domingo, 19 de enero de 2014

... la sorpresa

Ambas familias incompletas, ambas con su buena ración de sufrimientos, ambas luchando cada uno a su manera por sobrevivir, por seguir  viviendo la vida, por volver a sentir ilusión, esperanza y fe en un futuro. La de él, como hemos ido relatando, adaptándose a no tener a su lado al marido, al padre ejemplar, al que sacrificó la vida para cuidarlos..., la de ella, a soportar el estigma de "rojos", de traidores en una nueva sociedad plagada de prejuicios y miedos, a ser señalados en su mismo pueblo como esposa e hijos de un revolucionario condenado a muerte (para más información y a los que no hayan seguido este blog desde un principio, os recomiendo leer el post titulado "Una vida apasionante" pinchando en el año 2009 en el que a grandes rasgos describo la trayectoria de dicho condenado).        

Tanto él como ella supieron y sintieron como propias las penalidades vividas por cada uno. El ya no podía hacer nada, salvo investigar y encontrar el cadáver, pero ella, su familia, sus hermanos aún seguían luchando, aún vivían su particular guerra después de nueve años de "paz". La lucha fue titánica desde que, después de tres años de guerra, en la que vivieron la zozobra de no saber qué había sido de él, si vivía, si logró cruzar al bando republicano, si murió en una batalla o ejecutado..., al terminar la guerra supieron que sí, que consiguió su propósito, que fue teniente en el bando perdedor, que luchó con heroicidad y pasión por sus ideales, que estuvo a punto de morir en varias ocasiones y que cuando se disponía a coger un barco para salir del país, fue detenido, traslado a Sevilla, juzgado por un tribunal militar y condenado a muerte. Y en ese punto, comenzó esa batalla, que aún se libraba. Después de tirar de viejos, de conocidos, de perdidos amigos del pasado, ahora influyentes, después  de rogar, de suplicar, de pedir perdón, de humillarse ante los enemigos... sin resultado, Dolores, su mujer, recurrió al que en aquellos momentos era el mayor representante del "Movimiento Nacional" en el pueblo y !Oh! coincidencias del destino Jefe de Falange al igual que el tío Florencio en el caso de mi héroe, solo que éste no era su hermano como en el caso de Rosario, no, éste había sido el primer novio de Dolores a la que abandonó por imposición familiar, aunque según la rumorología del pueblo, nunca olvidó. Los padres de él no la aceptaban por la diferencia de clases entre una familia y otra, "no -dijeron- la hija de un campesino revolucionario, nunca podrá pertenecer a nuestra familia, no sabría comportarse como es debido entre nuestras amistades". No se si fue compasión, o algún resquicio de amor, o de alguna manera una forma de reparar el daño que en el pasado le causó, lo cierto es que movió lo que había que mover y un mes después la pena de muerte, fue conmutada por cadena perpetua y poco después el destierro. Quedó en libertad pero fuera de Andalucía y sin posibilidades de regreso, si no quería enfrentarse a muchos años de cárcel.

Si observamos y meditamos la historia que estoy contando, nos daremos cuenta del paralelismo y a la vez la divergencia entre ambas historias. Aunque los acontecimientos ocurridos a las dos familias fueron exactamente los mismos, ambos sumergidos en una misma causa y circunstancias, el desenlace de ambos son completamente opuestos. Mientras los dos defendían la misma causa, los mismos ideales, uno de ellos, el padre de ella era completamente activo, se movía, discutía, exigía, informaba y arengaba a una lucha abierta, a una protesta masiva ante la explotación caciquil. El otro, era pasivo, escuchaba, meditaba, no se hacia notar y callaba, convencido después de darle muchas vueltas al tema, de que nada y menos la rebelión conseguiría el ansiado cambio en su vida. El primero optó por huir aún a costa de dejar atrás lo más querido, a pesar de que ya era un hombre que pasaba los cincuenta, pero entendió que flaco favor haría a su familia quedándose, porque no había que ser muy inteligente para saber que al quedarse con ellos, los condenaría a vivir la terrible experiencia de una muerte anunciada. El segundo, se quedó, creyendo que así las protegería, pensó que de nada le podrían acusar, porque él nunca se había destacado ni ejercido ningún tipo de violencia, propaganda o reivindicación, y lo pagó con su muerte.

