sábado, 23 de noviembre de 2013

El amor...

En el año 48 mi héroe tenia ya 33 años y no había tenido tiempo, ni ganas, de pensar en novias. Cierto que antes de la guerra, conoció a una muchacha que le gustó, se ilusionó con  ella al principio, pero poco después tuvo claro que no era la mujer de su vida, que a pesar de que era guapa y sobre todo formal -,la principal cualidad que en aquellos tiempos se pedía a una mujer- no llegaba a sentir lo que creía tenía que ser, un sentimiento fuerte, un desear pasar la vida al lado de ella, tener hijos, compartir... Una vida que en su imaginación veía, llena de paz, de tranquilidad, de amor profundo y sereno. Una vida que sería quizás difícil, por la situación del país, pero llena. Después de tanta amargura, deseaba casarse, tener hijos, verlos crecer, rodearlos de cariño... junto a una mujer con los mismos deseos, que lo quisiera, que lo respetara, que lucharan juntos de la mano, por una vida mejor.

Y el amor llamó a su puerta, y como tantas veces había ocurrido en su vida, nuevamente el destino, volvió a hacer una carambola, para que pudiera encontrarse con la mujer que desde muy pequeño, había soñado.

" El negocio marchaba de maravilla, era para mí una ilusión inmensa levantarme todas las mañanas para ir a trabajar. Tenía que pelear mucho, era una lucha constante para conseguir beneficios, para atender los pagos a su tiempo, para conseguir mejores precios a los representantes, un pulso con la competencia, con los clientes para contentarlos, convencerlos, mimarlos, con la busca de nuevos productos... pero todo merecía la pena, cuando al finalizar la jornada, la venta había sido buena y comprobaba con el paso de las semanas, de los meses, que poquito a poco las ganancias eran mayores, que pagaba religiosamente a los proveedores y principalmente a Esteban, mi antiguo jefe, que podía permitirme algún que otro "capricho· y "regalos" para mi hermana y mi madre... y me hinchaba de satisfacción. Era feliz, la vida me sonreía y yo no dejaba de agradecerle constantemente, esa sonrisa después de tanta amargura."

Como decía al principio, ya había cumplido los 33 años y llegó a pensar que era difícil ya a su edad, encontrar una mujer que lo quisiera, que estuviera dispuesta a compartir su vida. Su físico se había deteriorado mucho en los años de guerra en Sierra Nevada, y aunque sus rasgos en general eran agradables, le faltaba su bonito pelo ondulado del que se había sentido tan orgulloso, era  bajito y una incipiente "curvita de la felicidad" empezaba a despuntar alrededor de la cintura. Todo ello hacía que aparentara más años de los que tenía, pero en contra de todo lo anterior, tenía un encanto innato que cuando se le trataba o conocía más a fondo, cautivaba. Tenía unos ojos negros pequeños, pero muy vivos, de los que se desprendían sobre todo alegría -la innata alegría de la familia- y ternura, todo lo miraba con cariño, con comprensión, con sinceridad. Su simpatía, su risa, su forma de hablar, ejercían un gran atractivo en los demás y principalmente su forma de llevar la vida, de la que sabía sacar siempre su lado más bonito y humano.. Y en contra de lo que pensaba, llegó lo que tanto anhelaba, la mujer que sería la madre de sus hijos y su compañera de viaje en esta vida.

"La conocí un domingo de primavera en Alcalá. Ese día, habíamos ido a visitar a la tía Conchita y después de almorzar y dadas las buenas circunstancias que en aquel momento vivía, me permití el lujo de invitar a toda la familia a merendar en la mejor cafetería del pueblo. Nos sentamos en un velador frente al paseo, el sol nos daba de pleno y el olor del azahar de los  naranjos de la plaza nos envolvía. Pedimos todo lo que se nos antojó: café con leche, chocolate a la taza, tortas de almendra, copitas de anís y las riquísimas biscotelas, que tan merecida fama tenían en el pueblo. Era una fiesta, allí estábamos juntos, hablando, riendo y dándonos un festín confitero sin precedentes, y, de pronto, la ví venir por el paseo y el corazón me dio un vuelco como nunca antes me había pasado, en ese momento sólo tenía ojos para ella y los demás sentidos parecían haberse volatilizado, ni escuchaba, ni hablaba, y el dulce que me llevaba a la boca se quedó a mitad de camino, pero la verdad es que no era para menos, hacía mi venía andando la que me pareció la mujer más guapa del mundo. Era alta, muy bien formada, el vestido se le balanceaba ritmicamente a cada paso que daba , y cuando la tuve más cerca y sin ella querer se cruzaron nuestras miradas, comprobé que era portadora de unos ojos inmensos, de color indefinido porque se teñían de un tono verdoso que nunca había visto. El pelo trigueño y una boca muy bonita que llevaba pintada de rojo. Fui el hazmerreir de la familia y me puse colorado como un tomate, pero en aquel momento me enamoré plenamente de esa mujer que veía por primera vez.

