sábado, 17 de septiembre de 2011

"El Lolo" final.

La necesidad, el rechazo, el hambre... la decidieron, pero por encima de todo, su hijo. No quería que el niño creciera siendo "el tonto del pueblo", porque una cosa era que realmente fuera tonto y otra que lo señalaran y se rieran de él. Nunca supo lo que en realidad tenía su hijo, nunca lo trató ningún médico, ni fue (porque en realidad no existían) a ningún centro o colegio especializado, ella lo crió y lo sacó palante como su instinto y amor de madre le indicaba. Hoy en día no se usa la palabra "tonto" salvo para insultar a alguien como sinónimo de persona muy corta o escasa de entendimiento, hoy, a estas personas se les denomina "deficientes mentales" aunque este término abarca un gran abanico de enfermedades de la mente que en muchas ocasiones apenas tienen que ver las unas con las otras, en aquellos tiempos simplemente se era tonto y el Lolo lo era.

Llegó a Sevilla en plena guerra civil, cuando ya su pelo había crecido y el niño rondaba el año de vida. Una prima lejana le abrió las puertas de su casa temporalmente hasta que encontrara trabajo, mientras, la ocupó en su propia casa como sirvienta a cambio de cobijo y comida.

Tuvo suerte, quizás la primera y última en su vida, pero consiguió entrar a servir en casa de una familia adinerada, franquista y católica que se apiadaron de ella y de su hijo, consintiendo que lo tuviera con ella y allí permaneció hasta su muerte. Pudo a fuerza de trabajar agotadoramente, sin descanso, reunir unas pesetillas y alquilar la habitación que arriba he mencionado y así llegó a nuestro barrio, cuando el niño ya era mayorcito.

Cuando junto a mis padres y hermano, llegué al barrio, ya había pasado lo peor, los oscuros años de la postguerra, el hambre por la falta de alimentos en los años cuarenta, el miedo a las represalias... y el Lolo era por entonces un tiarrón de más de 1,80 mts. con unos 24 o 25 años que campaba a sus anchas por la calle, mientras su madre trabajaba.

Su cara, su forma de andar y gesticular, su mirada, su habla, todo, delataban inmediatamente su gran deficiencia. Tenía una cara ancha, de piel morena en la que sus ojillos pequeños e inquietos bailaban algo desviados, en medio de un rostro algo asimétrico de facciones grandes, bastas, pero del que se desprendía tanta inocencia y bondad, que era difícil no sentirse atrapado por la ternura hacia él.

Creía ser detective privado, el vigilante de la calle, del barrio en general, pero su ingenuidad lo llevaba a vestirse llamativamente, todo lo contrario a lo que un detective que se precie, debe hacer. He aquí su ropa de servicio, como él decía: gabardina trás cuya solapa se enganchaba la identificación de todo polícia que se precie, en el caso de él consistía en una chapa roja con el logotipo de Coca-Cola y en el ojal, un bolígrafo con el que anotaba en una libretita mediante cuatro garabatos, las matrículas de los coches a los que multaba; del cuello le colgaba un silbato, para usar -según él- en los "tasos demegensia" (casos de emergencia), de los pantalones y enganchadas en el cinturón, las esposas de juguete que le echaron los Reyes Magos y cómo pincelada final a la falta de discreción, un casco blanco con las iniciales PM (policía militar) sobre su generosa cabeza, del que nunca pudimos saber como se lo agenció.

Su madre no le ponía cortapisas a sus andanzas, porque decía: "mi Lolo es feliz, no hace daño a nadie, si alguien se ríe de él, lo comprendo aunque no me gusta, pero si le quito su ilusión ¿en qué va a pasar mi niño su tiempo? así que se ría el que quiera, pero que me lo dejen tranquilo.

No era difícil verlo escondido trás una esquina acechando o persiguiendo a un posible "caco", o anotando en su libreta las matrículas de todos los coches aparcados, o abordando al primer transeunte que se le pusiera de frente para pedirle la documentación, no sin antes enseñar él la suya, levantando la solapa de su gabardina, o cuando le daba por pitar el silbato, parando a cualquier coche, carro o bicho viviente que por allí pasara.

