sábado, 23 de noviembre de 2013

El amor...

En el año 48 mi héroe tenia ya 33 años y no había tenido tiempo, ni ganas, de pensar en novias. Cierto que antes de la guerra, conoció a una muchacha que le gustó, se ilusionó con  ella al principio, pero poco después tuvo claro que no era la mujer de su vida, que a pesar de que era guapa y sobre todo formal -,la principal cualidad que en aquellos tiempos se pedía a una mujer- no llegaba a sentir lo que creía tenía que ser, un sentimiento fuerte, un desear pasar la vida al lado de ella, tener hijos, compartir... Una vida que en su imaginación veía, llena de paz, de tranquilidad, de amor profundo y sereno. Una vida que sería quizás difícil, por la situación del país, pero llena. Después de tanta amargura, deseaba casarse, tener hijos, verlos crecer, rodearlos de cariño... junto a una mujer con los mismos deseos, que lo quisiera, que lo respetara, que lucharan juntos de la mano, por una vida mejor.

Y el amor llamó a su puerta, y como tantas veces había ocurrido en su vida, nuevamente el destino, volvió a hacer una carambola, para que pudiera encontrarse con la mujer que desde muy pequeño, había soñado.

" El negocio marchaba de maravilla, era para mí una ilusión inmensa levantarme todas las mañanas para ir a trabajar. Tenía que pelear mucho, era una lucha constante para conseguir beneficios, para atender los pagos a su tiempo, para conseguir mejores precios a los representantes, un pulso con la competencia, con los clientes para contentarlos, convencerlos, mimarlos, con la busca de nuevos productos... pero todo merecía la pena, cuando al finalizar la jornada, la venta había sido buena y comprobaba con el paso de las semanas, de los meses, que poquito a poco las ganancias eran mayores, que pagaba religiosamente a los proveedores y principalmente a Esteban, mi antiguo jefe, que podía permitirme algún que otro "capricho· y "regalos" para mi hermana y mi madre... y me hinchaba de satisfacción. Era feliz, la vida me sonreía y yo no dejaba de agradecerle constantemente, esa sonrisa después de tanta amargura."

Como decía al principio, ya había cumplido los 33 años y llegó a pensar que era difícil ya a su edad, encontrar una mujer que lo quisiera, que estuviera dispuesta a compartir su vida. Su físico se había deteriorado mucho en los años de guerra en Sierra Nevada, y aunque sus rasgos en general eran agradables, le faltaba su bonito pelo ondulado del que se había sentido tan orgulloso, era  bajito y una incipiente "curvita de la felicidad" empezaba a despuntar alrededor de la cintura. Todo ello hacía que aparentara más años de los que tenía, pero en contra de todo lo anterior, tenía un encanto innato que cuando se le trataba o conocía más a fondo, cautivaba. Tenía unos ojos negros pequeños, pero muy vivos, de los que se desprendían sobre todo alegría -la innata alegría de la familia- y ternura, todo lo miraba con cariño, con comprensión, con sinceridad. Su simpatía, su risa, su forma de hablar, ejercían un gran atractivo en los demás y principalmente su forma de llevar la vida, de la que sabía sacar siempre su lado más bonito y humano.. Y en contra de lo que pensaba, llegó lo que tanto anhelaba, la mujer que sería la madre de sus hijos y su compañera de viaje en esta vida.

"La conocí un domingo de primavera en Alcalá. Ese día, habíamos ido a visitar a la tía Conchita y después de almorzar y dadas las buenas circunstancias que en aquel momento vivía, me permití el lujo de invitar a toda la familia a merendar en la mejor cafetería del pueblo. Nos sentamos en un velador frente al paseo, el sol nos daba de pleno y el olor del azahar de los  naranjos de la plaza nos envolvía. Pedimos todo lo que se nos antojó: café con leche, chocolate a la taza, tortas de almendra, copitas de anís y las riquísimas biscotelas, que tan merecida fama tenían en el pueblo. Era una fiesta, allí estábamos juntos, hablando, riendo y dándonos un festín confitero sin precedentes, y, de pronto, la ví venir por el paseo y el corazón me dio un vuelco como nunca antes me había pasado, en ese momento sólo tenía ojos para ella y los demás sentidos parecían haberse volatilizado, ni escuchaba, ni hablaba, y el dulce que me llevaba a la boca se quedó a mitad de camino, pero la verdad es que no era para menos, hacía mi venía andando la que me pareció la mujer más guapa del mundo. Era alta, muy bien formada, el vestido se le balanceaba ritmicamente a cada paso que daba , y cuando la tuve más cerca y sin ella querer se cruzaron nuestras miradas, comprobé que era portadora de unos ojos inmensos, de color indefinido porque se teñían de un tono verdoso que nunca había visto. El pelo trigueño y una boca muy bonita que llevaba pintada de rojo. Fui el hazmerreir de la familia y me puse colorado como un tomate, pero en aquel momento me enamoré plenamente de esa mujer que veía por primera vez.

Ante mi asombro, mi hermana se levanto rapidamente del asiento y salió a su encuentro para saludarla. Resultó que vivía muy cerca de la casa de la tía Conchita y se conocían, aunque ella era algo mayor que Rosarito. La acercó a la mesa que ocupàbamos y yo quise en ese momento desaparecer, sabía que se me notaría a leguas el impacto que había ejercido sobre mi y no me encontraba capaz de enfrentarme a ella de cerca. Las piernas, las manos me temblaban y temí que cuando intentara hablar, la voz no me saldría de la garganta. Saludó a todos  que ante mi asombro, los conocía y cuando me llegó el turno y sujeté por un momento su mano, toda la desenvoltura que me caracterizaba, todo mi aplomo, desapareció para dar paso a un mutismo  que desconocía en mí. Cuando se alejó me contaron su historia. Vivía en la casa grande, la del portalón verde que miraba al puente, la que iniciaba el recorrido por la calle "estrecha" que llevaba a lo más alto del pueblo, allí donde se erguía el Castillo moro desde donde se divisaba el Parque de Oromana, y, como una serpiente serena y silenciosa, el cauce del Guadaíra, bañando su paisaje, y los molinos blancos salpicando sus orillas y los pinos pintando la tierra de todas las gamas de verde que los ojos puedan distinguir. Por otro lado, las canteras de albero, únicas en el mundo, con sus tonos ocres, dorados, que alfombran las plazas, las ferias, las calles, los parques y jardines de Andalucía y a lo lejos, casi perdida en el horizonte, Sevilla... Allí en aquella casa, con ventanas de rejas, con macetas, plantada en un ensanche de la calle, vivía ella, allí detrás de aquél portalón, llevaba su vida, junto a su madre, hermanos, abuelos, tíos, primos... en fin una gran familia, que luchaba por salir adelante después de una guerra, que para ellos también había sido especialmente cruel. Supe que su madre era una gran mujer que cosía para la calle, que era considerada una de las mejores modistas del pueblo, que le cosía a lo mejor de la sociedad alcalareña aún siendo mujer de un socialista encarcelado !que ya tenía que hacerlo bien! porque esa "mancha" no era de las que se perdonaban entre la gente "bien". Pero pudo más su buen hacer, su formalidad, sus ideas innovadoras en la moda, que todo lo demás,  y se corrió un tupido velo sobre su vida. Creó un taller de costura dónde acudían las mocitas a aprender y compaginaba enseñanza con encargos de todo tipo; vestidos, abrigos, chaquetones, trajes de novia, batones de cristianar, chaquetas de hombre, pantalones, americanas... en fin, su tarea durante el día y hasta muy entrada la noche, era coser y coser para atender las necesidades familiares. Mientras su hija, la mujer que me enamoró, se encargaba de la casa : lavar, planchar, limpiar, cocinar, cuidar de los abuelos y además antes del amanecer y para ayudar en la economía familiar, acudía a una de las muchas panaderías del pueblo a trabajar, amasaba y daba forma a la mísma para que después de pasar por el horno, salieran convertidas en bollos, vienas, teleras, roscas etc. crujientes, tiernas, esponjosas y humeantes con destino principalmente para Sevilla, que ya sabemos que el pan de Alcalá está considerado como uno de los mejores panes de España,  y que al pueblo se le conoce más como "Alcalá de los panaderos" que como "Alcalá de Guadaira".

Todo lo que me hablaban de ella era inmejorable, guapa, trabajadora, amante de su familia, y yo conforme avanzaba la conversación me iba sintiendo cada vez más pequeño, por momentos se iba diluyendo las escasas esperanzas que al principio tenía, me parecía demasiado "perfecta" para que se fijara en mí y para colmo y rematando tenía como pretendiente a un buen mozo, campesino él, con el que salía desde hacía meses. Pero, pasados esos primeros momentos de pesimismo,  pensé que nada se puede dar de antemano por perdido y que todo lo bueno cuesta conseguirlo, por lo tanto, el abatimiento que sentía, fue barrido por una oleada de optimismo, porque -pensé- que ella tenía que ser la futura madre de mis hijos, y era ella o ninguna. Así que, no sabía como, pero me propuse conquistarla."

Y lo consiguió. Todos los fines de semana, cogía la camioneta para el pueblo acompañado de su madre y hermana, con la consiguiente alegría de la tía Conchita, que todos los sábados por la mañana, arreglaba con esmero la alcoba dónde recien terminada la guerra, ocupaban los tres. Paseaba a lo largo de la calle, esperando en cualquier momento verla salir, hacerse el encontradizo, entablar cualquier tipo de conversación, aunque fuera la tan manida del tiempo. No le importaba que saliera con el campesino,  decía que, como en el reino animal, se trataba de una lucha de fuerza y seducción, y se la llevaría el que tuviera más capacidad, y él jugaba con la ventaja de que no podía haber otra mujer, que era la única que quería, cosa que dudaba que el otro pudiera sentir, al menos con la misma intensidad que él.

Un día fue un saludo mirándola a los ojos, otro una sonrisa, otro una pequeña charla intrascendente, otro información sobre el pueblo... y así poco a poco, entablaron una amistad, que con el transcurso de las semanas, fue arraigando y cuanto más la conocía, más se enamoraba y más ahinco ponía en su secreta lucha por conquistarla. Ella, fue casi sin darse cuenta, cayendo en sus redes, porque lo que al principio considero una bonita amistad, fue dando paso a un interés distinto y a un contar los días para que llegara la tarde del sábado. empezó a comparar y se dio cuenta de que aunque el muchacho con el que salía, era mas buen mozo, alto, fuerte y guapo, no la hacía vibrar como él. No tenía ni la simpatía, ni el aire de capital que tan valorado era en su pueblo, ni los detalles, ni el trato hacia ella, que se sentía como una reina, ni experimentaba esa emoción y ese afán de ponerse guapa, como cuando sabía que él paseaba por su calle esperando encontrarla. Y terminó `por aceptar que se había enamorado casi sin darse cuenta, de ese amigo que rondaba su puerta y que la miraba embelesado. No le importaba que fuera más bajito que ella, que pareciera mucho mayor a pesar de que sólo le llevaba cinco años, que sólo se vieran día y medio a la semana, nada le importaba, sólo quería estar con él y sabía, porque hay cosas que no hace falta que te las digan, que él estaba loco por ella.

Terminó con su novio y poco después, le dió el "sí" al que iba a ser el hombre de su vida.

Al principio de este capítulo, hacía un comentario, sobre las carambolas que el destino jugó para que mi héroe viviera la vida para la que estaba predestinado y cómo, todo lo que le fue aconteciendo, de alguna manera, estaba relacionado con hechos, personas, acontecimientos... todo, como ramas nacidas de un mismo tronco, de un mismo árbol y alimentadas de una  misma savia. Cada rama proyectando su dirección en el espacio, unas más fuertes que otras, más altas o más pequeñas, con más o menos frutos, con más o menos hojas, pero al final unidas en su origen.

Y explico:

Una vez declarado y aceptado el noviazgo por parte de las familias, es cuando se considera a la pareja novios "formales", que en aquellos tiempos equivalía a sellar un compromiso serio de boda, una entrada en las casas respectivas, así como una presentación de ambas familias, todo ello unido a un estrechamiento en las relaciones de las mísmas.