Ante mi asombro, mi hermana se levanto rapidamente del asiento y salió a su encuentro para saludarla. Resultó que vivía muy cerca de la casa de la tía Conchita y se conocían, aunque ella era algo mayor que Rosarito. La acercó a la mesa que ocupàbamos y yo quise en ese momento desaparecer, sabía que se me notaría a leguas el impacto que había ejercido sobre mi y no me encontraba capaz de enfrentarme a ella de cerca. Las piernas, las manos me temblaban y temí que cuando intentara hablar, la voz no me saldría de la garganta. Saludó a todos  que ante mi asombro, los conocía y cuando me llegó el turno y sujeté por un momento su mano, toda la desenvoltura que me caracterizaba, todo mi aplomo, desapareció para dar paso a un mutismo  que desconocía en mí. Cuando se alejó me contaron su historia. Vivía en la casa grande, la del portalón verde que miraba al puente, la que iniciaba el recorrido por la calle "estrecha" que llevaba a lo más alto del pueblo, allí donde se erguía el Castillo moro desde donde se divisaba el Parque de Oromana, y, como una serpiente serena y silenciosa, el cauce del Guadaíra, bañando su paisaje, y los molinos blancos salpicando sus orillas y los pinos pintando la tierra de todas las gamas de verde que los ojos puedan distinguir. Por otro lado, las canteras de albero, únicas en el mundo, con sus tonos ocres, dorados, que alfombran las plazas, las ferias, las calles, los parques y jardines de Andalucía y a lo lejos, casi perdida en el horizonte, Sevilla... Allí en aquella casa, con ventanas de rejas, con macetas, plantada en un ensanche de la calle, vivía ella, allí detrás de aquél portalón, llevaba su vida, junto a su madre, hermanos, abuelos, tíos, primos... en fin una gran familia, que luchaba por salir adelante después de una guerra, que para ellos también había sido especialmente cruel. Supe que su madre era una gran mujer que cosía para la calle, que era considerada una de las mejores modistas del pueblo, que le cosía a lo mejor de la sociedad alcalareña aún siendo mujer de un socialista encarcelado !que ya tenía que hacerlo bien! porque esa "mancha" no era de las que se perdonaban entre la gente "bien". Pero pudo más su buen hacer, su formalidad, sus ideas innovadoras en la moda, que todo lo demás,  y se corrió un tupido velo sobre su vida. Creó un taller de costura dónde acudían las mocitas a aprender y compaginaba enseñanza con encargos de todo tipo; vestidos, abrigos, chaquetones, trajes de novia, batones de cristianar, chaquetas de hombre, pantalones, americanas... en fin, su tarea durante el día y hasta muy entrada la noche, era coser y coser para atender las necesidades familiares. Mientras su hija, la mujer que me enamoró, se encargaba de la casa : lavar, planchar, limpiar, cocinar, cuidar de los abuelos y además antes del amanecer y para ayudar en la economía familiar, acudía a una de las muchas panaderías del pueblo a trabajar, amasaba y daba forma a la mísma para que después de pasar por el horno, salieran convertidas en bollos, vienas, teleras, roscas etc. crujientes, tiernas, esponjosas y humeantes con destino principalmente para Sevilla, que ya sabemos que el pan de Alcalá está considerado como uno de los mejores panes de España,  y que al pueblo se le conoce más como "Alcalá de los panaderos" que como "Alcalá de Guadaira".