A la vuelta siempre paraba en la panadería de mi padre, para contarle como había ido su día de servicio: "Zarbadó -decía- hoy he tetenío a un ladón te tería obá en una tasa y lo llevao a la tomisaría y aemá he puesto tinco murta (Salvador, hoy he detenido a un ladron que quería robar en una casa y lo he llevado a la comisaría y además he puesto cinco multas). Era incapaz de pronunciar la k o la q. Mi padre le daba carrete, le preguntaba, lo felicitaba por lo valiente que había sido y por lo contento que estaba todo el mundo con él y él se pavoneaba sonriendo con cara de pillín asintiendo con la cabeza.

Fueron bastantes años los que día a día repetía su actuación: el mismo vestuario, los mismos gestos, y su cara de felicidad creyéndose ser el mejor detective privado del mundo.

Pero todo tiene su fin y a él le llegó el día en que unos desalmados, gamberros sin corazón, ni sensibilidad, quisieron pasar un rato de "grasia" a su costa y lo abordaron cuando ya caía el sol en una calle solitaria, escondido trás una esquina vigilando cualquiera sabe a quién. Le quitaron el casco dónde se mearon, para volver a ponérselo en su cabeza y empapar su cara y parte del cuerpo de orines. Él asustado, temblando, incapaz de comprender nada, se arrrebujó en el suelo de la esquina llamando a su madre, le arrancaron las esposas del cinturón y le bajaron los pantalones y uno de ellos llegó a propinarle un golpe en la cabeza con el mismo casco que le abrió una brecha en la frente. La sangre se mezcló con los orines y las lágrimas de terror mientras las risas y los insultos crecían. Quiso la fortuna que ante el escándalo algunas personas se asomaran por la calle y el grupo al verse descubierto se diera a la fuga. Lo recogieron del suelo sucio, lleno de orines, lloroso y temblando como un perrillo asustado.

Lo llevaron a su casa con su madre, que nunca llegó a recuperarse del susto cuando lo vió. Los vecinos no dejaron de pasar por su casa en toda la noche para prestar cualquier ayuda que pudieran necesitar y a mi padre, aquella noche lo ví llorar.

Ya no volvió a ser el mismo, perdió su alegría, su ilusión, su razón de vivir. No quería salir sólo, estaba siempre asustado y pasaba los días sentadito en un sillón en la puerta de su casa, esperando que su madre llegara de trabajar.

Muy poco después enfermó, no sabría decir de qué. Recuerdo verlo recostado en una hamaca con la piel amarillenta y las piernas hinchadas. Su cara había perdido esa luz que trasmitía y la fealdad de sus rasgos se hacían ahora mucho más evidentes.

Murió una tarde de verano. El llanto de su madre se escucho por toda la calle y una gran cantidad de gente de todo el barrio pasó por su casa para velarlo toda la noche y darle el último adios.

Su madre le sobrevivió muy poco tiempo.

viernes, 16 de septiembre de 2011

"El Lolo" 1ª parte

Muy cerquita de mi casa, allá por los años sesenta, vivía "el Lolo".

"El Lolo" solamente tenía a su madre. Habitaban una habitación alquilada dos casas más abajo de la mía y cuya propietaria ocupaba el resto de la vivienda. Esta sala como por aquellos tiempos se denominaba, hacía la veces de comedor, dormitorio y cocina. Dos camas de "tubo" con colchones de borra en un extremo seguidas de un ropero pequeño, componía el dormitorio, sin olvidar el pie con la palangana blanca y la jarra de porcelana para el aseo cotidiano. La cocina para guisar era de petróleo y los pocos cacharros, platos y vasos se apilaban en una repisa colocada en la pared, por encima de una vieja mesa de madera; sobre ella, un baño servía de fregadero junto a un cántaro lleno de agua y abajo un cubo de aquellos de la época, de cinc, hacía las veces de desagüe. La mesa de camilla, las cuatro sillas, la radio Marconi, el retrato en la pared del padre muerto y poco más, completaban todo el ajuar. El baño, era lujo de ricos, y por aquella época y aquellos lares, teníamos que conformarnos con un retrete en el patio compartido por toda la vecindad, el baño tambien de cinc para el lavado semanal en la habitación y la escupidera de loza blanca para las emergencias de la noche.