Una vez pasado todo lo exigido, mi héroe, estalló de felicidad, cuando se le consideró "novio formal" de la mujer que lo enamoró. Y llegaron las reuniones familiares, las salidas por el paseo agarrados del brazo, los planes de boda, el comienzo del ajuar, el trato con los respectivos hermanos y hermanas... y así de esa manera, avanzando en las buenas relaciones por ambas partes, llegaron las confidencias de los sufrimientos pasados en la guerra, de las penurias vividas, de los rechazos, de los estigmas... porque ambas familias estaban en el mismo bando y cada una había tenido su enorme ración de lo anteriormente dicho. Y después.. la sorpresa.       




domingo, 13 de octubre de 2013

Una nueva vida en la calle Feria

Si he dedicado dos capítulos a la posguerra, titulados "La bendita post-guerra" es porque para el protagonista de esta historia, fue bendita de verdad, fue como a contracorriente de lo que generalmente vivía el pueblo llano, etapa de carencias enormes, de hambre, de enfermedades, de persecuciones políticas, de venganzas personales... Para él fue un periodo de tranquilidad, paz y prosperidad..

Conectó  muy bien con su jefe, que más que jefe se convirtió en un gran amigo, un amigo que lo ayudó en todo lo que estuvo en sus manos para que fuera consiguiendo sus proyectos y sueños, ésto fue debido, en parte por agradecimiento al ponerlo en contacto con su viejo amigo Froilán, su benefactor, y en parte porque  encontró en él a una persona fiel y trabajadora, alegre y con un gancho extraordinario para atraer a la clientela.

Mi héroe lo llevó a ver a D. Froilán y según me contaba la escena fue estremecedora. Pasado el primer minuto de sorpresa, todo fue una gran explosión de sentimientos mutuos, lágrimas, abrazos, emoción... !cuanto amor compartido!, !cuanto cariño!, ¿cómo se puede sentir tanto entre dos personas que mantuvieron una amistad solamente de un año y poco más? ¿cómo a veces ese periodo relativamente corto en el tiempo, puede llegar a remover nuestro interior y  sacar desde los más hondo, todo lo bueno que cada uno de nosotros llevamos dentro? Yo creo que todo consiste en la entrega, en actuar dejando a un lado la semilla de egoismo que es innata en los seres humanos, cierto que unos en mayor o menor medida que otros, pero todos somos poseedores de ella. Si somos capaces de meternos en el problema de ese amigo, si somos capaces de, por un momento, ponernos en su "pellejo" y comprender, sentir, lo que esa persona está viviendo, o sufriendo, o gozando, -que no todo va a ser malo-, nos daremos cuenta de que todos  estamos hechos de la misma "pasta", que todos en algún momento de nuestras vidas, hemos pasado por situaciones similares, difíciles o fáciles y que tanto para lo uno como para lo otro, necesitamos compartir, necesitamos que nos ayuden , que estén a nuestro lado, necesitamos de esa persona que nos comprenda, que  nos escuche y trate por todos los medios de ayudarnos, de comprendernos y que comparta con nosotros tanto lo bueno como  lo malo. Así es como se forjan esos lazos sentimentales tan fuertes que hace que veamos su problema como nuestro y nos impliquemos todo lo posible en ayudar a solucionarlo, porque cuando el egoísmo se destierra, o se aparca, o se ignora, la generosidad hacia los demás fluye con fuerza.

"Le contamos a mi antiguo tutor, la historia de cómo nos habíamos conocido accidentalmente, de cómo por "casualidad" le enseñé la foto que él me había regalado, de la cara de sorpresa y alegría de Esteban cuando reconoció en ella a su viejo amigo, de cómo por dichas razones, decidió inmediatamente emplearme a su lado y cómo yo le había llevado hasta allí. El rostro de mi tutor era como un libro abierto, sin necesidad de palabras lo expresaba todo, conforme le iba explicando con detalle lo sucedido, ésta iba cambiando de la sorpresa a la extrañeza,  de la pena a la alegría, del llanto a la risa... Fue una de las tardes más bonitas de mi vida, era increible, pero allí estábamos, la vida se había confabulado con nosotros para que nos encontráramos y esos tres eslabones perdidos que éramos hacia poco, habían encajado en  su sitio dentro de la cadena de nuestras vidas, vidas que volvían a estar enlazadas, que ocupaban de nuevo su sitio, que la guerra en su locura, había desperdigado. No dio tiempo a muchas reuniones iguales, aunque sí las hubo, pero desgraciadamente, D. Froilán murió, no sin antes tranquilizar a Esteban respecto a la deuda que tenían contraída, deuda que para él nunca  fue tal, y así se lo volvió a repetir. solamente nos  pidió que nunca rompiéramos esa amistad,  que por algo la vida nos había unido. Y así fue, hasta la muerte de Esteban muchos años después, no dejamos de estar siempre en contacto.

Y llegó mi época dorada, una época colmada de trabajo, una época en la que en parte conseguí mis sueños de juventud aunque faltara la presencia de mi padre. Alquilé dos habitaciones en una casa de vecinos de la misma calle Feria, suficiente para los tres y me traje de Alcalá a mi madre y a mi hermana, no sin antes conformar a la tita Conchita, con todos los argumentos habidos y por haber, en cuanto a la separación, "que si estábamos a dos pasos, que si todos los domingos los pasaríamos juntos, unas veces en el pueblo, otras en la capital, que si Juanito tendría su casa allí cuando tuviera que venir a Sevilla a estudiar...", en fin, al final se conformó y todo lo prometido, todo,  se llevó a efecto, porque ella y su hijo ya eran para nosotros como una madre y un hermano más, nunca, nunca volvimos a separarnos.

La vida quiso recompensarnos por tantos años de sufrimiento y fuimos muy felices. Era una felicidad, reposada, tranquila, una felicidad basada solamente en disfrutar con intensidad de la vida juntos. No eran tiempos de lujos, ni de derroches, ni de viajes y consumos, que al fin y al cabo a eso no se le llamar felicidad, son simplemente, momentos en los que se pasa bien y nada mas. Para mí la felicidad auténtica es, era en aquellos momentos, mi trabajo, poder aportar entre los tres lo necesario para el sustento diario, el pago del alquiler y poquísimo más, si acaso, un vestido nuevo al año para estrenar en Semana Santa, algunas salidas al cine, el "lujo" de una paletilla de jamón, que mi jefe me vendía a precio de costo, por Navidad o una cerveza fresquita en un velador acompañada de un cartucho de patatas fritas, alguna (muy pocas) que otra noche de verano. Pero lo poquito que nos podíamos permitir lo disfrutábamos al máximo, sabíamos saborearlo con deleite, el resto del año nos bastaba con tener trabajo. Mi hermana se coloco sirviendo en casa de una familia acomodada y mi madre se ocupaba de las labores de la casa. !Era tan bonito comer juntos!, saborear los guisos de mi madre, reir a pleno pulmón con las anécdotas que mi hermana contaba día tras día, de su estancia en la casa "rica" como ella decía, escuchar de nuevo la voz de mi madre cantando mientras recogía los cacharros... y por las noches, las reuniones en el patio de la casa con los demás vecinos, dónde cada cual aportaba su "mijita" de saber, de humor, sus venturas y desventuras, los juegos de los niños alrededor, los comentarios políticos en voz baja, que las paredes oyen, las discusiones futbolísticas entre los partidarios del Sevilla y los del Betis, las cadenetas que entre todos confeccionábamos para dar al patio el toque de Feria y no había disponible para pisarla, los olores a torrijas y a pestiños que las marías elaboraban en la cocina comunitaria en Semana Santa, las cruces de mayo, que los niños sacaban, los villancicos que cantábamos a coro el día de Nochebuena, acompañados de todos los instrumentos caseros que teníamos a mano y las copitas de anís y coñac comiéndonos los polvorones y los mantecados que entre todos aportábamos. Mis historias y relatos unas veces verdaderas, otras inventadas sobre la marcha, que encandilaban al personal sentados a mi alrededor en las sillitas de enea, y... tantas y tantas vivencias, sencillas, simples, cálidas y cercanas. Esa era, nada más y nada menos mi felicidad y la de los míos, vivir, o mejor, sobrevivir en paz, rodeado de gente querida, de gente como tú, con sus penas y sus alegrías ¿puede haber otra felicidad mejor?

Con el paso de los años,-estábamos ya en la recta final de los cuarenta-, conseguí al fin mi sueño. La charcutería más bonita del mundo, la que mimaba con esmero, la que hacía esquina en una de las plazas de abastos, con más "solera" de Sevilla, la que se "caía" cargadita de los mejores productos procedentes de la sierra, de Jabugo, de El Pedroso, de Aracena...! por fin! me pertenecía. Corría el año 48, cuando Esteban, mi jefe, me comunicó que estaba cansado, que los años empezaban a pesarle, que sus hijas a Dios gracias, habían hecho muy buenos casamientos y que ya era hora de empezar a disfrutar con tranquilidad de la vida, de su familia y principalmente de sus nietos, sin estar sometido a ninguna presión de trabajo y horarios. Durante los últimos años y gracias a las buenas ventas del negocio, había sido capaz de juntar unos ahorrillos con los que poder vivir, humildemente, pero vivir y quería aprovechar el tiempo que le pudiera quedar de vida. Así que, como le prometió a D. Froilán, si yo aceptaba, me traspasaba el "puesto", que no tenía que preocuparme por pagar ningún tipo de traspaso, me lo dejaba gratis, consideraba que el dinero que le debía a su amigo, que por fallecimiento no le podía devolver, me lo regalaba a mí traducido en pago del mencionado traspaso, sabía que era lo que a él le hubiera gustado, sólo tenía que pagarle mensualmente en concepto de alquiler, una cantidad, que yo conociendo, como conocía el negocio, era totalmente viable de liquidar.

Me faltaban palabras, no sabía como agradecerle el enorme gesto de generosidad que tuvo no sólo conmigo sino con D. Froilán aún estando muerto y le prometí que nunca, que jamás, le defraudaría y que el primer dinero que todos los meses, ganara, sería para pagarle. Y como decía, me vi de la noche a la mañana, con un maravilloso negocio que regentar, a lo que no temía porque me consideraba capacitado para ello, con una madre y una hermana sobre las que recaía todos los frutos de mi trabajo, y un futuro que se me presentaba más que esperanzador. Revivía continuamente, aquel especial momento en el que una noche de primavera, sentado a la orilla de un camino del pueblo junto a mi padre, le prometí que si alguna vez a él le pasaba algo, lucharía con uñas y dientes por las dos, para que no les faltara nada y ahora el orgullo me rebosaba porque la promesa se había cumplido.



  

miércoles, 2 de octubre de 2013

"Mi héroe" La bendita post-guerra II

 Pienso que en esta vida, todos estamos conectados, somos eslabones de una misma cadena, estamos creados de la misma energía y es esa energía, la que nos atrae los unos a los otros, de manera, que si sabemos o aprendemos a dejarnos guiar por lo  que nuestro corazón o nuestra voz interior nos dice, si dejamos que la vida con sus señales nos hable, nos avise, nos prevenga. todo  termina acoplándose, encajando, todo se va poniendo en orden y en su sitio y aquello que en un momento determinado nos pareció descabellado, imposible, extraordinario... se realiza y se realiza, no precisamente gracias a  la casualidad sino a la fe que llega desde el interior. La casualidad, a mi parecer no existe, todo, todo, tiene un motivo, un por qué, un fin y el tiempo termina dando la razón, porque, "aquello ocurrió para que ahora pueda ocurrir ésto". Rememorando esta historia, escribiéndola, meditándola, me doy cuenta de que su vida está llena de "casualidades" y de "conexiones", una mezcla de acontecimientos que terminan acoplándose para formar el puzzle de la vida de mi héroe. 

Mi héroe empezó a trabajar con la mayor ilusión del mundo. Había conseguido un medio de vida, y aunque con el sueldo que ganaba bien pocas cosas podía hacer, salvo comer y poco más, estaba feliz , tenía todas las esperanzas puestas en esa charcutería, para él la más bonita que nunca había visto, además estaba situada en el entorno que más le gustaba de Sevilla, el barrio de la Macarena y el que mejor conocía, ya que la tienda de D. Froilán  estaba ubicada en el mismo barrio, no demasiado lejos de la calle Feria y de su mercado de abastos. Al principio, era imposible plantearse una vivienda en Sevilla, para él, madre y hermana, pero calculaba que ahorrando un poco entre los tres, no tardarían mucho en conseguirlo.

" Rozaban las seis y media de la mañana del primer día de trabajo, cuando llegué a las puertas del mercado, sabía que era demasiado temprano, el dueño me había citado a las siete de la mañana, pero la impaciencia, el nerviosismo, las ganas de trabajar, no me dejaron pegar ojo aquella noche y mucho antes de que sonara el despertador ya me había lavado, afeitado, vestido y peinado los pocos pelos que me iban  quedando. Envolví el "mandil y un bocadillo en papel de periódico y salí sin hacer ruido a la calle. La primera camioneta que salía para Sevilla, lo hacía a las cinco y cuarto y  a las seis llegaba al Prado de San Sebastián. Desde allí me fui  andando hasta la calle Feria. 