Continuando con la historia, las familias se conocieron y estrecharon lazos, se cayeron bien unidos por la desgracia de la guerra, pero aún más, cuando se enteraron que, sin saberlo, hacía mucho tiempo que esos lazos ya se habían atados. Y explico lo que, en este caso Rosarito descubrió y me  contó en primera persona:

"Mis visitas a la casa del portalón, a la casa de la que esperaba más temprano que tarde, la novia de mi hermano, se convertiría en mi cuñada, se intensificaron. Los sábados cuando llegábamos al pueblo  desde Sevilla, para pasar el fin de semana junto a la tía Conchita y el primo Juanito, me faltaba tiempo para acudir a ella, me sentía a gusto junto a la familia de mi futura cuñada. Me encantaba ver a su madre sentada en el corral, junto al pozo blanco rodeado de macetas, cosiendo, acompañada de una buena corte de mocitas que acudían para aprender el oficio de modista. Eran casi todas de mi edad y casi sin darme cuenta, me hice de un buen grupo de amigas con las que ya entrada la tarde, salíamos a pasear por la plazuela y la calle principal, ataviadas con nuestros mejores vestidos, el pelo bien peinado y los labios rojos de carmín. Me gustaba la parra dónde cuando el sol apretaba las cobijaba con su sombra, y las risas, las charlas. las confidencias... mientras cosían y el ir y venir de la tía, de las primas, de los hermanos con sus menesteres y los conejos que corrían a sus anchas a nuestro alrededor, confiados y sabedores de que nadie les iba a hacer daño. Salían y entraban de la cueva, dónde cobijaban a sus crías, cuya entrada se encontraba a la derecha del pozo. No pocas veces gritábamos de alegría cuando aparecían algo temerosos, una prole de conejitos preciosos, último fruto de algunas de las muchas conejas existentes. Para mí, que llevaba mucho tiempo con la sola compañía de mi madre y hermano aquello suponía un vendaval de vida y alegría, necesitaba estar con mucha gente, reir y disfrutar después de todo lo amargo  vivido,  aún siendo consciente del drama que en aquella casa se había vivido y que de momento no tenía fin.

Hasta que llegó el día que supuso una de las más grandes sorpresas que me he llevado en esta vida. Recuerdo con todo detalle que ese día acababa de llegar de Sevilla y estaba sentada en una de las sillas disfrutando del grupo de amigas y de la presencia de mi cuñada que pocas veces se unía a nosotras, porque las tareas de la casa casi nunca se lo permitían. Charlábamos animadamente y reíamos sin parar por cualquier tontería, cuando oímos la voz del cartero gritando a voces limpias el nombre de Dolores, ésta se levantó apresuradamente dejando la labor en el asiento y seguida por su  hija corrió nerviosa a recoger la carta, una carta que sabía no podría ser de otra persona  que no fuera su marido. Por aquel tiempo y una vez conmutada la pena de muerte, se encontraba en el destierro fuera de Andalucía. Con manos nerviosas y sin pronunciar palabra alguna, se sentó de nuevo en su asiento, dejó el vestido que estaba confeccionando en la mesa y rasgó el sobre del que sacó una hoja de papel escrita y una fotografía que el esposo le mandaba. Mi cuñada casi le quitó de un tirón el retrato de las manos, mientras su madre ensimismada, leía la carta y cuando lo miró, no pudo evitar que las lágrimas resbalaran por su cara, para, a continuación, con todo el orgullo de una hija hacia un padre, al que consideraba un héroe, nos fue enseñando la fotografía una por una. Cuando llegó hasta mí, el corazón amenazó con estallar dentro de mi cuerpo, no podía ser, ese hombre, maduro ya, que aparecía sonriendo, tocado con un sombrero de ala ancha, camisón blanco y chaqueta ajustada, bien "plantao", alto, erguido, poseedor de una nariz prominente y una tez morena y aceitunada, no podía ser otro que Antonio, era inconfundible.

Al parecer, según me dijeron, la cara me cambió de color, "pá mí que la sangre se me heló en el cuerpo,  la voz no me salía de la garganta y temblaba como un pajarillo, pero una alegría enorme inundó mi corazón, !estaba vivo!.