Su madre, Dolores, era una mujer alta y "seca". Su cara a pesar de que no era muy mayor, estaba dibujada por un gran número de arrugas que parecían marcar una vida difícil y dura. Un tic nervioso le hacía cerrar y abrir los ojos compulsivamente y un rictus amargo acentuaba la dureza de su rostro en el que pocas veces aparecía la sonrisa.

Apenas les quedaban algunos parientes allá en el pueblo que los vio nacer, con los que casi no tenían contacto y sus vidas giraban alrededor del trabajo de ella en la casa dónde servía desde que llegó del pueblo cuando él era todavía un bebé y los vecinos de la calle que siempre estuvieron con ellos para ayudarlos.

Las historias de cada familia, en aquellos tiempos casi de postguerra, era conocida por los vecinos más cercanos, porque todos eran portadores de vivencias más o menos duras a causa de la guerra, el hambre, las enfermedades... y cierto es que el sufrimiento une, se comprende mejor cuando se ha vivido. Aún así, la de ellos, despertaba en todos una ternura, una piedad, especial por todas las calamidades que pasaron.

Dolores se enamoró en su pueblo de Manuel y se casaron. Manuel trabajaba el campo, era jornalero y como casi todo jornalero de la época se hizo comunista a fuerza de ser explotado de sol a sol por el terrateniente dueño de las tierras. Apenas el jornal les daba para vivir y su descontento crecía, estimulado por las proclamas y dictados en pro de los derechos sociales que en aquel momento se extendían por todos los campos, fábricas, pueblos y ciudades de España.

Con la llegada del golpe militar de Franco, tuvo la mala suerte de que su pueblo quedó en manos de los sublevados y rapidamente fue detenido por su activismo y sus ideas comunistas. Fue fusilado poco después del 18 de Julio de 1.936. Su mujer estaba embarazada del primer hijo y seis meses después, nació un niño al que pusieron su mismo nombre en recuerdo de él.

La fatalidad, la desgracia, que casi siempre se ceba con más intensidad en los más débiles, quiso que ese niño no naciera bien. Ella siempre decía que la causa, el motivo había sido el sufrimiento por la pérdida de su marido, el miedo, la verguenza cuando la pasearon rapada al cero por la calle principal por viuda de comunista, el hambre, la insolaridad..., decía que su niño al igual que ella también se había asustado dentro de su vientre y que por ello su cabecita quedó como congelada por el miedo. Sabe Dios que pudo ser, pero para ella estaba totalmente claro.

Nada más nacer, su abuela, que fue quien asistió a su hija en el parto, porque la matrona se negó a ir a su casa, al verle la carita sentenció: "este niño no ha nacío normal" le dijo a su hija y a ella se le vino el mundo encima. Tuvo que salir del pueblo porque la gente se reía cuando pasaba con el niño bajo la toquilla, murmuraba " es una maldición del Cielo, un castigo que la mandao Dios por su marido", no le daban trabajo en ningún sitio y sus padres, avergonzados también, vieron el cielo abierto, cuando forzada por el hambre y el sufrimiento, decidió emigrar a la capital.




domingo, 4 de septiembre de 2011

"El Mundo se paró". Final

Todos los días iba a ver a mi niña. Me llevaban en una silla de ruedas porque aún me era imposible mantenerme en pie. Allí, sentada en esa silla viendo como mi hija vivía, era la mujer más felíz del mundo.

Nunca, en ningún momento pasó por mi cabeza la sombra del miedo, creí que lo malo ya había pasadp, que si tuvo fuerzas para sobrevivir aquella noche horrible, esa "cosita" tan pequeña, tan preciosa, sólo necesitaba tiempo para adaptarse a este mundo, tiempo para que sus órganos crecieran y se hicieran fuertes para luchar con los peligros que acechan, tiempo para saborear una vida que empieza y que merece la pena vivirla y ella lo iba a conseguir·.

Las lágrimas ya corrían con fruición por su cara y yo no podía apartar mis ojos de ella y lo único que en ese momento anhelaba era consolarla con un abrazo y decirle que debía sentirse orgullosa de la decisión tomada porque siguió los mandatos de su corazón, pero las palabras no salían de mi garganta porque un nudo muy fuerte lo impedía.