Aún tan temprano el movimiento de carros, motocarros, carrillos... era continuo, era el momento de la entrada de mercancías: carros tirados por mulos o borricos provistos de angarillas, iban llegando arreados por sus dueños. Llegaban cargados de la mayor variedad de frutas y verduras del tiempo, algunos directamente de las huertas que rodeaban la capital, otros de las cuartelás dónde almacenaban las que provenían de provincias colindantes o más lejanas. Motocarros abriéndose paso a través de los animales que protestaban con rebuznos, de los mozos carretilla en mano que descargaban en medio de la calle, de los perros callejeros que ladraban corriendo tras ellos alertados por los ruidos de los motores. Iban repletos de cajas de madera llenas de pescado, de gambas, de calamares... dispuestas para la venta. Los carrillos de la carne, reses abiertas en canal goteando sangre, gallinas aún sin desplumar, costillares y carne de cerdo, conejos de caza y liebres sin desnudar, sangre de pollo cocida... era un espectáculo presenciar todo ese vaivén de personas trabajando, descargando, que entraban y salían apresuradas de la "plaza". El caos en la puerta, los olores, los ruidos, las voces... y el amanecer que despejaba con rapidez la penumbra de la madrugada y de las pocas farolas, para dar paso a la claridad del dia. !Cuanta importancia le daba a todo! !Que bonito era ver y saborear la vida, después de tres años de soledad, angustia y frío!

Mi jefe llegó poco después y se asombró de verme tan temprano allí, plantado junto a su puesto, con el mandil en la mano presto para ponérmelo. El hombre serio de otras ocasiones había dado paso a otro cordial, sonriente y hablador. Me estrechó la mano, me dijo que se llamaba Esteban y que no le gustaba ser jefe, quizás por ese motivo nunca había pensado en emplear a nadie, aunque era bien cierto que cada vez le costaba más esfuerzo llevar sólo la charcutería, afortunadamente. Con ello pretendía decirme, que quería que trabajáramos de tú a tú, quería que tuviéramos la confianza mutua suficiente para que cada uno de nosotros, desarrollara bien y con tranquilidad su trabajo, que dadas las circunstancias actuales que se vivían, los beneficios no eran muy cuantiosos, la gente estaba muy necesitada, razón por la que el jornal de momento era "justito", pero me prometía que en cuanto las cosas empezaran a mejorar, lo iría incrementando. Imaginaba, mejor dicho sabía, que había sido enseñado en el oficio  por D. Froilán y por eso se había decidido a contratarme, porque al lado de él seguro que había aprendido lo mejor, tanto en lo profesional como en lo personal y para él, era esa la mejor referencia que podía tener de mí. Aparte de ello me informó que ya desde antes de conocerme, sabía de mi existencia, de los años pasados junto a D. Froilán y de su proyecto de dejarme a mí la riendas del negocio. Y así charlando, mientras montábamos el puesto antes de que empezara a llegar la clientela, me contó, lo que yo estaba deseando saber, ¿de que conocía a mi tutor? ¿que lazos lo unían a él? y por que sin pensárselo dos veces, me había empleado. Y, empezó a contarme:

- Mediaba la guerra, era el año 37, y las cosas me iban bastante mal, apenas ganaba para pagar a los proveedores y vivir con muchas estrecheces, pero no me quejaba, me sentía afortunado, porque a mí por la edad, pasaba ya los cuarenta y ocho, no me habían reclutado y ahora sí daba gracias a Dios, por no haberme dado un hijo varón -tengo dos hembras- aunque tanto lo había deseado, imaginaba lo duro que tenía que ser para un padre, ver como a su hijo se lo llevan a la guerra. Así  pasaba el día a día como iba pudiendo, siempre rogando para que esa maldita guerra terminara pronto. Hasta que un día apareció él por aquí. Era invierno, porque recuerdo que traía puesto un abrigo gris por el que asomaba un camisón blanco y una corbata de rayas, su cabeza estaba tocada por una mascota del mismo color , peinaba canas y su andar era algo encorvado, calculé que pasaría de los sesenta. Saludó muy educadamente y me compró un papel de jamón, según sus palabras "del mas bueno que tuviera",  me pagó con una sonrisa y se marchó. Esta visita se empezó a repetir casi a diario, siempre en busca de su papelito de jamón del "bueno". Como ya sabes, los que trabajamos detrás de un mostrador, llegamos a ser con el tiempo, amigos, oyentes, consejeros, confidentes y hasta -aunque parezca una exageración- diría que confesores,  de una gran parte de la clientela, la gente está deseosa de hablar, de desahogarse, de sentir que son comprendidos y en cierta medida aconsejados, y así, poco a poco, con el paso de los días,  me fui enterando de las circunstancias y de la vida que vivía Froilán. 

Me contó que era dueño de una tienda de ultramarinos y charcutería no demasiado lejos de allí, pero que debido a la enfermedad de su mujer, a su edad algo avanzada,  a la falta de descendencia y a los caprichos del destino, en la actualidad la regentaba un sobrino de su mujer, con el que no simpatizaba demasiado. No era esa su intención, nunca entró en sus planes dejársela a él, intuía que no colmaría sus espectativas y no se equivocó, resultó un fiasco del que siempre se arrepentiría, pero, por otro lado no tenía alternativas. Antes de que estallara la Guerra Civil, tanto su mujer como él, viendo que se acercaba la vejez, que estaban cansado de trabajar, que tenían ahorros suficientes para vivir, decidieron que la persona que mejor llevaría el mando del negocio, el que les sería más fiel y nunca les engañaría, el que siempre estaría a su lado hasta que Dios los recogiera,  no podía ser otro, que el muchacho que desde los 12 años vivió con ellos aprendiendo el oficio, que estuvo en su casa nueve años largos. Pero se truncó al estallar la guerra e incorporarse al frente.  

Así me fue desgranando gran parte de su vida,  una veces a pie de mostrador, cuando escaseaba la venta, otras, me esperaba hasta el cierrre  e invitándome a un "chato" fue haciéndome partícipe de sus temores y preocupaciones, yo intentaba animarlo de la mejor manera, le aconsejaba en la medida que podía sobre su trato con el sobrino, que buscara la concordia, -le decía- y evitara el enfrentamiento entre ambos, porque deducía que él y su esposa podrían ser los más perjudicados en una situación difícil de entendimiento. A la vez, yo también empecé, como hacen los verdaderos amigos, a desahogarme, a echar para afuera mis miedos e inquietudes, esperando ese bálsamo consolador que sólo un buen amigo, un amigo de verdad, sabe dar en los momentos difíciles. Me enteré como poco a poco, Fernando, que así se llama el pariente, se fue haciendo  dueño de todo, cómo sus ahorros menguaban, cómo se despreocupaban de atenderlos, sobre todo a su tía enferma y como su tienda, su trabajo de toda la vida, era mal atendida, y todo este conjunto de cosas, lo estaban llevando a una situación límite. Hasta que llegó el día en que Encarna, no quiso vivir más, la enfermedad y el sufrimiento se la llevaron y con ella también voló, el corazón y la ilusión de él. Se encontró perdido, se sentaba a mi lado y lloraba recordándola, no sabía vivir si ella, su vida siempre había girado a su alrededor, pero  el último año lo marcaron intensamente. El se ocupaba de todo, todo lo que se puede hacer por un ser querido que no puede valerse por sí mismo: los baños calentitos para que estuviera aseada, su papelito de jamón -que me compraba a mí porque el sobrino, no traía jamones de calidad- que tanto le gustaba, los ratos en la cocina preparando sus platos favoritos, las escuchas en la radio sentado al lado de la cama, los rezos acostados mano sobre mano y el peinado y los polvos talcos para que no se "picara" y... tantas y tantas cosas que ya se habían acabado, ahora, no tenía nada que hacer, la casa se le caía encima y el silencio lo llenaba todo. No era capaz de encender la radio, casi no entraba en la cocina y, cuando llegaba la noche, lo esperaba una cama, su cama vacía y fría en la que sin ella era imposible dormir. Intentaba animarle con mis palabras, le instaba a que te escribiese, pero se negaba, le daba miedo a no recibir contestación temiendo lo peor y además no quería preocuparte. Le llegué a ofrecer mi casa, -ya casi vacía por el casamiento de mis hijas-, allí estaría a gusto, se sentiría acompañado, le cuidariámos cuando le hiciera falta, pero como ya imaginaba se negó a ser ninguna "carga" aunque sus ojos le brillaban por la emoción y las lágrimas resbalaban por su cara. Todo fue inútil, se metió en un hoyo del que ni siquiera hacía un esfuerzo por salir, porque estaba perdido y prefería seguir metido en ese hoyo, antes que salir a un mundo que no le gustaba, ni creía que hubiera ya, sitio para él.

Mientras que todo esto sucedía, mi situación empeoraba por momentos, apenas vendía, la gente no tenía dinero y el poco que tenía lo gastaban como es natural en alimentos básicos: leche, garbanzos, aceite, azucar... los proveedores se me echaron encima reclamando facturas impagadas y no veía más salida que vender, vender mi puesto, mi pequeña propiedad dentro del mercado, que tanto esfuerzo me había costado conseguir y vivir de esa venta hasta que -!Dios lo quisiera!- pudiera encontrar un trabajo de dependiente o de lo que fuera. Le conté mis penas, las situación límite que vivía y fue lo único que lo hizo reaccionar, me animó, me dijo que nunca en la vida había que darlo todo por perdido, sobre todo yo que tenía la fortuna de contar con la compañía de mi mujer y de mis hijas y de ese nietecito/a que estaba en camino, que él estaba solo, pero yo tenía lo más preciado que un hombre puede tener, una familia unida, y por esa familia había que luchar con uñas y dientes. Al día siguiente me puso en las manos una cartera, mientras decía: "Eres el único amigo que tengo, amigo de verdad, el único que se ha  preocupado por mi bienestar y algo que jamás podré olvidar, tu ofrecimiento de vivir en tu casa, deja que yo te corresponda en la misma medida, deja que aunque por ultima vez pues sé me queda poco de vida, pueda demostrarte, mi cariño y mi gratitud. Coge este dinero que te doy, es lo único que me queda de mis ahorros, con él espero puedas hacer frente a las deudas y vivir hasta que la guerra termine y la situación se normalice, yo ya no lo necesito y antes de que se lo coma Fernando, quiero que lo tengas tú que te hace más falta. Antes de decirme que no, piensa en tu mujer, en lo que vas a tirar por la borda, ¿dónde vas a encontrar otro trabajo?  y sin contar con que puedas vender, que hoy por hoy lo veo muy difícil a no ser que lo des por tres "perras gordas" y sería una necedad malvender un negocio por un precio irrisorio que no te solucionaría casi nada. No me lo podía creer, allí delante de mí había una persona a la que apenas hacía un año que conocía, que desinteresadamente me ponía en mis manos lo único que le quedaba en la vida, un dinero que le aseguraba la vejez y rompí a llorar de emoción de cariño, de ternura... acepté. Acepté porque no me quedaba otra y los argumentos esgrimidos eran la pura realidad, pero eso sí a cambio de tanta generosidad, conseguí que me diera su palabra de que se trataba de un préstamo, un préstamo que yo le devolvería sin límite de tiempo, como fuera pudiendo, pero sería devuelto. Nos abrazamos como si fuéramos hermanos, para mí lo era. En la cartera y en billetes de 1.000 ptas. había una cantidad para mí vertiginosa, y que me alcanzaba para pagar mis deudas y vivir mientras el negocio empezara a dar beneficios.

A los pocos meses, dejó de venir a verme. El primer día pense que estaría enfermo, pero después conforme los días iban pasando y su ausencia persistía, mi preocupación fue aumentando, no era normal que no apareciera y menos aún que no tuviera noticias de él, mientras trabajaba no dejaba de mirar hacia la entrada con la ilusión de verlo aparecer en cualquier momento, pero no, la ilusión se desvanecía y el desasosiego era cada vez mayor, para colmo después de tantos días juntos, de tantas vivencias en compañía, de tanto cariño, nunca me había dado por preguntarle dónde vivía, dónde estaba su tienda. Pero cuando algo importa de verdad y se tiene fe en conseguirlo, se consigue. Indagué, pregunté a clientes, a personas, anduve todas las calles en un amplio radio de manzanas, miré casa por casa... hasta que lo encontré, encontré su tienda, su hogar, pero no lo encontré a él. Ya no estaba allí, ya no vivía allí. Según me dijo su sobrino enfermó de gravedad y ante el poco tiempo de que disponía para atenderle, y la falta de recursos económicos, fue acogido en un asilo dónde continuaba. No quiso darme más explicaciones, porque, según él, su tío le pidió que si alguien aparecía preguntando por él, no le dijera donde se encontraba. No me extrañó, conociéndolo como le conocía, imaginé que quiso desvincularse de mí para que no intentara llevármelo a mi casa, y desde luego para no darme la oportunidad de devolverle el dinero, para mí prestado, para él regalado.