Antonio era conocido  de mi padre, más que conocidos, amigos, amigos de los de verdad, de los que a pesar de tener criterios distintos, se comprenden y se ayudan sin reproches. Se conocieron un año antes de estallar la guerra y aunque había una notable diferencia de edad entre los dos, Antonio casi podía ser su padre, conectaron desde el primer momento a pesar de que mi padre no terminaba de comulgar con el radicalismo más o menos acentuado de Antonio, aunque sí, con sus ideas, y le decía: "los ideales que proclamas son los míos, pero las formas no me parecen las adecuadas, hay que intentarlo por la vía del diálogo, los extremos nunca son buenos", a lo que el otro le contestaba: "desgraciadamente como tú dices, no hay nada que hacer, ¿no te das cuenta que nunca van a renunciar a sus privilegios por ese camino?"

Antonio era digamos el "cabecilla" o el "jefe" del grupo de activistas que iban de pueblo en pueblo, informando, aconsejando, arengando a los campesinos a despertar, a rebelarse contra las tiranías de los caciques, a luchar para conseguir una vida mejor para ellos y sus hijos, a no seguir quedándose de brazos cruzados ante tanta injusticia. Mi padre, hombre pacífico por naturaleza, nada dado a conflictos, con la certeza de que nunca llegarían a conseguir esas mejoras, con o sin violencia, con o sin huelgas, intentaba en esos mítines casi clandestinos en medio del campo, exponer su pensamiento aún a costa de ser criticado por los compañeros. Y es por ésto, por lo que atrajo la atención de Antonio hacia su persona,  y una vez terminadas sus exposiciones y como dos buenos compañeros, seguían hablando, el uno intentando convencer al otro y viceversa. Muchas veces terminada la jornada en el campo, subían a nuestra casa y con un vaso de vino en las manos, las charlas se prolongaban en el tiempo, profundizaban en sus teorías e ideales, y así, poco a poco, surgió una mutua admiración entre ambos, que con el tiempo dio paso a una gran amistad.

Al estallar la guerra el 18 de Julio de 1.936, y con ella el cáos y el miedo a las represalias, Antonio, como antes mencionaba, optó por huir como tantos otros. Salió de su casa en Alcalá, de madrugada, huyendo a pie por campos, pequeñas aldeas, veredas... con la única intención de alcanzar la sierra que separa la provincia de Sevilla con la de Málaga, en aquel momento, en manos todavía de los republicanos, sabía que solo se salvaría del pelotón de fusilamiento, llegando a dicha meta y se juró conseguirla, y así, pocos días después, llegó a mi pueblo.

Era de madrugada, cuando sentimos dos suaves golpes en nuestra puerta, mi padre se levantó alertado y nosotras, muertas de miedo, nos liamos en una manta, temiendo lo peor. Era él, estaba agotado, las fuerzas le fallaban, estaba hambriento,  los alimentos y el agua que había cogido en su huida se habían agotado, llevaba barba de dos o tres días y los pies reventados. Mi madre le puso de comer, mientras mi padre sentado a su lado, le escuchaba con atención. Se quedó aquella noche en mi casa, preparamos la cama que era de mi  hermano y una palangana de agua para que pudiera lavarse, mientras buscaba alguna ropa de mi padre para poder lavar la suya, !las cosas de la vida, los dos eran altos y delgados! por lo que no hubo problemas. Lo mantuvimos oculto todo el día siguiente, nadie podía enterarse que estábamos refugiando a un republicano perseguido, so pena de que no solo mi padre, sino también mi madre fueran detenidos. Esa madrugada, ya repuesto, con sus ropas lavadas y aseado, mi padre después de llenar su talega de alimentos, de lo poquito que en casa teníamos, salió con él. Ocultos en las sombras de la noche, y con mucho miedo en el cuerpo, se lanzaron hacia los arrabales del pueblo buscando la mayor soledad y oscuridad, y se dirigieron al campo, camino de los montes que le ofrecía la libertad. Intentó de todas las formas posible convencer a mi padre para que se fuera con él, le contó lo que ya había empezado a pasar en su pueblo, las detenciones, las represalias, pero mi padre firme en su forma de mirar las cosas, firme en su convencimiento de que nunca le pasaría nada, se negó. Le indicó el camino que tenía que seguir, le esperaba al menos un día o dos de andar por los bosques, pero siguiendo sus indicaciones no creía se pudiera perder. Se abrazaron conscientes de que quizás fuera la última vez que se veían, se desearon suerte y cuando ya el alba empezaba a despuntar, cada uno emprendió el camino que se habían trazado. El uno hacia la vida y la libertad, el otro, sin saberlo, hacia la muerte. Días después como ya te he contado, detuvieron y asesinaron a mi padre."  

  

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