"Hasta que llegó el día más triste de mi vida, el día en que mi mundo tan maaravilloso se paró, porque el dolor paaralizó mi vida, el día en que me sentí perdida, impotente, en el que no quise seguir viviendo porque ni quería, ni podía separarme de ella, el día en que pedí a Dios con todas mis fuerzas que cambiara su vida por la mía, que la dejara vivir a ella.

Como todas las mañanas me levanté con el ansia de siempre por bajar a verla, estaba felíz ya que el médico me había comunicado que el alta estaba al caer, quizás en uno o dos días, no así la niña que aún le quedaba un poquito. Ya me veía en mi casa durmiendo al lado de mi marido, con mis dos niños a nuestro lado, imaginaba como sería la carita de mi hija cuando ya sus rasgos fueran acentuándose y cómo mi niño la querría y cuidaría. No podía haber nadie más felíz que yo, todo el calvario vivido había merecido la pena con creces y !por fin" formábamos una familia tal y como yo había soñado. La vida nos sonreía.

Ese día bajé como todos los anteriores, pero cuando llegué a la sala de incubadoras me encontré con la puerta cerrada al paso de familiares. Había surgido un problema que por lógica imaginamos debía tratarse de un empeoramiento en alguno de los niños allí ingresados. Los nervios de todos los allí reunidos era patente, no sabíamos que estaba pasando trás la puerta cerrada y sobre todo a ¿que chiquitín le tocaba sufrir por sobrevivir?. Era mi hija, sufrió un infarto cerebral, uno de los riesgos más frecuentes a los que se enfretan los niños prematuros, especialmente los que apenas sobrepasan los seis meses de gestación. Supe, presentí rapidamente que me había tocado la desgracia. Cuando el médico salió no le dio tiempo a dirigirse a mí, fui yo la que me abalancé angustiada sobre él, todavía con la pequeñesíma esperanza de que mi presentimiento sólo fuera eso, un mal presentimiento. Pero no fue así, mi hija tenía vida pero se le escapaba como el agua entre las manos sin que se pudiera hacer nada por ella, los órganos principales de su pequenísimo cuerpo fallaban sin remisión.

Esta noticia fue un mazazo terrible para mi sistema nervioso, pero saqué fuerzas, no sé de dónde, para pedirle, suplicarle, exigirle incluso al médico que me dejara cogerla aunque fuera ya una sola vez en mis brazos. La cogí temblando entre mis manos (!era tan pequeña, que en los brazos se escapaba!) mientras mi cara se llenaba de lágrimas impidiéndome ver con claridad ese mínimo cuerpecito, que a pesar de todo aún seguía luchando por vivir. Una enfermera enjugó mis lágrimas y me ayudó a que la colocara pegadita a mi pecho, todavía conectada a los cables que partían mediante ventosas de casi todas la zonas de su cuerpo y que la mantenían con vida.

Me olvidé de todo, del mundo, de mi marido, hasta de mi otro hijo. Todo giraba a su alrededor, era mi sol y yo su planeta sin el que era imposible vivir. Murió muy poquito después, acurrucada en mis senos sintiendo mi calor".

Terminó derrumbándose y yo terminé abrazándola sin que fuera capaz de expresar todo el sentimiento y consuelo que le quería trasmitir. Poco a poco se fue calmando agarrada a mis manos. Se limpió las lágrimas y me miró yo casi diría que como avergonzada por lo que yo pudiera pensar de la situación que ambas estábamos viviendo. REcuerdo que lo primero que le dije fue que para mí hasta ese día era una profesional estupenda, pero ahora a eso le sumaba una gran admiración como persona y que me había parecido muy hermoso que me hubiera hecho partícipe de esta "historia" tan cargada de sentimientos, con el fin de ayudarme ante la situación tan difícil por la que mi hija pasaba en esos momentos.

Me contestó ya más calmada de que a pesar de que casi habían pasado dos años, todavía no superaba la angustia y el stres por el que su cuerpo pasaba cuando rememoraba esos días, y que aunque aparentemente llevaba una vida plena en cuanto a trabajo, familia, etc. ella, nunca sería la misma y el recuerdo de su hija siempre estaba presente.