Todo lo que me hablaban de ella era inmejorable, guapa, trabajadora, amante de su familia, y yo conforme avanzaba la conversación me iba sintiendo cada vez más pequeño, por momentos se iba diluyendo las escasas esperanzas que al principio tenía, me parecía demasiado "perfecta" para que se fijara en mí y para colmo y rematando tenía como pretendiente a un buen mozo, campesino él, con el que salía desde hacía meses. Pero, pasados esos primeros momentos de pesimismo,  pensé que nada se puede dar de antemano por perdido y que todo lo bueno cuesta conseguirlo, por lo tanto, el abatimiento que sentía, fue barrido por una oleada de optimismo, porque -pensé- que ella tenía que ser la futura madre de mis hijos, y era ella o ninguna. Así que, no sabía como, pero me propuse conquistarla."

Y lo consiguió. Todos los fines de semana, cogía la camioneta para el pueblo acompañado de su madre y hermana, con la consiguiente alegría de la tía Conchita, que todos los sábados por la mañana, arreglaba con esmero la alcoba dónde recien terminada la guerra, ocupaban los tres. Paseaba a lo largo de la calle, esperando en cualquier momento verla salir, hacerse el encontradizo, entablar cualquier tipo de conversación, aunque fuera la tan manida del tiempo. No le importaba que saliera con el campesino,  decía que, como en el reino animal, se trataba de una lucha de fuerza y seducción, y se la llevaría el que tuviera más capacidad, y él jugaba con la ventaja de que no podía haber otra mujer, que era la única que quería, cosa que dudaba que el otro pudiera sentir, al menos con la misma intensidad que él.

Un día fue un saludo mirándola a los ojos, otro una sonrisa, otro una pequeña charla intrascendente, otro información sobre el pueblo... y así poco a poco, entablaron una amistad, que con el transcurso de las semanas, fue arraigando y cuanto más la conocía, más se enamoraba y más ahinco ponía en su secreta lucha por conquistarla. Ella, fue casi sin darse cuenta, cayendo en sus redes, porque lo que al principio considero una bonita amistad, fue dando paso a un interés distinto y a un contar los días para que llegara la tarde del sábado. empezó a comparar y se dio cuenta de que aunque el muchacho con el que salía, era mas buen mozo, alto, fuerte y guapo, no la hacía vibrar como él. No tenía ni la simpatía, ni el aire de capital que tan valorado era en su pueblo, ni los detalles, ni el trato hacia ella, que se sentía como una reina, ni experimentaba esa emoción y ese afán de ponerse guapa, como cuando sabía que él paseaba por su calle esperando encontrarla. Y terminó `por aceptar que se había enamorado casi sin darse cuenta, de ese amigo que rondaba su puerta y que la miraba embelesado. No le importaba que fuera más bajito que ella, que pareciera mucho mayor a pesar de que sólo le llevaba cinco años, que sólo se vieran día y medio a la semana, nada le importaba, sólo quería estar con él y sabía, porque hay cosas que no hace falta que te las digan, que él estaba loco por ella.

Terminó con su novio y poco después, le dió el "sí" al que iba a ser el hombre de su vida.

Al principio de este capítulo, hacía un comentario, sobre las carambolas que el destino jugó para que mi héroe viviera la vida para la que estaba predestinado y cómo, todo lo que le fue aconteciendo, de alguna manera, estaba relacionado con hechos, personas, acontecimientos... todo, como ramas nacidas de un mismo tronco, de un mismo árbol y alimentadas de una  misma savia. Cada rama proyectando su dirección en el espacio, unas más fuertes que otras, más altas o más pequeñas, con más o menos frutos, con más o menos hojas, pero al final unidas en su origen.

Y explico:

Una vez declarado y aceptado el noviazgo por parte de las familias, es cuando se considera a la pareja novios "formales", que en aquellos tiempos equivalía a sellar un compromiso serio de boda, una entrada en las casas respectivas, así como una presentación de ambas familias, todo ello unido a un estrechamiento en las relaciones de las mísmas.

Una vez pasado todo lo exigido, mi héroe, estalló de felicidad, cuando se le consideró "novio formal" de la mujer que lo enamoró. Y llegaron las reuniones familiares, las salidas por el paseo agarrados del brazo, los planes de boda, el comienzo del ajuar, el trato con los respectivos hermanos y hermanas... y así de esa manera, avanzando en las buenas relaciones por ambas partes, llegaron las confidencias de los sufrimientos pasados en la guerra, de las penurias vividas, de los rechazos, de los estigmas... porque ambas familias estaban en el mismo bando y cada una había tenido su enorme ración de lo anteriormente dicho. Y después.. la sorpresa.       




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