Y eso es todo, desde entonces he seguido buscándolo, mi mujer y yo estamos dispuestos a cuidarlo en nuestra casa, dónde no le faltaría de nada, pero ha sido imposible. Por eso, ayer, cuando me enseñastes el retrato y supe que era Froilán, aunque mucho más joven,  cambié de parecer tan rapidamente por dos motivos principales, primero, con la esperanza de que tú puedas guiarme hasta él y segundo porque sé del cariño tan grande que te tenía y lo bien que te portaste con ellos y es como una forma de agradecer lo que hizo por mí. 

Conforme me hablaba mientras trabajábamos,  había momentos en los que era inevitable para ambos, pararnos, mirarnos a los ojos, ojos en los que las lágrimas luchaban por salir, yo en silencio volvía a la tarea mientras seguía escuchando y de ese modo dejaba que esas lágrimas corrieran en libertad por mis mejillas. Le di las gracias por partida doble, por él y por mí y sin apenas voz, porque un nudo apretaba con fuerza mi garganta, le dije: "Yo sé dónde está, cuando quieras vamos a verlo".    

domingo, 22 de septiembre de 2013

"Mi héroe" La bendita post-guerra

" A la tía Conchita le faltó tiempo para enviar a buscar a mi madre y a mi hermana. Bendita tía Conchita, querida tía Conchita, la bienhechora, la que no dudó ni un momento en abrir los brazos y las puertas de su casa para cobijar a su hermana y sobrina.

Para mi era casi desconocida, pero con el tiempo aprendí a quererla como a una madre, hubiera sido imposible no hacerlo. Fueron varios factores los que se rodearon para que así fuera, por un lado, al ser la más pequeña de los hijos de mis abuelos maternos y el haber estado  un tanto relegada por mi madre en sus preferencias, porque que sólo tenía "ojitos" para su hermano Florencio y la diferencia de edad entre ambas (9 0 10 años), junto a mi salida del pueblo siendo todavía casi un niño, hicieron que mi trato con ella fuera escaso, no podía imaginar en aquellos tiempos de bonanza y tranquilidad, que aquella tía con cara de bonachona, que parecía estar siempre en las nubes, poco agraciada, que nació con un ojo "seco", que lo único que heredó de la familia, fue la risa casi perpetua y la simpatía, porque ni tenía el hermoso  pelo rizado, ni los enormes ojos negros, ni la nariz pequeña que era el común denominador de los demás miembros de la familia, llegaría a ser una pieza tan importante en nuestras vidas. Conforme fue creciendo su falta de atractivo físico se fue haciendo más y más evidente, pero a la vez inversamente proporcional a ésto, en su interior crecía lleno de luz,  un corazón repleto de amor a los demás y fue casi con toda seguridad esa belleza interior, junto a su eterna alegría, la que, en contra de lo que todos pensaban, enamoró al hombre que se convirtió en poco tiempo en su marido ante el asombro de propios y extraños.

El no era oriundo del pueblo, pertenecía a una familia de Alcala de Guadaira dedicada a la industria aceitunera, era dueño de una  de las muchas  pequeñas fábricas que en aquellos tiempos se prodigaban en dicho pueblo. Con ésto pretendo decir, que sin ser rico, si que vivía con comodidad y holgura. Allí vivió los primeros años como una reina, porque a él todo le parecía poco para ella y cuando quedó embarazada y alumbró un varón fuerte y grande como el padre y con los ojos y el pelo negro y rizado como la familia de la madre, la felicidad fue inmensa,era el primo Juanito  que heredó como casi toda la familia, la alegría, el buen  humor y la risa como rasgo más destacado de su personalidad.

Cuando estalló la guerra civil, su marido también fue llamado a las filas nacionales, y como muchos tuvo que partir en contra de su voluntad y  de sus ideas  políticas. Marchó con la tranquilidad de que la pequeña empresa seguiría regentada por su  hermano hasta su regreso y que a su mujer e hijo, no le faltaría para vivir mientras él estuviera fuera. Pero no volvió, una bala perdida lo mató en plena batalla, cuando quedaba ya poco para que terminara la guerra y con él se fue la felicidad de mi tía Conchita.

No volvió a mirar a ningún otro hombre, hasta su muerte siguió enamorada de él, de su Juan del hombre que supo mirar más allá de su físico, que la quiso, la cuidó, la colmo de todo cuanto una mujer pudiera necesitar y le dio un hijo tan apuesto como él. Las dos hermanas y los dos primos vivieron la tragedia juntos y creo que  no hay nada que una más a las personas que el sufrimiento común,  porque los cuatro primero a los que yo me sumé después, supimos todos juntos afrontar la situación, superar la pena, volver a vivir con ilusión y ser felices formando una verdadera familia en la que el apoyo mutuo y el cariño, prevalecían por encima de todo.

La fábrica de aceitunas, con la muerte del tío Juan, quedó integramente en manos de su hermano y como suele pasar, desgraciadamente, los intereses económicos prevalecen casi siempre, por encima del amor y la honradez, por lo tanto a lo más que pudo aspirar la viuda que se negó rotundamente a pleitear, fue a una pequeña pensión económica, que mensualmente le aportaba su cuñado a regañadientes y con la que dificilmente se mantenían ella y su Juanito. De esta manera, con ese pequeño "regalo" no alcanzaba para alimentar cuatro bocas, así que la gerencia de la empresa, tuvo la "gentileza" de dar trabajo a mi madre y hermana, de esta manera se alimentaban todos y Juanito podía seguir estudiando, que era lo que su padre hubiera querido  para él."

Si a este capítulo he titulado "Bendita Post-guerra" es porque fueron años benditos para el protagonista y familia, años de bonanza, de felicidad, de prosperidad, en contra de lo que en grado superlativo, se estaba viviendo en la sociedad española en esos terribles años cuarenta, denominados como sabemos, "los años del hambre".

Cuando se enteró de las terribles circunstancias sobre la muerte y desaparición de su padre,  su rechazo a volver al pueblo era tan notorio, que comprendió que en aquellos momentos, no podía seguir con la búsqueda del cuerpo, no estaba preparado para ello y optó por derrochar toda su energía en volver a vivir normalmente, a trabajar, a cuidar y mantener a la familia. Creyó que era lo prioritario, sabía que aún regresando al pueblo y haciendo gestiones, indagando, nunca, al menos de momento, llegaría a saber dónde estaba, porque eran años de miedo, años en los que las "purgas, acusaciones gratuitas, difamaciones... estaban a la orden del día, y no se podía arriesgar a que lo acusaran de "rojo" porque entonces, la cárcel era lo que lo esperaba por muchos años y era consciente de lo mucho que la familia lo necesitaba. Aparte de todos estos argumentos de gran peso, estaba  su tío Florencio que seguía siendo Jefe de Falange en el pueblo y a la vista de lo sucedido, del poder acumulado en los años de guerra, no podía fiarse de su reacción y de las consecuencias que ésta, podrían tener sobre él, así que se resignó de momento a dar la búsqueda por finalizada, siempre, desde luego, prometiéndose a sí mismo, que llegaría el día en que lo encontraría y sus restos descansarían, !por fin! en paz, al lado de los de sus abuelos, en el cementerio del pueblo que lo había visto nacer.

 Iba y venía del pueblo a la capital, siempre esperanzado, siempre pensando  que ese sería el día en que encontraría un trabajo. Un trabajo con el que podría alquilar una habitación y traerse a Sevilla a su madre y a su Rosarito. Se le partía el alma cuando miraba las manos de ellas, enrojecidas, peladas, con las uñas enfermas y negras por el trabajo con las aceitunas, trabajo que las obligaba a tenerlas continuamente en contacto con el agua y la sosa caústica. La impaciencia lo consumía cuando las veía llegar con los pies hinchados, agotadas después de 10 y 12 horas de trabajo continuado, sin apenas tiempo para comer un bocadillo, cuando miraba a su hermana ya casi una mujer, sin tiempo para hacer amigas, para salir por el paseo y empezar a presumir.

Pero quiso Dios, o la suerte, o la casualidad, o su fe... bueno, vosotros, los que leeis este relato, podeis adjudicar el calificativo que mejor se adapte a vuestras creencias lo cierto es que después de un tiempo considerable, encontró lo que estaba buscando, de forma algo "particular" y me refuerzo en lo antes dicho, porque yo pienso que las casualidades no existen, que las cosas pasan por algo. Algo, una señal, un encuentro fortuito, una corazonada... y !zas! encuentras la punta del hilo de la madeja y una vez encontrada lo siguiente es muy sencillo, sólo hay que tirar de él y llegar al punto que estabas buscando, pues algo parecido le pasó.

"El primer día fui a buscar a mi tutor  a la persona que me enseño el oficio y me educó desde que era un niño, la persona que me prometió dejar el negocio en mis manos, a cambio de cariño y protección en su vejez, porque para él, al no tener hijos, no había nadie mejor  para continuar. No fue este el motivo de mi preocupación, mi preocupación era por encima de todo, la falta de noticias de ellos, durante los dos últimos años de la guerra, me temía lo peor, y ante este temor y el cariño que albergaba hacía ellos, mi preocupación era, simplemente, saber como se encontraban, lo demás hacía ya tiempo que lo había descartado. Al entrar en la calle, se me removió por dentro un cúmulo de sentimientos que hicieron tambalearme, las manos y las piernas me temblaban y el corazón palpitaba a una gran velocidad, !quedaba todo tan lejano! ¿fue todo tan bonito como ahora mismo lo recordaba? ¿o era la nostalgia que siempre nos hace ver los tiempos pasados, mejor de lo que fueron en su momento? muchas preguntas y pocas respuestas, lo que sí sabía, porque así lo sentía, es que aquellos años, aún estando lejos del pueblo, fueron si no del todo felices, sí  tranquilos y sobre todo llenos de ilusión por conseguir una vida mejor para mi y los míos.

Cuando entré por las puertas de la tienda, que continuaba abierta, se me cayó el mundo a los pies, !aquella no era mi tienda! estaba sucia, las balanzas que en su día brillaban, aparecían llenas de polvo, las estanterias  medio vacias  y mal colocadas, los botes de caramelos y bombones, tan bonitos, habían desaparecido y el mostrador de madera noble, que era el orgullo de D. Froilan y Dª Encarna, estaba ajado, resquebrajado, tosco y sin brillo. Detrás del mísmo, un hombre de mediana edad con cara de pocos amigos, atendía a una clienta. Me dí a conocer, porque nunca nos habíamos visto, le conté, le trasmití mi deseo de saber de los antiguos dueños, mi preocupación por lo que pudiera haberles ocurrido, me contestó, sin muchas ganas, que él era su sobrino político, que su tía murió mediado la guerra y ante la pena y depresión del tío, él tuvo que hacerse cargo del negocio, que su tío al año de quedar viudo, enfermó y ante la imposibilidad de atenderle como requería, lo ingresaron en el asilo de las Hermanas de la Caridad. Por imperativos del trabajo, hacía tiempo que no sabía nada de su estado, pero aunque le preocupaba, no podía hacer nada más. Salí de allí con lágrimas en los ojos, !que injusta e ingrata es a veces la vida! toda una vida de trabajo, de sacrificios para conseguir su sueño, para asegurarse una vejez digna, en paz, desahogada... y terminar sus días en un asilo de caridad, desaraigado de su casa, de su tienda, sólo, sin su compañera de toda la vida y sin nadie que lo quisiera y se preocupara por él... !maldita guerra! !Cuantas vidas destrozadas, cuantas injusticias, cuantas muertes....! ¿y... para qué y por qué?