Sólo tuve que hacerle una pregunta, porque había algo que yo no comprendía ¿de verdad hubieras preferido morir tú, no pensaste que privabas de esta manera a tu hijo de tan corta edad de su madre, siendo como sabes, que eres su mayor referente y lo que te necesita? ¿ y la niña, como habría crecido sin el calor de una madre? ¿ y tu marido, tus padres...? Me contestó muy rapidamente, parecía estar esperando la pregunta, porque seguro que yo no habia sido la primera en hacérsela. " Te juro por lo que más quiero que lo dije y lo sigo diciendo. Yo he vivido ya 35 años de una vida a la que puedo catalogar de bastante buena. He sido felíz, crecí rodeada de cariño por unos padre y hermanos maravillosos. Pude estudiar la carrera que me gustaba y en consecuencia tengo un trabajo que me apasiona y no me va nada mal, sino todo lo contrario, muchas veces he cedido casos a otros compañeros, por falta material de tiempo. Me casé con el hombre del que me enamoré en la Universidad y hasta el momento, llevamos ya diez años juntos y dentro de los altibajos normales de toda pareja, nos queremos y respetamos mutuamente. él también triunfa en su trabajo. Tengo una casa bonita en un sitio privilegiado y lo más importante he sido madre de un niño que es maravilloso y el espejo dónde me miro todos los días. Sí, es duro perder todo esto, pero yo habría vivido una vida corta pero feliz y fructifera, pero mi niña no ha conocido nada , no ha tenido oportunidad de corres, reir, llorar, querer, sentir... y aún sin haber experimentado todo luchó durante un mes por conseguirlo, incluso minutos antes de morir se agarraba con fuerza a mi dedo con su manita. No, mi hija no quería morir y yo veía y veo más justo que hubiera sido ella la se quedara aquí. Con respecto a mi hijo, mi hija, mi marido, mis padres... claro, claro que hubiera sido un golpe tremendo, pero la vida se encarga de ir suavizando el dolor y estoy completamente segura de que mis hijos crecerían totalmente llenos de amor, protección, atenciones de todos y aunque sí echarían de vez en cuando la falta de una madre, serían felices, y se apoyarían el uno en el otro y mi hija viviría su vida.

Ahora fui yo la que no pude evitar que las lágrimas salieran de mis ojos y que aún pudiendo no estar de acuerdo con su planteamiento, esa mujer estaba dando con su testimonio una gran lección de vida, de generosidad, de amor.

La voz chillona de un niño trás la puerta cerrada del despacho, nos sobresaltó. Era su hijo que llegaba del cole. Se levantó rápida, se limpió los ojos mirándose en uno de los cristales de una vitrina y sonrió, no quería que el niño la viera en ese estado. Yo me levanté también, cogí el bolso y me quedé de pie mirándola. El mundo volvió a ponerse en marcha para las dos, nos dimos un abrazo, me susurró las gracias por comprenderla y ya con la firmeza de siempre, volvió a darme el consejo para mi hija que al principio de su relato expresó: "si ese pequeño embrión no está preparado, se irá, no haced una tragedia de ello. La naturaleza es sabia y desecha lo que no va a poder sobrevivir, no hay que chantajearla para evitarlo porque al final termina ocurriendo lo que no queríamo que ocurriera y nos negábamos a ver".

DEspués de ésto he seguido teniendo contacto con ella hasta hace pocos meses en que por fin se resolvio favorablemente mi litigio sobre el accidente. Nunca más volvimos a hablar del tema, pero sí es cierto que al menos yo y creo que ella también, le tengo un cariño especial y una grandísima admiración. Siempre la recordaré como lo que es: una gran mujer.

Nota: El médico alegó que no pudo asistirla porque fue invitado a un Congreso Médico en Alemania y no podía dejarlo pasar puesto que se trataba de las nuevas técnicas desarrolladas sobre el padecimiento que ella presentaba. Bajo mi punto de vista, totalmente inmoral, no se puede abandonar a una paciente de altísimo riesgo ni por todos los Congresos del mundo y menos sin avisar. Ella no quiso entrar en terrenos jurídicos, era demasiado doloroso y optó por intentar olvidar que había sido engañada.