajar la poquita tierra que su padre le había dejado y volvería a ver a la niña que lo traía por la calle de la amargura. Al rato empecé a sentirme mal, quizás -pensé- el cigarro que me he  fumado después de las sardinas me ha sentado mal y el estómago amenazaba con salirse por la boca. Salí corriendo, alejándome para vomitar y otras cosas porque el cuerpo se me descompuso entero, le advertí como siempre que lo dejaba solo, que no se le ocurriera coger los espejos, pero esta vez no me hizo caso, había pasado poco tiempo cuando sentí la explosión, el cuerpo se me heló aún más de lo que ya estaba. Corrí ahogándome de miedo, presentí lo peor, pero yo mismo me daba ánimos en la carrera pensando que no podía haber pasado nada, pero desgraciadamente mis peores augurios se confirmaron, una granada lanzada por la guerrilla explotó de pleno en el sitio en que Leoncio se encontraba. La imagen era dantesca, sangre y visceras esparcidas y el cuerpo de mi amigo desmembrado, en su brazo separado del cuerpo, en su mano aún se encontraba el espejo con el que se puso a hacer señales. Creí morir, pensé que todo era una terrible pesadilla, en segundos pasaron por mi cabeza cuarenta mil cosas ¿ por que lo dejaría solo? por que desobedecio mis ordenes?,  ¿ por que me comeria las sardinas? por qué y más por qué sin respuestas, y su madre cuando se enterara... su dolor lo veía  reflejado en la mía, si hubiera sido yo, y ese pensamiento era insoportable, hubiera dado mi vida por poder retroceder en el tiempo, por volver a escuchar su voz, sentir su miedo, oir su risa y hasta sus ronquidos durmiendo a mi lado, por los que tanto protestaba. Me hinque de rodillas rodeado de sangre y lloré, lloré hasta quedarme sin lágrimas.

La vida me castigaba una vez más, pero a pesar del inmenso dolor que sacudía mi cuerpo, en ese momento juré que no me iba a dejar vencer".