Fui inmediatamente a visitarlo y nos abrazamos, lloramos juntos, recordamos tiempos mejores, unimos nuestras manos durante todo el  tiempo que duró la visita, no queríamos dejar de sentir el contacto mutuo. Me contó su sufrimiento por la muerte de Encarna, su sufrimiento por haberlo perdido todo en la vida, su sufrimiento por el rechazo del sobrino y por seguir viviendo sin vivir. No dejé de ir a verlo, al menos dos o tres veces al mes, siempre le llevaba alguna "chuchería" de las que le gustaban y cuando llegaba la Semana Santa, su gran pasión, me empapaba de las novedades cofradieras, de la Virgen que estrenaba manto, de las "potencias" nuevas que tal Señor de tal Hermandad llevaba etc, para después contárselas a él, le detallaba mi paso por las Iglesias el Domingo de Ramos, el olor de azahar que inundaba Sevilla, el recogimiento de la gente y la "piel de gallina" al paso del Gran Poder en la "madrugá"... y así pasábamos la tarde entera, siempre con las manos agarradas, atadas por lazos invisibles de cariño y agradecimiento mutuos. Las visitas, las charlas, las emociones, las risas, las lágrimas, el cariño... se prolongó hasta su muerte acaecida un par de años después. En una de esas visitas, ya de las últimas, el Sr, Froilan me dió un retrato antiguo, por la fecha sellada en el reverso, pude saber que se hizo en el año 32, la fotografía se veía un tanto amarillenta, estropeada, más bien se podía decir que manoseada, a saber la de veces que la cogería, la miraría y hasta la besaría, quiso que me la quedara en recuerdo de los años que pasé al lado de ellos. En ella, se podía ver al matrimonio,  los dos sonriendo tras el mostrador de la tienda, él con su baby beige, el lápiz descansando en la oreja y su brazo rodeando los hombros de su mujer, ella, dejándose abrazar con un delantal inmaculadamente blanco, su mano sobre los botes de caramelos de los que estaba tan orgullosa, y, casi fuera de la imagen, como escapando del objetivo de la cámara, un mozo de no más de 16 0 17 años, con un mandil atado a la cintura, reía como avergonzado y divertido por la situación. Ahí estaba yo, con mi cabeza todavía por entonces, cubierta de pelo, sacándole al momento que vivía, la "chispa" cómica, que tanto me gustaba. Lo guardé en mi cartera como una reliquia, el día que tuviera hijos,    pensé, les enseñaré como era su padre de mozuelo, y las personas que me enseñaron el oficio de tendero. Poco después el Sr. Froilán, falleció en el asilo.  Poca gente le acompañó en su último viaje, el sobrino, algunas clientas ya mayores y yo acompañado de mi madre y hermana. Cuando el sepulturero colocó la losa de mármol que sellaba el nicho, que en su día compró, al menos tuve la satisfacción de que nadie podría arrebatarle, aún estando muerto, el lugar dónde descansaba en paz junto a su querida mujer.

Y llegó el día que tuvo a mi lado a la suerte, o a la casualidad, o a la mano divina, según se mire. Siempre pasaba por las plazas de abastos, por las pequeñas tiendas que salpicaban el centro de la capital, por los grandes ultramarinos en busca de un puesto de dependiente, repetía el circuito, una y otra vez y lo agrandaba saliendo a extraradios, y vuelta a empezar... hasta que ese día, llegó, de la manera más rocambolesca e impensable y encontré el ansiado trabajo. Pasaba por las puertas de la plaza de abastos de la calle Feria, no era mi intención entrar porque el día anterior ya lo había hecho, pero cuando ya casi pasaba de largo, alguien gritó mi nombre y me volví, al pronto no lo reconocí, pero después pude darme cuenta, mientras alguien me  abrazaba efusivamente, que era uno de los muchos representantes de quesos y jamones que iban a la tienda de D. Froilan a ofrecer sus productos y con el que hice cierta amistad en aquella época, intercambiábamos bromas, chistes y discusiones de fútbol. Gracias a él, entré en el mercado, me encontraba tan a gusto charlando de lo que ambos habíamos vivido durante la guerra, que sin apenas darme cuenta, me encontré cargando jamones a su lado, jamones, cuyo destino final era la mejor charcutería que en mi vida había visto y de la que estaba enamorado desde la primera vez que puse los pies en la plaza de abastos. Hacía esquina a dos calles de la plaza, y aparecía cargada de los mejores productos del ramo: jamones colgados, quesos apilados de todo tipo, tiernos, duros, frescos, mantecosos, viejos, manchegos, de oveja, de cabra, salchichones, chorizos... en fin el sueño de un auténtico charcutero. El dueño cuando me vio aparecer, pues ya me conocía de sobra debido a las vueltas que por allí me daba, se apresuró a decirme que no tenia necesidad de emplear a nadie. Mi amigo el representante, me echó un cable, le comentó que el día que necesitara a alguien, que contara conmigo, que me conocía desde hacía años y casi había echado los dientes rodeado de quesos y teniendo por maestro a uno de los mejores tenderos que conocía, que me acogió de aprendiz cuando era un mozalbete llegado del pueblo. Quizás por quedar bien, quizás por interés, quizás porque tenía que pasar, quien sabe,  lo cierto es que me pidio le diera su nombre y dirección por si en un momento dado me necesitaba. Saqué la cartera, y al ver el retrato de mi  "jefe" que siempre la llevaba en ella, no perdí la ocasión de enseñársela  con el fin de que pudiera comprobar la veracidad de las palabras del representante y al mismo tiempo, pudiera ver en la medida que la fotografía permitiera, pues era pequeña y como dije antes, mal conservada, la tienda tan bonita de la que me sentía tan orgulloso El charcutero tomó el retrato en sus manos, la verdad con algo de desgana, comprendí que estaba algo cansado del tema y al momento algo avergonzado de mi proceder, extendí el brazo para que me la devolviera, pero cuando por pura cortesía clavo sus ojos en ella, y la miró detenidamente, quedó como paralizado, era como si por un momento, que tanto a mi amigo como a mí nos pareció eterno, se hubiera olvidado de lo que le rodeaba. Al mismo tiempo, su cara cambió de color, parecía un muerto mientras las manos que sujetaban el retrato, temblaban. Cuando levantó la mirada, clavó sus ojos en mí, diciéndome: Si quieres, mañana te espero aquí a las 7´00 h. empiezas a trabajar conmigo. No me lo podía creer, ¿que había pasado? ¿por qué ese cambio repentino?. Al día siguiente conocí la respuesta.




        

domingo, 8 de septiembre de 2013

Agradecimiento

!Hola! Antes de nada quiero agradecer a todos los que leeis este blog, en el que como sabeis intento plasmar mis recuerdos, vivencias, anécdotas..., vuestro seguimiento y me atrevería a decir también, vuestro  interés por lo que escribo. Gracias otra vez por el ánimo, por las palabras de apoyo y sobre todo y lo que más me llena, gracias por hacerme llegar que en algún momento de la lectura, os habeis emocionado con la historia, no hay nada mejor para el que escribe  que saber que los sentimientos que intentas trasmitir, de alguna manera, le llegan al lector.

Dicho ésto y después del paréntesis vacacional, comienzo, podríamos decir la segunda parte de "Mi héroe", que abarca desde el capítulo que a continuación podreis leer, titulado "Juntos" hasta la muerte del protagonista en el año 1.980.

Espero que esta segunda parte, os guste, en ella voy a intentar poner todo el sentimiento que la historia me produce, algo no muy difícil, porque es gran parte de mi vida y por ello inevitablemente al rememorarla, dichos sentimientos afloran con fuerza desde dentro de mi corazón.

Mi héroe - "Juntos"


" Después de vivir tres años  al borde del precipicio, sin futuro, sin proyectos, sin ilusiones... sólo vivir para sobrevivir dentro de una guerra sin sentido, de un medio hostil, lleno de sinsabores, regresar a la vida normal aunque parezca un sin sentido  es muy duro,  tienes que adaptar de golpe tu vida, tu cuerpo y tu alma a la nueva situación  con todo lo que ello implica. Vivir, trabajar,  luchar, pensar en un futuro, trasmitir sentimientos y recibirlos, no pensar en el pasado, en los amigos que dejas  atrás, en los que dejaron sus vidas.. y cuesta, cuesta muchísimo.

De golpe la vida da un giro de 360º y es difícil sujetarse a ella, corres el riesgo de dejarte arrastrar y terminar o aterrizar donde no debías y hay que sujetarse con toda la fuerza de que se disponga, con el corazón y con la cabeza para seguir en el camino correcto, para que en uno de sus vaivenes no pierdas el control.

Me enteré con todo detalle de la tragedia de mi padre y volví a hundirme, a llorar. a rebelarme ante tanta injusticia, a sentir unido a mi dolor la rabia y la impotencia que te corroe por dentro, que te hiere, que te mata, que te convierte en un ser sin ser, en un muñeco que se mueve por inercia y que actúa con despecho y odio, que te hace en cierta medida irracional... hasta que, si has sido fuerte, si te has agarrado bien a ese giro violento de la vida, sales triunfante. Ocurre como cuando subes a una noria, conforme vas subiendo, eres consciente de lo que se avecina y te vas preparando, te sujetas bien, te acomodas en el asiento, ríes de puro nervio... hasta que llegas al punto más alto, y, de repente, el bajón en el vacío y entonces todo se tambalea, las manos parecen convertirse en lapas pegadas a los barrotes, no ves nada, sólo sientes, sientes el vértigo que te arrastra, el cuerpo que se tensa, el corazón que te ahoga, la garganta que se seca incapaz de reprimir el grito de miedo que origina el aire contenido en los pulmones... pero llegas abajo, fin del trayecto y bajas del "cacharrito" tambaleándote, mareado, por unos momentos te cuesta adaptarte a tener los pies en el suelo y caminar, te parece que aún te balanceas, pero el pánico ha pasado, estás relajado, ríes e incluso te gustaría repetir la experiencia, has descargado en ese recorrido tanta adrenalina que te parece volar, pues más o menos algo parecido pasa cuando tu vida gira de forma tan violenta. Lo pasas muy mal, pero conforme el tiempo corre,  poco a poco, toda la rabia, el dolor, el odio  y la impotencia la vas dejando por el camino y de pronto un día te encuentras de nuevo riendo, con ganas de comerte el mundo, , haciendo planes y te sientes victorioso porque has llegado al final sin perder la batalla, te has sabido mantener aunque hubiera momentos en los que temiste lo peor y empiezas de esa manera, otra clase de vida adaptada a las nuevas circunstancias y  ya de antemano sabes o mejor deseas saber, que lo peor ya ha pasado".

De esta manera, mi héroe, me contaba su salida del oscuro túnel de esos tres años de su vida que siempre vivieron con él, porque las cicatrices que le quedaron ya no dolían, pero estaban ahí y con sus recuerdos, con su relato, era como sentirlas, como acariciarlas porque ni podía ni quería olvidarlas.

No pudo volver a pisar las calles de su pueblo, no pudo volver a oler la tierra que su padre trabajó, ni beber el agua fresca del arroyo, ni escuchar el silencio del castillo de las Aguzaderas, ni  charlar con los amigos de infancia, ni llevar flores a las tumbas de sus abuelos, ni bailar en la plaza con las mocitas, ni tantas y tantas cosas que antaño le hicieron vibrar de emoción y de alegría. Al principio, se lo impedía el odio, el odio hacia todo lo que había hecho posible el trágico desenlace, odiaba las cosas, la gente que volvió la espalda, la familia que no hizo nada pudiéndolo hacer, la falta de ayuda y caridad a su madre y hermana, solas ante el dolor y el hambre... Después, el odio se fue, dando paso al miedo, miedo a que los hermosos recuerdos de su vida se transformasen en rechazo y cambiara su perspectivas de ellos y no quería olvidar porque esos recuerdos eran su vida y al final cuando esos dos perniciosos sentimientos se alejaron, comprendió que en su pueblo ya no había nada que le atrajera,  nadie que lo llamara o que lo necesitara y prefirió guardar en su corazón como el mayor tesoro, los dorados recuerdos de su infancia.

"Cuando sentí los brazos de mi hermano rodeando mi cuerpo, acariciando mi pelo, sus ojos frente a los míos, sentí que desde ese momento ya nunca más volvería a sentirme sola, porque con su sola presencia llenaba el vacío de mi alma, era como si mi padre se fundiera con él para sellar  hasta el más pequeño rinconcito de soledad y de pena que me inundaba, y lloré riendo de felicidad mientras mis brazos también lo abrazaban.

Caminamos por las calles de Alcalá camino de la que había sido nuestra casa desde que la tía Conchita, nos acogió hacía casi tres años. Íbamos andando, mi hermano en el centro, orgulloso, cariñoso, un brazo sobre mis hombros, el otro sobre los de mi madre, nosotras agarrando con fuerza su cintura. Nos mirábamos y reíamos, nos acariciábamos... no salían las palabras, bastaba con sentir, sentir que estábamos juntos y que nunca nadie nos iba a volver a separar.

