domingo, 13 de octubre de 2013

Una nueva vida en la calle Feria

Si he dedicado dos capítulos a la posguerra, titulados "La bendita post-guerra" es porque para el protagonista de esta historia, fue bendita de verdad, fue como a contracorriente de lo que generalmente vivía el pueblo llano, etapa de carencias enormes, de hambre, de enfermedades, de persecuciones políticas, de venganzas personales... Para él fue un periodo de tranquilidad, paz y prosperidad..

Conectó  muy bien con su jefe, que más que jefe se convirtió en un gran amigo, un amigo que lo ayudó en todo lo que estuvo en sus manos para que fuera consiguiendo sus proyectos y sueños, ésto fue debido, en parte por agradecimiento al ponerlo en contacto con su viejo amigo Froilán, su benefactor, y en parte porque  encontró en él a una persona fiel y trabajadora, alegre y con un gancho extraordinario para atraer a la clientela.

Mi héroe lo llevó a ver a D. Froilán y según me contaba la escena fue estremecedora. Pasado el primer minuto de sorpresa, todo fue una gran explosión de sentimientos mutuos, lágrimas, abrazos, emoción... !cuanto amor compartido!, !cuanto cariño!, ¿cómo se puede sentir tanto entre dos personas que mantuvieron una amistad solamente de un año y poco más? ¿cómo a veces ese periodo relativamente corto en el tiempo, puede llegar a remover nuestro interior y  sacar desde los más hondo, todo lo bueno que cada uno de nosotros llevamos dentro? Yo creo que todo consiste en la entrega, en actuar dejando a un lado la semilla de egoismo que es innata en los seres humanos, cierto que unos en mayor o menor medida que otros, pero todos somos poseedores de ella. Si somos capaces de meternos en el problema de ese amigo, si somos capaces de, por un momento, ponernos en su "pellejo" y comprender, sentir, lo que esa persona está viviendo, o sufriendo, o gozando, -que no todo va a ser malo-, nos daremos cuenta de que todos  estamos hechos de la misma "pasta", que todos en algún momento de nuestras vidas, hemos pasado por situaciones similares, difíciles o fáciles y que tanto para lo uno como para lo otro, necesitamos compartir, necesitamos que nos ayuden , que estén a nuestro lado, necesitamos de esa persona que nos comprenda, que  nos escuche y trate por todos los medios de ayudarnos, de comprendernos y que comparta con nosotros tanto lo bueno como  lo malo. Así es como se forjan esos lazos sentimentales tan fuertes que hace que veamos su problema como nuestro y nos impliquemos todo lo posible en ayudar a solucionarlo, porque cuando el egoísmo se destierra, o se aparca, o se ignora, la generosidad hacia los demás fluye con fuerza.

"Le contamos a mi antiguo tutor, la historia de cómo nos habíamos conocido accidentalmente, de cómo por "casualidad" le enseñé la foto que él me había regalado, de la cara de sorpresa y alegría de Esteban cuando reconoció en ella a su viejo amigo, de cómo por dichas razones, decidió inmediatamente emplearme a su lado y cómo yo le había llevado hasta allí. El rostro de mi tutor era como un libro abierto, sin necesidad de palabras lo expresaba todo, conforme le iba explicando con detalle lo sucedido, ésta iba cambiando de la sorpresa a la extrañeza,  de la pena a la alegría, del llanto a la risa... Fue una de las tardes más bonitas de mi vida, era increible, pero allí estábamos, la vida se había confabulado con nosotros para que nos encontráramos y esos tres eslabones perdidos que éramos hacia poco, habían encajado en  su sitio dentro de la cadena de nuestras vidas, vidas que volvían a estar enlazadas, que ocupaban de nuevo su sitio, que la guerra en su locura, había desperdigado. No dio tiempo a muchas reuniones iguales, aunque sí las hubo, pero desgraciadamente, D. Froilán murió, no sin antes tranquilizar a Esteban respecto a la deuda que tenían contraída, deuda que para él nunca  fue tal, y así se lo volvió a repetir. solamente nos  pidió que nunca rompiéramos esa amistad,  que por algo la vida nos había unido. Y así fue, hasta la muerte de Esteban muchos años después, no dejamos de estar siempre en contacto.

Y llegó mi época dorada, una época colmada de trabajo, una época en la que en parte conseguí mis sueños de juventud aunque faltara la presencia de mi padre. Alquilé dos habitaciones en una casa de vecinos de la misma calle Feria, suficiente para los tres y me traje de Alcalá a mi madre y a mi hermana, no sin antes conformar a la tita Conchita, con todos los argumentos habidos y por haber, en cuanto a la separación, "que si estábamos a dos pasos, que si todos los domingos los pasaríamos juntos, unas veces en el pueblo, otras en la capital, que si Juanito tendría su casa allí cuando tuviera que venir a Sevilla a estudiar...", en fin, al final se conformó y todo lo prometido, todo,  se llevó a efecto, porque ella y su hijo ya eran para nosotros como una madre y un hermano más, nunca, nunca volvimos a separarnos.