Y ya en el patio de la casa, sentados bajo la sombra de la parra, comimos juntos, allí delante de la mesa, nos reunimos lo que quedaba, mejor dicho lo que era mi familia, porque familiares habíamos dejado atrás muchos, pero a veces la sangre aún siendo la misma, no es sinónimo de amor o de ayuda, y se muestra esquiva e incluso diría que despiadada, y así lo demostraron, pero ya ni nos importaba, quedábamos pocos pero queriéndonos y ayudándonos sin límites. Mi tía Conchita y su hijo, el primo Juanito, tres años menos que yo,- su padre el marido de mi tía murió también en la guerra - y nosotros tres, pero fue un almuerzo inolvidable. Comimos un buen "sopeao" acompañado de un gran plato de  aceitunas "aliñás" que nos regalaban a los que trabajábamos en la fábrica, no hubo más, el dinero apenas daba, pero nos supo a gloria y allí sentados permanecimos hasta que el sol se fue poniendo. Hablamos y hablamos nos contamos todo lo que tuvimos que pasar en esos tres interminables años, lloramos juntos, nos abrazamos, y hasta reímos y así de la noche a la mañana, recuperé o recuperamos la risa, ese don tan preciado que Dios nos regaló. Y después de contar todo lo acontecido a mi padre, llegó el momento de explicar como sobrevivimos mi madre y yo. 


Mi madre se llevó días y días esperando la aparición de su hermano Florencio, su querídisimo hermano, aquel que tocaba el acordeón como los ángeles acompañando su voz, pero no apareció, quiero pensar que fue por vergüenza o remordimiento o miedo a la mirada, a la tristeza, a las palabras de ella, porque no entra en mi cabeza que se pueda llegar a ser tan cruel como para no ayudar a una hermana y sobrina deliberadamente, pero fuera lo que fuera, nunca apareció por las puertas. En cuanto a la familia paterna, a la que no culpo de nada, puede ser que el miedo a represalias al verlos con nosotras, los paralizaran unido además a que nunca hubo una relación familiar demasiado estrecha, y entre amigos y vecinos, la mayoría pasaban las mismas penurias que ellas y tiraban p'alante con mil fatigas.

Nunca nadie nos molestó, creo que fueron órdenes del tío Florencio, pero tampoco nadie nos ayudó y el vacío y la soledad que se siente parece ahogarte de dolor. Salíamos todos los días casi con el amanecer, sin una perra gorda en el bolsillo y provistas de una talega con un par de hogazas de pan y un trozo de tocino, últimos resquicios de la matanza del único cerdo que habíamos criado, enlutadas de los pies a la cabeza y andábamos por los caminos, camino de los pueblos cercanos, buscando, preguntando, informándonos de todo lo que pudiera darnos alguna luz, alguna señal, del paradero de mi padre, de las posibles fosas de enterramiento. Entrábamos en los cementerios en busca de señales, preguntábamos a los sepultureros, pero terminaba el día y volvíamos a recorrer los senderos de vuelta agotadas, con el corazón vacío y las esperanzas rotas. Así un día y otro y otro, hasta que llegó el momento en que no teníamos ningún sitio nuevo dónde ir, los pies destrozados, el cuerpo famélico y el espíritu apagado y sin ni siquiera comentarlo, una mañana no  nos levantamos, no podíamos hacer más y dimos la búsqueda por finalizada.

Cuando se acabaron las pocas provisiones que teníamos en la casa, fuimos verdaderamente conscientes de que no teníamos ni para comer y pasamos hambre, mucha hambre. Nos íbamos al campo a buscar algo que llevarnos a la boca: una raíz comestible, un palmito, algún higo chumbo de las chumberas de los caminos cuyas espinas se clavaban en los dedos y en las manos ensangrentándolas, con suerte alguna tagasnina o unos espárragos silvestres... era lo único a lo que podíamos acceder, porque todo nos estaba vetado. Mi madre recorrió todo el pueblo en busca de algún trabajo: limpiar, planchar, cocinar, salir al campo, pero no consiguió nada, parecía una maldición del cielo, o de los hombres mejor, pero nadie se atrevía a echarnos una mano, el miedo lo impedía y mi madre se negaba a pedir ayuda a su hermano, decía que antes prefería morir de hambre y ni un pedazo de pan duro que viniera de sus manos lo aceptaría.

Viendo que la situación empeoraba con el paso de los días, que la piel sobre los huesos era lo que nos iba quedando, que yo era incapaz ya de levantarme de la cama y a ella se le agotaban las fuerzas para salir a buscar alimentos, supo que tenía que hacer algo sin demora, para salir de la tremenda situación y escribió a su hermana Conchita, que vivía en Alcalá, contándole la situación y suplicándole ayuda.

La contestación no se hizo esperar.

   




domingo, 21 de julio de 2013

"Mi héroe" La guerra ha terminado.

" En el día de hoy, cautivo y desarmado el ejército rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares. LA GUERRA HA TERMINADO. Día 1 de Abril de 1.939."

Mi héroe volvió de la guerra, tenía 24 años y aparentaba más de treinta. Su pelo negro ensortijado, que no necesitaba brillantina, del que presumía conocedor de su atractivo, lo perdió en gran parte, su rostro aparecía curtido por el sol de la montaña y las lineas en su cara estaban ya, demasiado marcadas para su edad, sus pulmones empezaban ya a acusar un gran debilitamiento, fue mucho el tiempo que pasó con el uniforme mojado pegado al cuerpo, muchas las noches aterido de frío, los resfriados y las bronquitis eran el pan nuestro de cada día,  y muchos los cigarrillos encendidos en cadena para paliar la ansiedad y el miedo. Ironías de la vida, su padre no quiso para él el trabajo en el campo, porque era duro, porque  se sufría demasiado, en verano el calor que quemaba, el sudor que empapaba, la sequedad insaciable en la garganta y en invierno, el frío que helaba, el viento que arañaba la piel y la lluvia que embarraba la tierra y los pies y las piernas enfermaban... el cuerpo padecía a la intemperie las fuerzas de la naturaleza y el día a día era duro, sacrificado y con el paso de los años, la piel envejecía prematuramente, los huesos se debilitaban y las enfermedades y la vejez llegaban con demasiada antelación. Todas estas penurias quiso evitar a su hijo, y no sabía que por capricho de los hombres, a su hijo le tocaría padecer todo eso  y en peores condiciones. Luchar en una guerra cruenta y a merced de una naturaleza que le iba a ser completamente hostil para terminar aquejado de todos los males que le quiso evitar.

El sufrimiento, la lucha, la desesperación, la pena, la incertidumbre...habían hecho mella en él y aunque su capacidad de reacción ante tanta adversidad era rápida y positiva, las marcas iban quedando, eran como cicatrices que se instalan para toda la vida, cada una de ellas dejando constancia de lo vivido y de lo que nunca podría llegar a olvidar.

Llegó a Sevilla con un gran declive físico, con el poco dinero que el ejército "regalaba" a los que habían "luchado por el bien de la Patria" para que de esa manera empezaran una vida nueva, pero... ¿que vida nueva? en su caso, no tenía estudios, ni trabajo, tenía que hacerse cargo, como cabeza de familia que era, de su madre y hermana y la situación laboral y económica después de tres largos años de guerra, era desalentadora. Sólo contaba con su oficio de tendero muy bien aprendido desde la niñez, pero para su desgracia, en este sector, las cosas se complicaban todavía más, la falta de recursos económicos en el 90 por ciento de la población, las cartillas de racionamiento, el estraperlo... estaban hundiendo la mayoría de tiendas de comestibles y los puestos de las plazas de abastos y difícil sería que le dieran trabajo. Ni siquiera podía pensar en conseguir un traspaso, un alquiler o una compra de algunos de esos negocios, cuyos dueños agobiados por las deudas y la escasez de ventas, vendían o traspasaban a precios irrisorios, porque sólo contaba el poco dinero que el Estado le abonó por los "servicios" prestados, y que, según sus cálculos sólo le daría para sobrevivir un par de meses.

Pero contaba con algo muy importante, más si cabe que ninguna otra cosa, su fuerza para luchar, sus ganas de conseguir una vida digna para su familia, su ilusión por llegar a tener su propio negocio y las últimas palabras premonitorias de su padre, grabadas en su mente aquella noche de primavera, fumando un cigarro al pie del camino con el cielo cuajado de estrellas: " Cuida siempre de tu madre y hermana, cuando yo no esté, que no les falte nunca de comer, lucha con todo tu corazón, que si así lo haces, lo conseguirás" y a él le sobraba corazón para eso y para más, para hacerlas feliz, para que volvieran a reir como en el pasado y estaba seguro de que lo conseguiría.

"Viví intensamente la guerra, el sufrimiento de las noches en vela, aterido de frío y miedo, viví lo mucho que se puede querer a unos compañeros que poco tiempo antes, ni siquiera sabía que existían y lloré como si fueran mis hermanos, cada muerte y cada herida, viví con desesperación rallando la locura la  noticia de la desaparición de mi padre y la incertidumbre y el miedo de lo que podía estar pasándoles a mi hermana y a mi madre... pero a cada hachazo que me daba la vida, aún en contra de mis sentimientos, me sobreponía, tenía que seguir adelante porque mis seres queridos me necesitaban y porque las palabras de mi madre en su fatídica carta así me lo pedía: " la vida a pesar de todo merece ser vivida".

Así que cuando llegué a Sevilla, casi calvo, con la piel curtida y los bronquios dañados, con "cuatro perras en el bolsillo" y sin saber que iba a ser de mi vida, me juré que lo conseguiría, que la sonrisa , la ilusión, el optimismo, tenían  que ser mi seña de identidad para el futuro, que sólo tenia veinticuatro años y toda la vida por delante y me marqué antes que nada dos objetivos primordiales: abrazar a mi familia enseguida, enterarme con detalle de todo lo ocurrido y obrar en consecuencia y después visitar a mi querido tutor y maestro, D.Froilán, saber de él y de su esposa de los que hacía casi dos años no tenía noticias, se interrumpieron sus cartas y me temía que algo muy importante tenía que haber pasado.

Supe mediante carta, que mi madre y hermana habían abandonado el pueblo y que mi tía Conchita, la hermana menor de mi madre, las acogió en su casa de un pueblo muy cercano a Sevilla y ese iba a ser de momento mi primer y principal destino. No veía el momento de abrazarlas y estar a su lado.

Pasé la primera noche en una pensión cercana a la estación de autobuses en el Prado de San Sebastián, porque al día siguiente cogería en esa estación, la camioneta que me llevaría al pueblo dónde vivía mi tía. Una vez instalado  en la pensión, salí a la calle, estaba hambriento de libertad, de andar sin temor, sin tenerme que arrastrar, de cruzarme con gente como yo. Era primavera y nunca jamás en la vida he sentido y he vivido en sólo una mañana, una primavera con aquella plenitud, con aquel ansia, con aquellas ganas de sol y de vida. Anduve sin rumbo por el Prado, por La Pasarela, por el parque, dejándome llevar, sintiendo el sol calentando mis helados huesos, viviendo el trasiego de los coches por la carretera, el caminar de la gente de un lado para otro, los árboles majestuosos cobijando con su sombra, el cielo de Sevilla azul brillante cruzado de vez en cuando, por alguna que otra paloma blanca, rezagada, alejada de su nido en la Plaza de América. Me paré a mirar como un cateto que llega por primera vez a la ciudad, las gesticulaciones del guardia dirigiendo el tráfico, con su casco blanco, ( la escupidera lo llamábamos los sevillanos, porque cierto es que lo parecían), ahora de espaldas, ahora de frente, brazo derecho arriba, el izquierdo horizontal , de lado, pito de silbato, parón de los coches... y todo me llenaba de alegría, di gracia a Dios por estar allí, por disfrutar de ese sol, de ese cielo, del olor del azahar y de los jazmines. Me inundé de frescor y de silencio cuando pasee por el Parque Mª Luisa, escuché como si fuera la primera vez con sorpresa y emoción el trinar de los pájaros, el murmullo del agua cayendo en cascada por el monte gurugú, respiré con fruición el aire puro cargado  del oxigeno, que las plantas, las flores, los árboles despedían, y que tan bien le venían a mis maltrechos pulmones, pasé, arrastré, acaricié con mis manos  cada banco,  cada fuente, cada flor, y saboreé el agua fresca de las fuentes jugando con ella como si fuera un niño de cinco años, salpiqué, mojé de agua mi cabeza, mi cara, mi uniforme de soldado que aún llevaba puesto y reí sólo ante la "travesura" y, algo cansado, me senté en un banco rodeado de flores para ver bañarse a los patos. Todo era maravilloso, el misterio de la vida en plenitud y yo me sentí afortunado, mimado y querido por ella, merecía la pena vivir aunque el futuro al menos de momento, no se me presentaba nada halagüeño.

miércoles, 3 de julio de 2013

La Leyenda

Con los corazones palpitantes, rebosantes de esperanza, salieron del cementerio, dejaban atrás la muerte, el llanto, la desdicha y la desolación, todavía había esperanzas de encontrarlo con vida, de tocarlo, abrazarlo, mirar a sus ojos y oir sus palabras y agarradas del brazo, apretándose la una con la otra, sin mediar palabra, porque todo estaba dicho, encaminaron sus pasos al centro del pueblo.

Tenían que saber y no sabían cómo, a quién preguntar, adonde dirigirse, no querían levantar sospechas, porque si por algún motivo había escapado o se encontraba escondido en alguna parte, ¿quién les aseguraba que no irían en su busca?. El sol había llegado a su punto más álgido y su fuerza se traducía en un calor sofocante que achicharraba y nublaba hasta la razón y a ellas empezaba a hacerles mella la noche en vela, los nervios, el llanto y la ansiedad, pero siguieron avanzando por la calle Real camino del Ayuntamiento, fue el primer sitio que se les ocurrió, allí estaban los nuevos dirigentes, los reponsables de todo.

Una vez en la plaza, frente a la Casa Consistorial, se pararon atemorizadas. Las puertas estaban abiertas y un pequeño grupo de personas se agolpaba junto a ellas, con la misma indecisión. Parecían estar esperando alguna información, una noticia, una llamada..., se acercaron con los nervios a flor de piel y las piernas temblando y se unieron a ese corrillo de personas, que estaban esperandocon las que tenían un denominador común que los unía, eran gente como ellas, muchos conocidos, vecinos, pobres y trabajadores del campo, mujeres y niños con la ansiedad reflejadas en su rostro, gente que buscaban lo mismo que ellas, saber que había pasado con su ser querido.

"Durante el camino recorrido desde el cementerio a las puertas del Ayuntamiento, agarrada del brazo de mi madre, casi arrastrada por ella, mi mente pasaba intermitentemente, de un pensamiento a otro, parecía que hacia años que habíamos estado cenando en casa. Como todos los días, era el momento de la charla, el momento en que mi padre olvidaba sus desgracias y tormentos y reía con nuestras risas, con nuestras ocurrencias y mi madre  viéndolo feliz, se hinchaba ella tambien  de esa misma felicidad y exageraba aún más sus chistes y sus anécdotas. Recordábamos siempre a mi hermano ausente y escribíamos juntos la carta diaria que a la mañana siguiente me encargaba yo de echar al buzón, y... !sólo habían pasado horas, ni siquiera un día! y ahora nos encontrábamos sólas, sin saber que había pasado con mi padre, sin saber que iba a  pasar con nosotras, y en ese momento, me acordé de mi tío, ese tío Florencio  al que apenas conocía, y al que mi madre quería intensamente y sentí la necesidad de estar a su  lado, necesitaba de una fuerza masculina con la que me sintiera protegida y defendida, que, de momento,  nos acompañara y consolara y me daba igual que apenas lo conociera, pero -pensé- que yo  llevaba su sangre, la misma que mi madre y no dudé ni un momento que nos ayudaría.  Echaba intensamente de menos a mi hermano, allá en aquella sierra maldita, que lo tenía aprisionado, si él estuviera aquí, nos daría fuerzas y se encargaría de traer de vuelta a nuestro padre a casa para volver a estar los cuatro juntos. Me asaltaban las imágenes vistas en el cementerio, imágenes que nunca creí pudiera llegar a presenciar: sangre, muerte y horror... y entonces apretaba con fuerza la mano de mi madre y la miraba de reojo tratando de descifrar sus pensamientos, sus miedos y sus intenciones, ¿iríamos a ver al tio Florencio?. Su cuerpo menudo, se movía con agilidad por la calle y su pecho voluminoso apretaba el vestido como si le fuera a estallar con su movimiento, el pelo negro como el azabache recogido en un moño sobre la nuca, parecía presagiar un luto inesperado y sus ojos siempre risueños, aparecían rojos, hinchados y llenos de tristeza. No, esa mujer, que me llevaba casi a rastras por esas calles empedradas, no se parecía a mi madre, salvo en su firmeza, no era la madre alegre, la que cantaba lavando en el arroyo, la que me peinaba todas las mañanas los rizos rebeldes de mi pelo, igual de negro que el de ella, la que me besaba todas las noches, la que reía por nada...

Al llegar al Ayuntamiento, la gente murmuraba en sus puertas, no había hombres, porque estaban huidos, presos o asesinados, salvo algún mozo poco mayor que yo y algún que otro viejo tembloroso. Había quien lloraba, sabedora ya del fatídico final y esperaba órdenes para el entierro, había quien tenía noticias de que allí se encontraban presos algunos de los que detuvieron, esperando cualquiera sabe su destino, había quien como nosotras no sabía si estaba muerto o vivo, preso o escapado y cada uno sujetando su cruz, esperamos una hora y dos y el tiempo se alargaba más y más. No se en realidad lo que duró la espera, pero cuando ya creíamos desfallecer de calor y de agotamiento, apareció un falangista con un papel en la mano, con su camisa azul muy bien planchada, con su correaje sujetando la pistola enfundada y con ese gesto de triunfo, de superioridad del que saborea la victoria.

Ignorando al grupo  de personas que allí nos encontrábamos con la mirada fija en él, con el temor y la ansiedad reflejadas en los rostros, esperando saber o según qué, no saber, se ocupó con parsimonia en pegar una gran hoja de papel en la puerta, en la que se podía observar una gran hilera de letras, letras picudas, inclinadas, que supusimos eran los nombres de cada uno de los detenidos la noche anterior. Una vez terminada la operación, con gesto adusto y sin mirarnos, con la mirada perdida en el fondo de la plaza, nos habló, nos soltó un discurso enardecido, recalcando con ímpetu y odio, que en aquel papel estaban anotados los nombres y apellidos  de los traidores a la Patria, de los "rojos" responsables de querer acabar con la vida serena y pacífica en España, quebrantando las normas establecidas, apoderándose de lo ajeno, creando la anarquía y el desconcierto y que por ello y para evitar males mayores, habían sido detenidos, juzgados y muchos aniquilados esa misma noche por sus actos, era esa la manera de dar ejemplo de lo que no se podía hacer y de asentar  nuevamente las leyes que restablecían el orden y la paz que habían osado ignorar y cambiar en sus propios beneficios. Por último, nos hizo la observación de que los que aparecían con una cruz roja al lado, habían sido juzgados y ejecutados y en breve, se dictaria la orden para que el familiar correspondiente, pudiera libremente disponer del cuerpo para su enterramiento. Los que no tenían la señal de la cruz, se encontraban detenidos en los calabozos habilitados en ese mismo ayuntamiento a la espera de ser juzgados, a los cuales de momento estaba prohibido visitar. Sin más se dio la vuelta y nos dejó a todos allí, mudos, sin atrevernos a pronunciar ni una palabra, con la rabia contenida dentro del cuerpo y un miedo paralizante que nos impedía acercarnos para mirar el destino de los que faltaban. Por fin una mujer joven que tiraba de un niño canijito, desarrapado, con el cogote al cero y dos inmensos ojos que miraban sin comprender qué estaba pasando, se acercó al papel que colgaba de la puerta y volviéndose hacia los demás con un hilillo de voz que apenas le salia de su garganta  quebrada por la emoción, pidió a los que allí nos encontrábamos, que su marido se llamaba Francisco...  que ella no sabía leer, y quería saber que había pasado con él. Ella fue la primera, la valiente, la que rompió la barrera que a todos nos contenía y casi a tropel, como el hambriento se acerca a un pedazo de pan, nos agolpamos para mirar. Mi madre agarrándome fuerte, me miró a la cara y me dijo: - Rosarito, ya sabes que yo tampoco  se leer, así, que tienes que ser tú la que se acerque y lea, esta madrugada te has hecho mujer de golpe y como mujer tienes que actuar, fijate bien, no te equivoques y mira si la cruz roja aparece a su lado, no lo permita Dios-. Me giré sin mediar palabra, sabiendo que allí en esa hoja escrita, estaba la clave de lo que sería nuestras vidas en adelante y nuevamente el pulso se me aceleró  y los golpes en mi pecho eran tan fuertes que me dolia el corazón, aunque dicen por ahí  que el corazón no duele. A mí puedo asegurar que me dolía.

Sí, allí, de los primeros, aparecía el nombre de mi padre con una cruz roja pegadita, unida a la última letra de su último apellido y creí morir o deseé morir. No podía ser, mi padre según se podía leer, estaba muerto y yo no era capaz de asimilar esa tremenda noticia. Me quedé parada, con los ojos clavados en su nombre, en esas letras picudas que anunciaban la peor de las noticias. Tenía que haber un error, mi padre no estaba en el cementerio, de eso estaba segura, por lo tanto, no podía estar muerto. Seguí leyendo, repasando al milímetro nombre por nombre, quizás hubiera alguien con nombre parecido, quizás volvía a aparecer más abajo sin la señal por un fatídico error del escribiente, quizás y quizás... pero no, por haber no había nadie más que tuviera ni siquiera su nombre de pila, ni alguno de sus apellidos, no había repetición y entonces desesperada me volví para buscar a mi madre. Nuestro ojos se encontraron y ella enseguida supo que su marido, el padre de sus dos hijos, su compañero, el único hombre al que había amado, estaba muerto y llevándose las manos a la cara se derrrumbó."

Nunca más lo volvieron a ver, ni vivo, ni muerto, ni supieron dónde estaba su cuerpo. No tuvieron un entierro, no las dejaron vivir el sagrado ritual de lavarlo con esmero, de limpiar su sangre reseca, una sangre que manaría a borbotones por su cuerpo como rios espesos y rojos en busca de un mar inexistente, nunca le pondrían su traje nuevo de boda, ni los zapatos negros que no volvió a usar desde aquel  día, ni le juntarían las manos sobre su pecho, ni lo llenarían de besos, ni siquiera una flor lo acompañaría en su tránsito con la muerte, ni lo llorarían de cuerpo presente, ni lo velarían... era como un no acabar, un no saber, era como si no hubiera existido, como si no hubiera nacido, era no tener un sitio dónde descansara en paz y dónde llevarle flores.

Como pudieron tirando una de la otra, emprendieron el camino de vuelta, las lágrimas les nublaban la visión, andaban como autómatas sin saber adonde iban, les daba miedo llegar a la casa, el vacío y la soledad serían insoportables, ver su ropa, sus aperos del trabajo preparados la noche anterior, su cama aún deshecha, que casi podía marcar las huellas de su cuerpo... ¿como podrían soportarlo? y lo peor es que por mucho que se retrasara la llegada, sabían que esa noche dormirían allí, porque no tenían otro sitio donde ir. Rosario, la madre, atormentada, repasaba mentalmente la familia, los amigos a los que podía acudir, pero le sobraban contando los dedos de una mano. Por parte de su marido, Antonio el hermano menor huyó en su momento y no se tenían noticias de él, si vivía o no, si había podido pasar a Málaga, si estaba preso..., con su cuñada Mercedes y la única hermana que quedaba viva y en el pueblo, apenas tenían relación, aunque tendría que comunicarle lo que estaba pasando, y, por su familia, estaba Conchita su hermana pequeña que se casó y se fue a vivir al pueblo de su marido, más cercano  de la capital y con la que se comunicaban de tarde en tarde por carta y ya sólo quedaba Florencio, su querido hermano Florencio, al que quiso tanto, al que estaba tan unida, pero aquello se rompió en su momento y cuando creyó que las cosas habían mejorado y podían volver a ser lo que en parte fueron, él la engañó, le hizo creer que no pasaría nada, que durmiera tranquila que su marido estaba a salvo y fue mentira, ella sabía que como Jefe de Falange, había tenido que dar la orden de detención y ejecución y eso nunca en la vida podría perdonárselo, pero ¿por qué? ¿porque tanta maldad?, era verdad, entonces que el dinero cambia a las personas, que se olvidadan del amor, de la caridad, de la comprensión, de la benevolencia, de la piedad... Todos los buenos sentimientos que un ser humano puede poseer, son relegados, mancillados, olvidados y sustituidos por la avaricia, el poder y la soberbia.