La vida quiso recompensarnos por tantos años de sufrimiento y fuimos muy felices. Era una felicidad, reposada, tranquila, una felicidad basada solamente en disfrutar con intensidad de la vida juntos. No eran tiempos de lujos, ni de derroches, ni de viajes y consumos, que al fin y al cabo a eso no se le llamar felicidad, son simplemente, momentos en los que se pasa bien y nada mas. Para mí la felicidad auténtica es, era en aquellos momentos, mi trabajo, poder aportar entre los tres lo necesario para el sustento diario, el pago del alquiler y poquísimo más, si acaso, un vestido nuevo al año para estrenar en Semana Santa, algunas salidas al cine, el "lujo" de una paletilla de jamón, que mi jefe me vendía a precio de costo, por Navidad o una cerveza fresquita en un velador acompañada de un cartucho de patatas fritas, alguna (muy pocas) que otra noche de verano. Pero lo poquito que nos podíamos permitir lo disfrutábamos al máximo, sabíamos saborearlo con deleite, el resto del año nos bastaba con tener trabajo. Mi hermana se coloco sirviendo en casa de una familia acomodada y mi madre se ocupaba de las labores de la casa. !Era tan bonito comer juntos!, saborear los guisos de mi madre, reir a pleno pulmón con las anécdotas que mi hermana contaba día tras día, de su estancia en la casa "rica" como ella decía, escuchar de nuevo la voz de mi madre cantando mientras recogía los cacharros... y por las noches, las reuniones en el patio de la casa con los demás vecinos, dónde cada cual aportaba su "mijita" de saber, de humor, sus venturas y desventuras, los juegos de los niños alrededor, los comentarios políticos en voz baja, que las paredes oyen, las discusiones futbolísticas entre los partidarios del Sevilla y los del Betis, las cadenetas que entre todos confeccionábamos para dar al patio el toque de Feria y no había disponible para pisarla, los olores a torrijas y a pestiños que las marías elaboraban en la cocina comunitaria en Semana Santa, las cruces de mayo, que los niños sacaban, los villancicos que cantábamos a coro el día de Nochebuena, acompañados de todos los instrumentos caseros que teníamos a mano y las copitas de anís y coñac comiéndonos los polvorones y los mantecados que entre todos aportábamos. Mis historias y relatos unas veces verdaderas, otras inventadas sobre la marcha, que encandilaban al personal sentados a mi alrededor en las sillitas de enea, y... tantas y tantas vivencias, sencillas, simples, cálidas y cercanas. Esa era, nada más y nada menos mi felicidad y la de los míos, vivir, o mejor, sobrevivir en paz, rodeado de gente querida, de gente como tú, con sus penas y sus alegrías ¿puede haber otra felicidad mejor?

Con el paso de los años,-estábamos ya en la recta final de los cuarenta-, conseguí al fin mi sueño. La charcutería más bonita del mundo, la que mimaba con esmero, la que hacía esquina en una de las plazas de abastos, con más "solera" de Sevilla, la que se "caía" cargadita de los mejores productos procedentes de la sierra, de Jabugo, de El Pedroso, de Aracena...! por fin! me pertenecía. Corría el año 48, cuando Esteban, mi jefe, me comunicó que estaba cansado, que los años empezaban a pesarle, que sus hijas a Dios gracias, habían hecho muy buenos casamientos y que ya era hora de empezar a disfrutar con tranquilidad de la vida, de su familia y principalmente de sus nietos, sin estar sometido a ninguna presión de trabajo y horarios. Durante los últimos años y gracias a las buenas ventas del negocio, había sido capaz de juntar unos ahorrillos con los que poder vivir, humildemente, pero vivir y quería aprovechar el tiempo que le pudiera quedar de vida. Así que, como le prometió a D. Froilán, si yo aceptaba, me traspasaba el "puesto", que no tenía que preocuparme por pagar ningún tipo de traspaso, me lo dejaba gratis, consideraba que el dinero que le debía a su amigo, que por fallecimiento no le podía devolver, me lo regalaba a mí traducido en pago del mencionado traspaso, sabía que era lo que a él le hubiera gustado, sólo tenía que pagarle mensualmente en concepto de alquiler, una cantidad, que yo conociendo, como conocía el negocio, era totalmente viable de liquidar.

Me faltaban palabras, no sabía como agradecerle el enorme gesto de generosidad que tuvo no sólo conmigo sino con D. Froilán aún estando muerto y le prometí que nunca, que jamás, le defraudaría y que el primer dinero que todos los meses, ganara, sería para pagarle. Y como decía, me vi de la noche a la mañana, con un maravilloso negocio que regentar, a lo que no temía porque me consideraba capacitado para ello, con una madre y una hermana sobre las que recaía todos los frutos de mi trabajo, y un futuro que se me presentaba más que esperanzador. Revivía continuamente, aquel especial momento en el que una noche de primavera, sentado a la orilla de un camino del pueblo junto a mi padre, le prometí que si alguna vez a él le pasaba algo, lucharía con uñas y dientes por las dos, para que no les faltara nada y ahora el orgullo me rebosaba porque la promesa se había cumplido.



  

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