No quiso verlo, deseaba y esperaba que fuera él quien se acercara a verla y le diera explicaciones de lo acontecido, pero estaba equivocada, ni él, ni la familia del marido, ni los amigos, aunque la mayoría de ellos, pasaban por las mismas circunstancias que ellas, nadie pasó por su casa durante la primera semana de duelo, unos por temor, otros por orgullo y otros por soberbia.

Después de días de luto sin muerto, sin entierro, sin nadie que se apiadara de ellas, Rosario supo que tenía que seguir, no se podía dejar vencer,  tenía una hija que había perdido su risa y su eterna sonrisa y también había aprendido a llorar con una amargura muy difícil de aliviar, y un hijo en el frente ignorante de todo luchando en una guerra cruel, y decidió coger las riendas  y ser ella la que de momento tirara de sus vidas. 

Lo primero buscar, hablar, investigar qué había pasado con su marido y después sobrevivir como fuera, trabajar, buscarse su pan y el de su  hija, hasta que su hijo volviera. Fue a visitar a su hermano, quería pedir explicaciones, saber, intentaría ser fuerte, no derramar ni una lágrima delante de él, pero si llegado el momento, tuviera que rogar, suplicar, hincarse de rodillas ante él, lo haría, todo con tal de enterarse que había sido del hombre al que nunca podría olvidar. No derramó una lágrima cuando estuvo frenta a él, pero sí suplicó, sí rogó, sí pidió en nombre del recuerdo, de la gloria de sus padres, que le dijera dónde estaba para poder enterrarlo como era debido. Todo fue inútil, tuvo que soportar el sermón que en su momento, cuando era una novia enamorada e ilusionada, le largó: "que ese hombre no es para tí, que es un amargado, que es un muerto de hambre, que vas a ser una desgraciada... ahora ya no hablaba en presente sino en pasado: "te lo dije, que no era lo que tu merecías, que te iba a dar mala vida, que era un comunista reaccionario y así ha sido. Mira ahora como te ves, sóla y desamparada y en parte, lo tienes merecido, pero además da gracias a Dios y a tu hermano, que no se han tomado ningún tipo de represalias contigo, como ha ocurrido con otras. Por lo que sé y no hay lugar a dudas, fue juzgado esa misma noche y condenado a muerte por su actos y yo no pude evitarlo, su cuerpo no puedo decirte dónde está porque no lo sé, sé que a algunos lo cargaron en un camión y se lo llevaron hacia el pueblo vecino para completar la carga con los allí ajusticiados y no se en que fosa ha sido sepultado". Mentira, todo mentira, salvo su muerte, !pues claro que sabía dónde estaba! y ¿qué era eso de que no había podido evitarlo? ¿cómo que no, si él daba las órdenes?
Juró con gran amargura que nunca más volvería a mirarlo, que para ella, estaba igual de muerto que el padre de sus hijos.

Habló, indagó, fue al pueblo de al lado, preguntó, pero nadie supo darle razón de nada, era como si la tierra se lo hubiese tragado y nunca mejor dicho, porque así era, pero ¿dónde estaba esa tierra asesina, que alojaba en sus entrañas, tanto muerto? ¿ni siquiera merecían los allí enterrados una simple cruz de madera anunciando el lugar sagrado?¿o es que querían ocultar los cuerpos para que no se supiera a cuantos habían asesinado?

Meses después empezó a correr por el pueblo la versión de su muerte, de la muerte de su hombre. Primero eran cuchicheos secretos entre algunos vecinos, después se convirtió en un secreto a voces que sabía todo el pueblo y al final esa versión se convirtió en una letanía de lengua en lengua, se volvió  leyenda, una leyenda que corría de boca en boca y que llegó hasta ellas y el dolor inmenso que sentían se hizo ya insoportable, hubera sido mejor no saber, pensar que murió junto a los demás de un tiro o de dos o de tres incluso, pero sin agonía.

Y ésta es la leyenda que todavía hoy cuentan los más viejos del pueblo, los pocos que ya van quedando, la que a mi me contó mi héroe, lo único que me contó sobre la muerte de su padre:

"Aquella terrible noche, cincuenta o sesenta hombres, junto a las tapias del final del cementerio, sabiendo que las tumbas, relucientes por los rayos de una luna inmensa, por el brillo de la infinidad de estrellas que saturaban el cielo, con el pelotón  frente a ellos, con los fúsiles apuntándoles, era lo último que sus ojos iban a ver en esta vida, intentaban prepararse para morir. Con el corazón desbocado y el pánico  atenazándoles el cuerpo, se buscaban unos a otros, con los ojos y con las manos, se apretaban y se consolaban,   porque el ser humano hasta para morir, necesita estar cerca del prójimo, inequívoca señal de que somos eslabones de una misma cadena. Cada uno con sus recuerdos, con el nombre de sus hijos, de sus mujeres en los labios, incluso algunos rezando, fueron cayendo, inertes, boca abajo... pero uno de ellos, el hijo del guarda forestal, el que murió de tristeza por la muerte de sus dos chiquillos por una asesina escopeta, no quiso morir de igual modo que  sus hermanos y cayó, pero  no muerto, quedó malherido, tan malherido que creyeron que así era. Cuando los soldados se alejaron, la sangre empapaba su costado, tuvo fuerzas y ganas de vivir y arrancándose la camisa, y a forma de tapón, obstruyó el agujero por dónde la sangre escapaba llevándose  la vida y arrastrándose como pudo salió por un hueco de la tapia del cementerio a campo abierto y, entonces, creyó en su salvación. A veces caminaba dando tumbos, otras se arrastraba, pero no paraba, no podía desfallecer, porque el desfallecimiento traía la muerte y así, llegó a una casita de labranza por la que salía luz, golpeó la puerta con toda la fuerza que su cuerpo medio moribundo le permitía y  por su boca reseca pidió auxilio y compasión antes de caer desmayado.

El labriego que habitaba la pequeña casa junto a su mujer  y una hija, al escuchar ruidos, despertó y lo encontró  tirado al lado de la puerta. Lo recogieron arrastrándolo como pudieron al interior, no sabían que hacer con él, que seguía inconsciente, aunque el labrador enseguida lo reconoció, supo que se trataba del  hijo del guarda forestal, e imaginando que nada bueno tenía que haber pasado, optaron entre los tres no dar aviso a nadie de lo que estaba ocurriendo. Acordaron mantenerlo en secreto hasta que pudieran enterarse a la mañana siguiente en el pueblo, de algún suceso, riña, enfrentamiento de bandos políticos etc. que les diera un poco de luz sobre lo acontecido, por lo tanto, ni autoridades, ni médico, ni cura  que le administrara la extremaunción, porque creyeron que ese hombre no llegaría al amanecer. La mujer ayudada por su hija se ocupó en limpiar la herida, y a falta de alcohol, un chorreón de vinagre hizo las veces de desinfectante, el cuál arrancó del moribundo un desquiciado aullido de dolor que supusieron era la última expresión de vida que mostraba. Quedó en silencio nuevamente, cuando observaron que seguía respirando, cortaron un trzo de sábana, y a modo de faja, le taparon la herida, le mojaron los labios secos con paños empapados en agua y lo velaron toda la noche, porque la fiebre, el delirio y el dolor amenzaban con llevárselo de un momento a otro a la otra vida. Pero resistió la madrugada y a la salida del alba, la fiebre comenzó a ceder y pensaron que si no había muerto esa noche, su cuerpo volvería a la vida.

A la mañana siguiente mujer e hija, dejando al enfermo al cuidado del marido, bajaron al pueblo, para comprar alimentos y de camino e intentando no levantar sospechas, enterarse de lo que hubiera podido pasar. No tardaron mucho en comprenderlo todo, en el pueblo no se hablaba de otra cosa, la tristeza y el dolor eran palpables, las calles estaban vacias y en los puestos de la plaza, otrora llenos de vida, de voces pregonando lo mejor de la huerta, de charlas llanas y risas y regateos con los vendedores, estaba en silencio, nadie quería hablar si no era para maldecir la guerra y  la desgracia que se vivía, y los pocos compradores deambulaban de un lado para otro, como si buscaran algo que nunca más volverían a encontar. Supieron que cincuenta o sesenta hombres habían sido fusilados en la clandestinidad de la noche y el rompecabezas quedó rapidamente terminado, el hombre que tenían en su casa debatiéndose entre la vida y la muerte, había escapado herido y casi milagrosamente consiguió llegar a las puertas de su casa.

Compraron  y volvieron rapidamente por el camino de vuelta, a paso ligero, asustadas, creyéndose continuamente perseguidas y vigiladas, les pesaba enormemente haberse despertado esa madrugada, haber auxiliado a un condenado, haberlo alojado en su casa, porque si lo descubrían, ellos tambien, estaban seguros, serían condenados. Una vez en la casa decidieron denunciar la situación, pero la hija se negó en redondo, echándoles en cara a sus padres la poca caridad que mostraban, la cobardía, la insolaridad hacia una persona que estaba en su misma sintonía y que su único pecado haía sido, no comulgar con los ideales de los vencedores y luchar por mejorar su vida. Después de minutos de silencio, el padre consintió en esperar unos días teniendo mucha precaución, pero desde el momento en que el herido recuperara algo de fuerza y pudiera mantenerse en pie, debería abandonar la casa, pero debía quedar claro que en el momento en el que se sintieran observados, vigilados o notaran algún peligro o riesgo, tendría que denunciar, aún en contra de su voluntad, porque se trataba de sus vidas o la de él. 

Lo que pasó en ese periodo comprendido entre el día de la ejecución y el de su muerte real, no está muy claro. Se comentaba que se recuperó bastante, que su agradecimiento hacía sus bienhechores no tenía límites, que empezó a planear su huida y escribió una carta a su mujer dándole detalles de lo ocurrido e incluso citándola en alguna parte, carta de la que nunca se supo o al menos durante esos años de la guerra. Se decía que se sentían vigilados, desde el primer momento y que cuando los falangistas fueron conscientes del fallo cometido al reseñar su muerte sin  advertir que quedó con vida  en el cementerio,  empezó la búsqueda, se rastreaban los campos, el arroyo, las casas sospechosas, las rutas que llevaban al monte, se interrogaba a los campesinos, guardas, labradores, mujeres y hasta a los niños y... no pudieron resistir esa presión, el miedo los acobardó y uno de los tres, se creía que la mujer, dio parte a la autoridad militar. Alegó que lo habían encontrado en la huerta, medio muerto a la sombra de una   higuera, que por caridad cristiana lo auxiliaron en su casa, pero cuando se percataron de que era el  hombre que buscaban, un "rojo" escapado, consideraron que su deber era entregarlo y que las autoridades lo juzgaran.  Según cuenta, y ese fue su mayor tormento, fue que a ella misma la obligaron a  acompañar al pelotón de ejecución hasta su casa y junto a su familia, presenciar el fatal desenlace. Llegaron a la casa, aquella casa que había sido el cielo para el fugado, el cielo que le había devuelto la vida y la esperanza en volver a ver a su mujer y a sus hijos, y esa casa se transformó en infierno, un infierno cruel cuando, sin esperarlo y por sorpresa, lo sacaron a empujones y culatazos, cuando escuchó como le decían que ya hacía un mes que estaba muerto y muerto tenía que seguir y cuando pudo comprobar las miradas de odio de los asaltantes. Dicen que lo pusieron de espaldas a ellos con el sol y los hortelanos como testigo, con la huerta frenta a sus ojos, rebosante de tomates, coles, acelgas, naranjos y limones, higueras... frutos de la tierra, vida de la tierra y entonces sí supo que el final había llegado y que esa tierra rica de vida, tambien tenia cabida, para, por un momento impregnarse de muerte. Escuchó tres detonaciones, cerró los ojos con fuerza, después dolor y oscuridad eterna.

Dicen que cuando lo giraron para cargarlo y llevárselo, las lágrimas corrían por su cara, dicen que se lo llevaron camino de los montes cercanos, para que nadie supiera donde lo enterraban, dicen que Florencio en el último momento intentó detener la ejecución pero llegó tarde, dicen que el labrador lleno de remordimientos y pena, contó la historia a un fiel amigo, que este fiel amigo se lo contó a otro fiel amigo... y así, de boca en boca, como en la antiguedad se contaban las hazañas guerreras, las conquistas, los amores desgraciados... así se enteró todo el pueblo y los alrededores, y con el paso del tiempo, la historia, como dije al principio, se convirtió en leyenda.